—¡Terrible!¡Terrible! ¡Ha ocurrido algo terrible!— maulló Sabelotodo al verlos llegar. Se paseaba nervioso frente a un enorme libro abierto en el suelo, y a ratos se llevaba las patas delanteras a la cabeza. Se veía verdaderamente desconsolado. —¿Qué ha pasado?— preguntó Secretario. —Es exactamente lo que iba a preguntar yo. Al parecer eso de quitarme los maullidos de la boca es una obsesión— observó Colonello. —Vamos. No será para tanto— sugirió Zorbas. —¿Que no es para tanto? ¡Es terrible! ¡Terrible!. Esos condenados ratones se han comido una página entera del atlas. El mapa de Madagascar ha desaparecido. ¡Es terrible!— insistió Sabelotodo tirándose de los bigotes. —Secretario, recuérdeme que debo organizar una batida contra esos devoradores de Masacar... Masgacar..., en fin, ya usted sabe a qué me refiero— maulló Colonello. —Madagascar— precisó Secretario. —Siga, siga quitándome los maullidos de la boca. Porca miseria!— exclamó Colonello.
—Te echaremos una mano, Sabelotodo, pero ahora estamos aquí porque tenemos un gran problema y, como tú sabes tanto, tal vez puedas ayudarnos— maulló Zorbas, y enseguida le narró la triste historia de la gaviota. Sabelotodo escuchó con atención. Asentía con movimientos de cabeza y, cuando los nerviosos movimientos de su rabo expresaban con demasiada elocuencia los sentimientos que en él despertaban los maullidos de Zorbas, trataba de meterlo bajo sus patas traseras. —... y así la dejé, muy mal, hace poco rato...— concluyó Zorbas. —¡Terrible historia! ¡Terrible! Veamos, déjenme pensar: gaviota... petróleo... petróleo... gaviota... gaviota enferma... ¡Eso es!¡Debemos consultar la enciclopedia!— exclamó jubiloso. —¡¿La qué?!— maullaron los tres gatos. —La en-ci-clo-pe-dia. El libro del saber. Debemos buscar en los tomos siete y diecisiete, correspondientes a las letras «G» y «P»— señaló Sabelotodo con decisión. —Veamos pues esa emplicope... empicope... ¡ejem!— propuso Colonello. —En-ci-clo-pe-dia— musitó lentamente Secretario. —Es lo que iba a decir yo. Compruebo una vez más que no puede resistir la tentación de quitarme los maullidos de la boca— refunfuñó Colonello. Sabelotodo trepó a un enorme mueble en el que se alineaban gruesos libros de imponente apariencia, y luego de buscar en los lomos las letras «G» y «P», hizo caer los volúmenes. Enseguida bajó y, con una garra muy corta y gastada de tanto revisar libros, fue pasando páginas.
Los tres gatos guardaban respetuoso silencio mientras lo oían musitar maullidos casi inaudibles. —Sí, creo que vamos por buen camino. Qué interesante. Gavía. Gaviero. Gavilán. ¡Vaya, qué interesante! Escuchen esto, amigos: al parecer el gavilán es un ave terrible, ¡terrible!. Está considerado como una de las rapaces más crueles. ¡Terrible!— exclamó entusiasmado Sabelotodo. —No nos interesa lo que diga del gavilán. Estamos aquí por una gaviota— lo interrumpió Secretario. —¿Tendría la amabilidad de dejar de quitarme los maullidos de la boca?— rezongó Colonello. —Perdón. Es que la enciclopedia es para mí algo irresistible. Cada vez que miro en sus páginas aprendo algo nuevo— se disculpó Sabelotodo, y siguió pasando palabras hasta dar con la que buscaba. Pero lo que la enciclopedia decía de las gaviotas no les sirvió de gran ayuda. Como mucho supieron que la gaviota que les preocupaba pertenecía a la especie argentada, llamada así por el color plata de sus plumas. Y lo que encontraron sobre el petróleo tampoco les llevó a saber cómo ayudar a la gaviota, aunque tuvieron que soportar una larga disertación de Sabelotodo, que se extendió hablando sobre una guerra del petróleo que tuvo lugar en los años setenta. —¡Por las púas del erizo! Estamos como al principio—maulló Zorbas. —¡Es terrible! ¡Terrible! Por primera vez la enciclopedia me ha defraudado— admitió desconsolado Sabelotodo. —Y en esa emplicope... ecimole...en fin, ya sabes a lo que voy, ¿no hay consejos prácticos sobre cómo quitar manchas de petróleo?— consultó Colonello. —¡Genial! ¡Terriblemente genial! ¡Por ahí debimos haber empezado! Ahora mismo os alcanzo el tomo dieciocho, letra «Q»de quitamanchas— anunció Sabelotodo con euforia al tiempo que trepaba nuevamente al mueble de los libros. —¿Se da cuenta? Si usted evitara esa odiosa costumbre de quitarme los maullidos de la boca ya sabríamos qué hacer— indicó Colonello al silencioso Secretario.
En la página dedicada a la palabra quitamanchas encontraron, además de cómo quitar manchas de mermelada, tinta china, sangre y jarabe de frambuesas, la solución para eliminar manchas de petróleo. —«Se limpia la superficie afectada con un paño humedecido en bencina.» ¡Ya lo tenemos!— maulló Sabelotodo. —No tenemos nada. ¿De dónde diablos vamos a sacar bencina?— rezongó Zorbas con evidente mal humor. —Pues, si mal no recuerdo, en el sótano del restaurante tenemos un tarro con pinceles sumergidos en bencina. Secretario, ya sabe lo que tiene que hacer— maulló Colonello. —Perdón, señor, pero no capto su idea— se disculpó Secretario. —Muy simple: usted humedecerá convenientemente el rabo con bencina y luego iremos a ocuparnos de esa pobre gaviota— indicó Colonello mirando hacia otra parte. —¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¡De ninguna manera!— protestó Secretario. —Le recuerdo que el menú de esta tarde contempla doble ración de hígado a la crema— musitó Colonello. —¡Meter el rabo en bencina!... ¿Dijo usted hígado a la crema?— maulló consternado Secretario. Sabelotodo decidió acompañarlos, y los cuatro gatos corrieron hasta la salida del bazar de Harry. Al verlos pasar, el chimpancé, que terminaba de beber una cerveza, les dedicó un sonoro eructo.
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HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLAR
Ngẫu nhiênEste es la historia de Zorbas, un gato grande, negro y gordo, que le hace una promesa a Kengah, una gaviota moribunda. La promesa es: que no se comerá a su huevo, que lo cuidará hasta que nazca el pollito y que le enseñará a volar.