Le había dado mi dirección y mi número de teléfono a Paul.
Había llegado el sábado. Eran las cuatro y media de la tarde y sólo faltaba media hora para que el semidoctor Wyne llamase al timbre.
Ahora sólo tenía que explicárselo a mi madre.
Inspiré profundamente antes de entrar en la cocina, donde ella se encontraba en pijama, tomándose un té mientras subrayaba con verde fosforito unos apuntes.
El olor de su infusión llegó hasta a mi nariz, infundiéndome el valor que me faltaba para contarle a mi madre en su versión más terrorífica de doctora Breaker que en media hora, uno de sus alumnos de medicina estaría sentado en mi habitación, conmigo y con mis libros de física.
Mi madre llevaba su melena negra recogida en un moño desecho cuando incorporó la cabeza para mirarme.
– Hola – saludé con inocencia.
Ella sonrió.
– Tienes bizcocho en el horno, por si quieres merendar. ¿Cuánto llevas estudiando? – me preguntó mientras sorbía otro poco de su taza.
Desvié la mirada. Tragué saliva. ¡Venga Rebecca tú puedes!, me autoanimé a mí misma.
– VaavenirPaulalascincoadarmeclasedefísica – proferí rápidamente.
Esperando que su regañina fuese casi tan rápida y a ser posible indolora como lo habían sido mis palabras, caminé rápidamente hacia el horno. De lo contrario, de haberme quedado parada, le hubiera añadido más dramatismo a la situación. Y eso era lo que menos necesitaba.
Partí el bizcocho con tranquilidad (con aparente tranquilidad), ignorando la reacción de mi madre, intentando hacerla creer que traer un chico unos seis años mayor que yo a casa para hablar de física era lo más normal del mundo.
Como si le estuviese insinuando, así como el que no quiere la cosa, que no ocurría nada extraño, que todo estaba bajo control, que no había considerado la idea de pedirle permiso antes porque simplemente no me había parecido necesario.
Es decir, quise transmitirle a mi madre la sensación de que no tenía que echarme la bronca.
Y, francamente, yo sabía que mi plan iba a fracasar estrepitosamente. Por eso se lo comuniqué a mi madre en el último momento, para que no pudiese obligarme a anular la “cita”.
– ¡PERO CÓMO SE TE OCURRE! – exclamó ella con incredulidad.
– Yo…Eh… – miré hacia la ventana, cómo si estuviese contemplando la posibilidad de saltar por ella hacia el jardín.
– Re…Be…CCa… – ella me taladraba con sus pupilas dilatadas por el enfado.
– ¡Está bien! ¡He suspendido matemáticas! ¡Voy fatal con la física! ¡Paul supo resolver mis ejercicios cuando estaba en la biblioteca estudiando! ¡Y se ofreció a ayudarme!
– Ah, entiendo… – ella se quedó pensativa.
Y, cuando ya creía que había ganado la batalla, la cirujana Breaker estalló en un millón de bisturíes.
– ¿¿¡¡¡QUE HAS SUSPENDIDO MATEMÁTICAS???!!!!!! ¡¡¿¿Y ME LO DICES AHORA?!!!
Los decibelios de su voz ascendían y ascendían… Cómo si fuese un surtidor de gasolina que estuviese llenando el depósito de un BMW de alta gama.
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Becca Breaker(I): Contigo © Cristina González 2013/También disponible en Amazon.
Novela JuvenilBecca es una joven extremadamente inteligente. Ella sabe de física, matemáticas, biología, medicina, astronomía y literatura... Pero no de amor. Paul Wyne es seis años mayor que ella, está terminando la carrera de Medicina y tampoco tiene mucha id...