Había empezado a oscurecer cuando llegó el Espectro. La jornada había sido larga
y agotadora, y yo estaba a punto de cenar.
-¿Estás seguro de que es un séptimo hijo? -preguntó. Me miraba con atención
moviendo la cabeza con gesto de duda.
Mi padre asintió.
-¿Y tú también fuiste un séptimo hijo?
Papá volvió a asentir en silencio y se puso a zapatear con impaciencia, de modo
que salpicó mis pantalones con gotitas de barro y de estiércol. De la visera de la gorra
le chorreaba agua de lluvia. Había estado lloviendo casi todo el mes, y en los árboles
habían brotado hojas nuevas, pero el clima primaveral tardaría aún mucho en llegar.
Mi padre era granjero, igual que su padre. La primera regla de la vida de los
granjeros es mantener unida la hacienda y no dividirla entre los hijos, pues a cada
generación la propiedad iría menguando hasta quedar en nada. Por ese motivo, el
padre la lega al primogénito y luego busca una ocupación para los demás hijos; si es
posible, trata de encontrarles un oficio.
Para conseguirlo, necesita pedir muchos favores. La herrería es una opción, sobre
todo cuando la granja es grande y ha proporcionado al herrero trabajo en
abundancia. En ese caso, lo más seguro es que el herrero ofrezca un empleo de
aprendiz, pero aun así sólo se habrá colocado a uno de los hijos.
Yo era el séptimo hijo, y cuando me tocó a mí, mi padre ya había recurrido a todos
los favores y estaba tan desesperado que quería que el Espectro me diese trabajo de
aprendiz. O al menos es lo que pensé en aquel momento. Tendría que haber supuesto
que mi madre andaba detrás de todo eso.
Ella estaba detrás de muchas cosas, pues mucho antes de que yo naciera, nuestra
granja se compró con su dinero. ¿De qué otro modo, si no, podría habérselo
permitido un séptimo hijo? Además, mamá no era del condado sino que provenía de una comarca lejana, del otro lado del mar. La mayoría de la gente no lo notaba, pero
algunas veces, si la escuchabas atentamente, percibías una ligera diferencia en su
manera de pronunciar ciertas palabras.
Pero no os creáis que me estaban vendiendo como esclavo ni nada parecido. La
vida de granjero me aburría, y lo que ellos llamaban «la ciudad» no era más que un
villorrio perdido en medio de la nada. Desde luego no era el lugar donde quería
pasar el resto de mi vida. Así que, en cierto modo, no le hacía ascos a la idea de
convertirme en espectro; era mucho más interesante que ordeñar vacas y echar
estiércol.
No obstante, estaba nervioso, porque era un trabajo que daba miedo. Tendría que
aprender a proteger granjas y pueblos de cosas que asustan, y vérmelas con
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El Aprendiz Del Espectro
Mystery / ThrillerLibro 1: Thomas Ward tiene trece años, es el séptimo hijo de un séptimo hijo, y vive feliz en una granja junto a sus padres, su hermano, y su cuñada. Todo cambia cuando, una tarde, viene a buscarlo un Espectro para llevárselo como aprendiz. Junto a...