- Bisturí – ordené.
Realicé la primera incisión en la comisura derecha de la boca del paciente. Sangraba mucho pero me daba igual.
- Tijeras.
Me tendieron las tijeras mientras yo depositaba el bisturí en un recipiente para material contaminado. Con las tijeras intenté despejar parte de la grasa del tejido subcutáneo.
Más sangre. ¿Era normal tanta sangre? Comenzaba a chorrear. Me estaba manchando la bata verde.
No, no recordaba haber visto a mi madre con tanta sangre en su quirófano.
- Doctora está bajando la presión. ¿Perfundimos más volumen?
- ¿Cuánta sangre ha perdido?
- Casi doce litros – indicó el anestesista.
¿Doce litros? ¡Pero si yo creía que sólo había cuatro o cinco, como mucho seis en el cuerpo humano! ¿Cómo podía ser posible?
- ¡Doctora el paciente está en parada! Procedo a administrar adrenalina – el anestesista me hablaba y me hablaba, me daba órdenes y yo no era capaz de actuar.
Todo se volvió oscuro y de repente, el paciente había muerto.
Y gracias a Dios, me desperté.
Había sudado tanto que no me quedó más remedio que meterme en la ducha, a pesar de que me hubiese bañado a penas unas siete horas antes.
Ya eran las ocho de la mañana y tenía que estar a las diez en el colegio para coger un autocar escolar que nos llevaría a las jornadas para preuniversitarios.
El examen de matemáticas sería al día siguiente, lo cual se estaba haciendo notar en mi estado de nervios y sobre todo en mis pesadillas que cada día se volvían más salvajes.
Cuando no soñaba con que se me moría alguien en las manos (ya fuera en un quirófano, en la calle o en una consulta), soñaba que no sabía cómo responder a ninguna de las preguntas del examen y que, por tanto, era expulsada de Ignature.
De camino al baño, que se encontraba incorporado a mi habitación, separado de ella únicamente por una puerta, me fui deshaciendo del pijama, y al llegar al lado de la bañera, me quité la ropa interior antes de abrir la llave del agua caliente.
Respiré hondo mientras el agua evaporada se esparcía por la atmósfera empañando el espejo y los azulejos.
Me introduje en el plato de ducha y me senté en una especie de esquinera de mármol que había justo bajo la alcachofa. Dejé que el agua ardiendo se llevara todos los malos rollos de los últimos días, que arrasara con el estrés y con mis pacientes ficticios fallecidos, o por lo menos, dejé que la ducha relajante los devolviera a la vida de nuevo para librarme de esa falsa sensación de responsabilidad.
Durante los cinco minutos que tardé en enjabonarme el pelo y en suavizarlo y en utilizar un gel de ducha hidratante, pensé que sería inútil acudir al evento de aquel día porque yo ya sabía en qué universidad quería estudiar y lo que quería estudiar.
¿Para qué iba yo a molestarme en investigar otras carreras universitarias?
Pero la excursión era obligatoria, así que me esforzaría por sacar algo en claro.
Después mi mente se desvió hacia Paul, cosa que venía ocurriendo bastante a menudo desde el fatídico día en el que tuve la genial idea de admitir en voz alta que era guapo, teniéndole a él detrás.
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Becca Breaker(I): Contigo © Cristina González 2013/También disponible en Amazon.
Roman pour AdolescentsBecca es una joven extremadamente inteligente. Ella sabe de física, matemáticas, biología, medicina, astronomía y literatura... Pero no de amor. Paul Wyne es seis años mayor que ella, está terminando la carrera de Medicina y tampoco tiene mucha id...