Parte 2 - Capítulo 10: Una gata, un gato y un poeta

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Zorbas emprendió el camino por los tejados hasta llegar a laterraza del humano elegido. Al ver a Bubulina recostada entre lasmacetas suspiró antes de maullar.—Bubulina, no te alarmes. Estoy aquí arriba.—¿Qué quieres? ¿Quién eres? —preguntó alarmada la gata.—No te vayas, por favor. Me llamo Zorbas y vivo cerca de aquí.Necesito que me ayudes. ¿Puedo bajar?La gata le hizo un gesto con la cabeza. Zorbas saltó hasta laterraza y se sentó sobre las patas traseras. Bubulina se acercó aolerlo.—Hueles a libro, a humedad, a ropa vieja, a pájaro, a polvo, perotu pelo está limpio —aprobó la gata.—Son los olores del bazar de Harry. No te extrañes si tambiénhuelo a chimpancé —le advirtió Zorbas.Una suave música llegaba hasta la terraza.—Qué bonita música —comentó Zorbas.—Vivaldi. Las cuatro estaciones. ¿Qué quieres de mí? —quisosaber Bubulina.—Que me invites a pasar y me presentes a tu humano —contestóZorbas.—Imposible. Está trabajando y nadie, ni siquiera yo, puedeimportunarlo —respondió la gata.—Por favor, es algo muy urgente. Te lo pido en nombre de todoslos gatos del puerto —imploró Zorbas.—¿Para qué quieres verlo? —preguntó Bubulina con desconfianza.—Debo maullar con él —respondió Zorbas con decisión.—¡Eso es tabú! —maulló Bubulina con la piel erizada—. ¡Lárgatede aquí!—No. Y si no quieres invitarme a pasar, ¡pues que venga él! ¿Tegusta el rock, gatita?.

En el interior, el humano tecleaba en su máquina de escribir. Sesentía dichoso porque estaba a punto de terminar un poema y losversos le salían con una fluidez asombrosa. De pronto, desde laterraza le llegaron los maullidos de un gato que no era su Bubulina.Eran unos maullidos destemplados y que sin embargo parecían tenercierto ritmo. Entre molesto e intrigado salió a la terraza y tuvo querestregarse los ojos para creer lo que veía.Bubulina se tapaba las orejas con las dos patas delanteras sobrela cabeza y, frente a ella, un gato grande, negro y gordo, sentadosobre la base del espinazo y la espalda apoyada en una maceta,sostenía el rabo con una pata delantera como si fuera un contrabajo ycon la otra simulaba rasgar sus cuerdas, mientras soltaba enervantesmaullidos.Repuesto de la sorpresa no pudo reprimir la risa y, cuando sedobló apretándose el vientre de tanto reír, Zorbas aprovechó paracolarse en el interior de la casa.Cuando el humano, todavía muerto de risa, se dio la vuelta, seencontró al gato grande, negro y gordo sentado en un sillón.—¡Vaya concierto! Eres un seductor muy original, pero me temoque a Bubulina no le gusta tu música. ¡Menudo concierto! —dijo elhumano.—Sé que canto muy mal. Nadie es perfecto —respondió Zorbas enel lenguaje de los humanos.El humano abrió la boca, se dio un golpe en la cara y apoyó laespalda contra una pared.—Ha... ha... hablas —exclamó el humano.—Tú también lo haces y yo no me extraño.

Por favor, cálmate —leaconsejó Zorbas.—U... un ga... gato... que habla —dijo el humano dejándose caeren el sofá.—No hablo, maúllo, pero en tu idioma. Sé maullar en muchosidiomas —indicó Zorbas.El humano se llevó las manos a la cabeza y se cubrió los ojosmientras repetía «es el cansancio, es el cansancio». Al retirar lasmanos el gato grande, negro y gordo seguía en el sillón.—Son alucinaciones. ¿Verdad que eres una alucinación? —preguntó el humano.—No, soy un gato de verdad que maúlla contigo —le aseguróZorbas—. Entre muchos humanos, los gatos del puerto te hemoselegido a ti para confiarte un gran problema, y para que nos ayudes.No estás loco. Yo soy real.—¿Y dices que maúllas en muchos idiomas? —preguntó incréduloel humano.—Supongo que quieres una prueba. Adelante —propuso Zorbas.—Buon giorno —dijo el humano.—Es tarde. Mejor digamos buona sera —corrigió Zorbas.—Kalimera —insistió el humano.—Kalispera, ya te dije que es tarde —volvió a corregir Zorbas.—Doberdan! —gritó el humano.—Dobreutra, ¿me crees ahora? —preguntó Zorbas. —Sí. Y si todo esto es un sueño, qué importa. Me gusta y quieroseguir soñándolo —respondió el humano.—Entonces puedo ir al grano —propuso Zorbas. El humano asintió, pero le pidió respetar el ritual de laconversación de los humanos.

Le sirvió al gato un plato de leche, y élse acomodó en el sofá con una copa de coñac en las manos.—Maúlla, gato —dijo el humano, y Zorbas le refirió la historia de lagaviota, del huevo, de Afortunada y de los infructuosos esfuerzos delos gatos para enseñarle a volar.—¿Puedes ayudarnos? —consultó Zorbas al terminar su relato.—Creo que sí. Y esta misma noche —respondió el humano.—¿Esta misma noche? ¿Estás seguro? —inquirió Zorbas.—Mira por la ventana, gato. Mira el cielo. ¿Qué ves? —invitó elhumano.—Nubes. Nubes negras. Se acerca una tormenta y muy prontolloverá —observó Zorbas. —Pues por eso mismo —dijo el humano.—No te entiendo. Lo siento, pero no te entiendo —aceptó Zorbas.Entonces el humano fue hasta su escritorio, tomó un libro yrebuscó entre las páginas.—Escucha, gato: te leeré algo de un poeta llamado BernardoAtxaga. Unos versos de un poema titulado «Las gaviotas».Pero su pequeño corazón—que es el de los equilibristas—por nada suspira tantocomo por esa lluvia tontaque casi siempre trae viento,que casi siempre trae sol.—Entiendo. Estaba seguro de que podías ayudarnos —maullóZorbas saltando del sillón.Acordaron reunirse a medianoche frente a la puerta del bazar, y elgato grande, negro y gordo corrió a informar a sus compañeros.

HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora