Mira el disco, la voz de Elvis casi corpórea. La aguja dejándose arrastrar por ese movimiento que nunca acaba. Un viaje hacia el vacío. Un vórtice que empieza a engullirlo todo a su alrededor.
El mapa de la pared lleno de puntos, chinchetas invisibles, ancladas en lugares que ya forman parte del olvido. Algunos de ellos tuvieron días de luz y de bullicio, otros ni siquiera llegaron a saber el propósito de su existencia. Edificios que hablan del paso del tiempo y de ese silencio que corroe y desgasta. Los ha elegido, como cuando rescata palabras. Ellos la esperan a punto de desmoronarse y resquebrajarse del todo. Mirando al abismo de cerca, con la tranquilidad de quien contempla lo inevitable, esperando la fuerza succionadora que acabe devorando sus entrañas hasta desaparecer.
El disco se para. Elvis la ha dejado sola, como tantas otras veces.
