🎪 Of The Wonders | Kookmin

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Habían transcurrido cinco días desde el segundo de Jungkook en el circo, un día marcado por su primer encontronazo con la cruda realidad de la vida de un artista circense. Pero ahora, todo parecía haber vuelto a una especie de normalidad, una rutina llena de risas, compañerismo y el bullicio de la vida itinerante bajo las luces del espectáculo.

Cada día, Jungkook se sumergía en el ambiente de la carpa, en los ensayos propios como de sus compañeros, en las actuaciones que cada día sorprendían a una nueva audiencia. Las noches, sin embargo, solían ser diferentes, se convertían en momentos de unión, donde las preocupaciones del día se disipaban con un poco de alcohol para los que deseen, el póker y las carcajadas.

En uno de esos atardeceres, con el sol tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados, Jungkook y sus amigos se reunieron en la parte trasera de las caravanas, donde todos rodeaban una mesa en aquél predio. La brisa fresca del verano traía consigo el aroma de la hierba y el sonido lejano de los animales.

—¡Esta noche, señores, la jugada es mía! —exclamó Hoseok con una sonrisa pícara mientras repartía las cartas, luego de apostar confiado.

Jungkook sonrió, tomando su maso y observando las cartas con atención.

—No te confíes —dejó unos billetes que había ganado en aquellos días, gracias a su buen trabajo en el escenario—. La suerte va y viene.

Taehyung, apoyado en su silla con una cerveza en mano, rio.

—Hay que tener la suerte o el talento, ¿verdad, Kook?

La pregunta fue acompañada de un guiño, y Jungkook sintió gratitud por la calidez que había encontrado tras éstos días en el circo. No hubo más menciones sobre su inconveniente de hacía cinco noches atrás, ahora, era solo uno más en la mesa, compartiendo risas y estrategias.

La noche avanzaba, y con ella, las rondas de póker se volvían más animadas. Las historias de actuaciones pasadas y las anécdotas graciosas llenaban el ambiente, creando un tapiz de recuerdos que todos compartían. Jungkook se sentía parte de algo más grande, una familia unida no por la sangre, sino por la pasión y la aventura.

Sin embargo, en medio de esa normalidad, había un detalle que no había cambiado, ni había avanzado, su relación con Jimin. Desde aquel día, no había habido nuevos acercamientos. Tal como les había dicho a Taehyung y Hoseok, Jungkook ya no intentó buscar conversación, y Jimin mantuvo su distancia luego de su pequeña muestra de preocupación, todo funcionaba como si ambos hubieran llegado a un acuerdo tácito de mantenerse separados, al parecer, como todos allí.

Pero las miradas seguían encontrándose.
Era inevitable.

Cuando Jungkook estaba ensayando sus malabares, cuando se encontraba distraído con sus compañeros, cualquier cosa que estuviera haciendo, había veces que levantaba la vista, y allí estaba Jimin, observando desde la distancia, sus ojos se conectaban por unos instantes, cargados de una comprensión mutua que no necesitaban palabras para existir. Jimin, por su parte, mientras se preparaba para sus actos acrobáticos, a veces cruzaba el predio de descanso, notaba a Jungkook en algún rincón acompañado o en solitario, y sus miradas se conectaban nuevamente, de manera breve, antes de que cada uno volviera a su rutina circense.

Aquella tarde, mientras Jungkook caminaba hacia su caravana después de compartir unas ideas con Jin, acompañado de Namjoon y sus dos más cercanos Taehyung y Hoseok, se despidió para tomar un descanso y buena merienda, dirigiéndose a su caravana, en el preciso instante en el que salió por aquella carpa, la salida del backstage para ser precisos, se topó a Jimin, estando a unos pocos metros de distancia. Ambos se detuvieron al instante, como si el tiempo se hubiera pausado solo para ellos. La mirada de Jimin era inescrutable, pero había algo en sus ojos, una mezcla de reconocimiento y distanciamiento.