¿Puedes bailar?

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¿Por qué me odio?

Es fácil, soy el motivo de mis problemas y, contradictoriamente, de mis soluciones. Sin mi no puedo vivir pero conmigo todo es difícil. La verdad, es más fácil encontrarme defectos que virtudes, aunque los demás se nieguen a aceptarlo. Soy un mal necesario, como un dolor bondadoso. Una broma pesada dentro de un gran monologo. Una gota de sangre en medio de un mar que ruge. Quizá sin mi misma nada tiene un punto de color, pero a veces la indiferencia me colma más que una absurda paleta.

-Te juro que te encantará.-Dijo mi madre, sonriendo a través del retrovisor del coche. No respondí, sabía que de todos modos no serviría de nada. Si ni yo misma escuchaba lo que decía, ¿qué podía esperar de los demás? Nada, como siempre ha sido y siempre será.-Cielo, entiende mi postura. No puedo dejar que te ahogues con un vaso de agua.

-¿Por qué? Nunca he sido de grandes comienzos ni grandes nudos, un desenlace parecido no me dañará más de lo que estoy.

Sentía como su mirada reflejaba desaprobación, culpabilidad, remordimientos. Ella no tenía la culpa de nada, pero le gustaba tener que desempeñar un papel en cualquier historia. En este caso, solo era un extra que salía mencionado. Quizá un personaje secundario, pero ni de lejos un personaje principal. Esa historia no tenía ni argumento ni trama, pero ella estaba convencida que debía tenerlo.

Yo no necesitaba tener un papel con el nombre exacto, no me era necesario que me dijesen de que iba mi vida. La incertidumbre era un motivo para levantarme cada día. Saber un secreto, le quitaría emoción. Aunque mi madre tenía otra opinión, obviamente. Ella debía tener el guión, el manuscrito y una lista de cada uno de los detalles.

-Yo creo que te vas a sentir liberada si hablas con alguien, si nos dicen que pasa en tu cabecita.-Volví asentir, con eso bastaba para parecer que manteníamos una conversación fluida.-Charlotte, hija, estoy orgullosa de que hagamos esto.

-Ajá.-Musité apoyando mi cabeza en la ventanilla para ver el campo.-Me sentiría más liberada fuera del coche. O mejor aún, fuera del mundo.

-No digas eso, yo te quiero entera en este planeta.-Rió ante su propia gracia y me miró, esperando causar la misma diversión en mi. Sonreí distraídamente y volvió a centrarse en la carretera.-Además, ya llegamos. Te prometo ir a esas praderas donde hay caballos pastando cuando volvamos.

-Acepto.

Su pie se apoyó con efervescencia en el acelerador y la imagen dejó de ser nítida. Tan solo una palabra había bastado para estar de acuerdo con todo el plan de mi madre, que ni tan solo comprendía del todo.

Cuando el motor cerró me quité el cinturón y bajé, respirando el aire del campo. No entendía a mi madre su amor por la sociedad urbanita, si la mayoría debían tener los pulmones, los corazones y algunos los bolsillos, negros. El hospital era blanco como un copo de nieve y cruzaba una artificial brisa agradable teniendo en cuenta el tiempo en junio. Entramos en el ascensor y mi progenitora ya tenía en sus manos al menos diez folletos de como educar a tu hijo, de como comer sano sin parecerlo y de como atender a personas mayores. Lo siento por ti, abuelo, mamá ya tiene una idea para tus problemas logísticos.

Nos detuvimos en la planta cinco y me senté en una de las sillas azules de plástico, haciendo balancear mis piernas mientras mi madre hablaba con la recepcionista. Se sentó a mi lado y me contó una sarta de normas de educación que se resumían en una frase: Charlotte, no seas tu. Cosa contradictoria si iba abrirme con alguien, pensé. Me llamaron con un lapso de tiempo relativamente corto y entramos una sala que podía ser más resplandeciente que las alas de un ángel. Mi madre me dejó mi chaqueta y se dispuso a esperar fuera.

Mi cuerpo se dejó caer en la silla azul delante de un escritorio y por una puerta trasera apareció un hombre. Se sentó con una sonrisa y sacó un brazo de su sitio para mostrármelo. Con recelo le di la mano y la quité como si quemara. De su bata sacó unas gafas y las dejó encima del puente de su nariz, para empezar a leer mi supuesto expediente.

Un verano muy, muy largoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora