Capítulo 12 Los Desesperados Y Los Mareados

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Mientras bajábamos por la colina en dirección a la granja, una tibia llovizna nos


roció la cara. A lo lejos un perro ladró dos veces, pero a nuestros pies todo estaba


sereno y en silencio.


Era a última hora de la tarde, y estaba seguro de que en esos momentos mi padre y


Jack estarían trabajando en el campo, lo cual me daría la oportunidad de hablar con


mi madre a solas. Para el Espectro fue fácil decirme que me llevase a Alice a casa


conmigo, pero durante el viaje yo había tenido tiempo para pensar. No sabía cómo se


lo tomaría mamá, pero me parecía que no le iba a gustar tener a alguien como Alice


en la casa, sobre todo cuando le contase lo que había hecho. En cuanto a Jack, me


imaginaba su reacción perfectamente, pues por lo que Ellie me había dicho la última


vez sobre su actitud hacia mi nuevo trabajo, lo último que querría mi hermano era


tener en casa a la sobrina de una bruja.


Mientras cruzábamos el patio, señalé el granero.


-Será mejor que te resguardes ahí debajo -le indiqué-. Yo voy a casa a


avisarlos.


En cuanto pronuncié esas palabras, se oyó el llanto de un bebé hambriento. Salía


de la granja. Por un instante la mirada de Alice se cruzó con la mía, pero enseguida la


niña bajó la vista y recordé la última vez que los dos habíamos estado con un bebé


que lloraba.


Sin decir nada, Alice se volvió y se dirigió al granero, en silencio. No esperaba otra


cosa de ella. Quizá hayáis pensado que, después de todo lo que había ocurrido,


habríamos tenido mucho de que hablar durante el viaje, pero apenas habíamos


abierto la boca. Creo que ella estaba disgustada por la manera en que el Espectro la


había sujetado por la mandíbula para olerle el aliento. Tal vez eso la había obligado a


pensar en lo que ella había hecho en el pasado. Fuera por la razón que fuese, casi


todo el camino había estado sumida en sus pensamientos y con aspecto muy triste.
Supongo que podría haberme esforzado más, pero también yo estaba muy


cansado y abatido, así que llegamos a acostumbrarnos a caminar en silencio. Mas fue


un error, pues debería haber intentado conocer mejor a Alice en esos momentos; si lo


hubiera hecho me habría ahorrado después muchos problemas.


Cuando empujé la puerta trasera, cesaron los llantos y oí otro sonido: el


reconfortante crujido de la mecedora de mi madre.


La silla estaba junto a la ventana, pero por la expresión del rostro de mi madre, me


di cuenta de que nos había estado escudriñando a través de la rendija que quedaba


entre las cortinas, puesto que éstas no estaban corridas del todo. Nos había visto en el

El Aprendiz Del EspectroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora