Abro los ojos con cuidado. Parece que la cabeza me va a estallar y es entonces cuando me la palpo con los dedos. Descubro que tengo una herida, no sé lo profunda que será, pero es lo bastante grave como para que mis dedos queden completamente manchados de sangre.
Miro a mi alrededor, volviendo la cabeza de izquierda a derecha con rapidez. Estoy en una habitación pequeña, totalmente vacía, húmeda y estoy temblando de frío casi sin darme cuenta. Las paredes y los suelos son de hormigón. La única luz que entra se filtra a través de dos ventanucos pequeños que se encuentran a mi izquierda. Justo enfrente de mí, hay una puerta, la única que hay. Está cerrada.
Tengo hambre, frío y me duele todo el cuerpo; pero sobretodo la cabeza, donde tengo la herida. No tengo fuerzas para levantarme del suelo.
La puerta comienza a abrirse y entra un hombre de unos cuarenta años, calvo y algo gordo. Camina por la habitación hasta llegar a mi lado.
Se queda quieto mirándome en silencio desde arriba, examinándome. Me coge de un brazo y me pone en pie.
—Ven, te presentaré a los demás. —dice con voz ronca.
Tira de mí con fuerza y suelto un quejido por el dolor. No sé dónde estoy, pero tampoco sé si quiero saberlo.
Caminamos por unos pasillos oscuros hasta que llegamos a la última puerta al final de uno de ellos y nos detenemos. El hombre golpea la puerta con rudeza y después la abre inmediatamente sin esperar respuesta.
Esta sala es mucho más grande, luminosa y más seca que la anterior.
En su interior hay todo tipo de armas —cosa que me aterroriza—, desde pistolas hasta cuchillos y espadas. También hay maniquís, algunos destrozados en un rincón como si estuviesen muertos, otros repartidos de forma estratégica por la habitación.
Al ver al hombre gordo, todas las personas que están dentro —apuñalando y disparando a los maniquís— se detienen y nos miran extrañados. En total hay siete personas en la habitación, sin contarnos al hombre gordo y a mí. Tres chicas y cuatro chicos que deben tener mi edad aproximadamente.
El hombre tira de mí hacia dentro y me coloca a su derecha. Todos me miran y yo estoy muerta de miedo. ¿Dónde estoy?
—Ella es vuestra nueva compañera —habla el hombre—. Sasha, enséñale todo esto. —ordena a una de las chicas. Ella asiente con la cabeza. Es pelirroja, con unas pecas graciosas en la cara.
Después de eso, el hombre sale de la habitación dando un portazo y oigo sus pasos alejándose por el pasillo.
La chica llamada Sasha se acerca a mí, me coge de los hombros y me lleva a un sofá que hay al fondo de la habitación. Las dos nos sentamos. Los demás vuelven a su trabajo sin decir una palabra, como si nada hubiese pasado, como si yo tuviera que entender todo y estuviese conforme con esto.
Sigo temblando, no sé si de frío o de miedo. Entonces ella me coge una mano y me sonríe.
—Tranquila —dice—. La primera vez te sientes así, pero ya te irás acostumbrando, esto no es tan malo.
— ¿Dónde… estamos? —pregunto. Ella piensa la respuesta un momento.
—Bueno, eso no es algo fácil de explicar. Verás, ellos compran chicos y chicas, como tú y como yo, y nos entrenan para matar y robar —puedo notar la tristeza en su voz y en su rostro, pero no quiere hacerme sentir mal—. Pero no creas que robamos cualquier cosa, somos profesionales —ahora sonríe de nuevo, intentando cubrir la tristeza, como si ser buenos ladrones y matones de primera fuese mejor que nada.
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Trapped: Dark eyes
AksiKira Harris no es una adolescente normal. Su madre murió a sus once años de edad y su padre se casó con una mujer malvada que no la quería. Han pasado seis años y el padre de Kira ha caído en una enfermedad muy grave. Su madrasta aprovecha la situa...