"Ya me canse de intentarlo"
El día era gris, de un gris sucio y mal lavado, y la brisa que soplaba tenía algo denso, casi pegajoso, como si flotara en el aire la peste de los desagües o el aliento de la ciudad misma. Henry Bowers avanzaba con paso firme por las calles centrales de Derry, su silueta rígida recortada entre el ir y venir de la gente.
Hombres de aspecto desalineado, con la expresión endurecida de los que van y vienen del trabajo (o de los que fingen tener uno), vendedores de diarios con las voces cascadas por tanto gritar titulares que a nadie importaban, niños correteando entre las piernas de los adultos como ratas entre los cubos de basura. Las veredas eran demasiado estrechas para tanta vida, y moverse entre aquel enjambre se convertía en una lucha constante.
Pero Henry se abría paso como mejor sabía: a codazos, con empujones secos y miradas torvas. La gente lo evitaba cuando lo reconocía, apartándose instintivamente, como si olieran en él algo podrido, algo que no estaba del todo bien. Mujeres que apretaban el paso, niños que bajaban la vista, ancianos que fingían no haberlo visto. Su reputación le hacía el trabajo más fácil.
Encontró un respiro en una calle menos transitada, más silenciosa, donde los sonidos de la ciudad parecían apagarse como una radio mal sintonizada. Apenas un par de negocios, un taller mecánico con un hombre inclinado sobre el motor de un coche viejo y destartalado. Henry lo miró con curiosidad, una curiosidad que no
entendía del todo.El tipo era mayor que él, aunque no mucho. Tenía el cuerpo delgado pero fibroso, la espalda ligeramente encorvada, los brazos cruzados de cicatrices, como si la vida lo hubiera ido marcando con una navaja oxidada. Llevaba una melena oscura y descuidada, casi igual a la de el tipo que andaba buscando, y un bigote fino y sucio sobre los labios. En uno de ellos colgaba un cigarro a medio consumir, que vibraba levemente cada vez
que exhalaba el humo.Algo se removió en el estómago de Henry, un cosquilleo extraño, inquietante. Sus ojos se quedaron fijos, bebiéndose la imagen del hombre como si fuera agua en un día de calor sofocante. Había algo en él que le resultaba… fascinante.
Y entonces, un sonido lo trajo de vuelta.
Una patrulla pasó lentamente por la calle, el motor gruñendo en el aire pesado de Derry. Henry sintió cómo un escalofrío le subía por la espalda. Pensó en su padre. En su uniforme, en su cinturón, en la mirada dura como un puño cerrado. Pensó en lo que él diría si lo viera allí, parado como un imbécil, con los ojos clavados en ese desconocido de pelo largo y manos encallecidas.Sintió una punzada de asco en la boca del estómago.
¿En qué mierda estaba pensando?
¿Se estaba volviendo un maldito marica?
Se mordió el interior de la mejilla hasta saborear un hilo metálico de sangre y apartó la vista de golpe, como si el simple acto de mirar pudiera ensuciarlo. No, no. No podía ser posible.
Se encogió dentro de su chaqueta y apresuró el paso. Se iría al puente de los Besos. Ahí estarían los muchachos, esperando. Ahí volvería a ser él mismo.
Si es que todavía lo era.El puente de madera lo esperaba, viejo, desgastado, con los tablones hinchados por la humedad y el musgo trepando en los rincones.
Henry cruzó el bosque casi en automático, con las manos hundidas en los bolsillos y la cabeza llena de recuerdos. Aquellos árboles habían sido testigos de tantas cosas. Cosas divertidas. Cosas terribles.
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Ultraviolence // Henpat
Teen FictionTodos estos sucesos estaban ocurriendo en el humilde y pequeño Derry, el lugar donde pasan un montón de cosas extrañas, niños perdidos, asesinatos, entre otras cosas. Dentro de este pueblucho se encuentra Henry Bowers, el chico que se ganó el títu...