Las clases de Paul eran divertidas. También difíciles, pero yo me lo pasaba genial.
Él sabía como picarme para que estrujara mi cabeza en busca de resultados. Las matemáticas se me resistían mucho más que la física y eso se notaba.
A veces me echaba a llorar porque me veía incapaz de resolver determinados problemas. Aunque lo que más odiaba eran los asquerosos límites.
Yo era perfectamente capaz de solucionar ejercicios de nivel moderado – alto, pero aquello que nos pedían era exagerado. ¿Por qué se supone que teníamos que saber hacer esas cosas?
Eso era lo que yo le decía a Paul.
– Me parece una estupidez que nos obliguen a aprender esto – bufaba yo previamente a la llantina (después solía echar un par de lagrimillas, él me decía que todo iría bien, me calmaba y seguía estudiando).
Él se solía limitarse a escucharme cuando me quejaba, aunque a veces me regañaba y me decía algo así como:
– No solucionas nada compadeciéndote de ti misma. Dedícale más tiempo e insiste. Estoy seguro de que dentro de dos años te veré en primero de medicina.
Y entonces con oír esas palabras me subía el ánimo para volver a la acción.
Así, poco a poco, fui aprendiendome el temario de matemáticas, hasta llegar a tal nivel que casi íbamos por delante del profesor.
Sin darme cuenta, llegó el mes de diciembre con los exámenes parciales.
Las clases con Paul para entonces se me hacían más que necesarias. Y , cuando él no estaba, yo me encerraba en mi habitación a estudiar.
Podía pasarme hasta seis o siete horas allí metida, comiendo patatas fritas y bebiendo café o Cocacola. Cualquier cosa servía para mantenerme despierta.
Por las noches, el flexo que iluminaba mi mesa se apagaba sólo durante tres o cuatro horas, el único tiempo que yo conseguía dormir.
Los nervios me consumían y tenía pesadillas sobre los exámenes constantemente.
Se lo comenté a Paul la tarde antes del examen de matemáticas.
Estábamos frente a la chimenea, merendando, después de haber pasado una hora y media frente a los libros.
Él estaba sentado en un extremo del sofá y yo en el otro, sólo que había puesto mis pies sobre su regazo y él los acariciaba sutilmente.
Había mucha confianza entre nosotros.
– Una vez suspendí una de las asignaturas que más me había preparado – confesó él riéndose.
– ¿Me estás tomando el pelo? – dije asombrada.
Las palabras “Paul” y “suspenso” me parecían enemigas declaradas imposibles de coexistir en una misma frase.
– Qué va… Algo me pasó en el examen, estaba distraído, o simplemente me confié, no había dormido, no sé qué ocurrió… El caso es que cuando fui a la recuperación, aprobé… Pero un mes después seguía soñando que suspendía ese examen… Era tremendo… Nunca me había agobiado tanto… Así que… Te entiendo..
Me reí.
– ¿Qué es tan gracioso Rebecca? – preguntó él con una ceja arqueada.
Cuando se indignaba, se indignaba falsamente, nunca se enfadaba conmigo, me llamaba por mi nombre completo.
Me gustaba oír mi nombre con ese tono de reproche.
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Becca Breaker(I): Contigo © Cristina González 2013/También disponible en Amazon.
Ficção AdolescenteBecca es una joven extremadamente inteligente. Ella sabe de física, matemáticas, biología, medicina, astronomía y literatura... Pero no de amor. Paul Wyne es seis años mayor que ella, está terminando la carrera de Medicina y tampoco tiene mucha id...