Capítulo 1: Llegada

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       Salí del edificio corriendo. Era otoño, así que cada vez que daba un paso escuchaba como mis pies pisaban las hojas que estaban por toda la acera. Mis manos sudaban y yo corría tan rápido que tenía miedo de que de repente mi corazón se detuviese y me quedara tirada en el piso. Para ese momento, ya todos sabían el monstruo que yo era y en cualquier momento me empezarían a buscar.

Seguí corriendo hasta llegar mi casa y ya ahí abrí la puerta. Busqué la maleta escondida en mi habitación y la saqué. Me dirigí hacia la puerta trasera de mi casa y salí dejando mi pañuelo rojo carmesí colgado en la puerta. Esto para mi madre significaba que me habían descubierto y que yo me iría. Comencé a correr hacia el bosque, que daba a la parte trasera de mi casa. Corría entre los árboles, saltaba las piedras y atravesaba los pequeños ríos que había por todo el bosque mojándome los zapatos.

Para este punto, aún no estaba cansada. La adrenalina recorría todo mi cuerpo y me ayudaba a correr más rápido de lo que en realidad podía normalmente. Me dolían las piernas, pero tenía tanta prisa que no me detenía a pensar en ello. Sentía que alguien venía detrás mío, aunque no había nadie cada vez que giraba a verificar.

Entonces fue cuando volteé por última vez y me tropecé. Caí sobre las hojas y una que otra piedra y por primera vez me detuve, realmente me detuve. Respiré hondo, succionando un poco de tierra por la nariz. Comencé a llorar mientras tosía la tierra que también había logrado entrar a mi boca. Apreté las hojas que había entre mis manos y comencé a llorar cada vez más fuerte. Para ese punto yo ya estaba demasiado lejos del pueblo donde solía vivir. Estaba muerta de miedo.

Mientras lloraba, intentaba recuperar el aliento. Mi garganta estaba sumamente seca por el frío que hacía y me ardía mucho. Llorar hacía que me doliera en el estómago al igual que cuando te dan ataques de risa y ya no puedes respirar. También me dolía llorar porque movía las rodillas que estaban raspadas por la caída. Pero a pesar de todo, me dolía más el hecho de que tenía que irme de mi hogar. Tenía que dejar todo y a todos atrás.

Me levanté y me quedé sentada unos minutos mientras continuaba llorando. Intenté levantarme, no podía. Me temblaban las piernas y las rodillas no se podían doblar. Miré hacia los lados para comprobar que no había nadie y me baje los pantalones. Comencé a buscar heridas, tenía moretones, pero mi piel no se había abierto ni nada por el estilo. Saqué una pomada y me la unté en todos los moretones. Me puse los pantalones de nuevo y me puse de cunclillas lentamente. Recargándome en un árbol que estaba detrás mío me pude poner de nuevo de pie.

Aún no aguantaba las rodillas, por lo cual ya no iba a poder correr aunque podía caminar. Respiré hondo y saqué la botella de agua que llevaba en la mochila. Le tomé un sorbo y comencé a caminar de nuevo. Ya que no había nadie en el bosque, comencé a tararear y después de un rato a cantar. Llevaba la botella en la mano mientras que en la otra llevaba la vieja brújula de mi mamá que me iba indicando hacia dónde ir. Me gustaría decir que cantar me alegró el día, ya que siempre lo hace. Bueno, casi siempre. Me faltaban kilómetros para llegar a mi destino y mis piernas temblaban. Hice una parada de media hora. Me senté en una parte donde había pasto. Me recargué en un árbol y abrí mi mochila. En esta había un álbum de fotos.

Yo no tenía familia, la única persona que conocía, mi única amiga era mi mamá. Todas mis fotos eran con ella. Teníamos fotos en tantos lugares. Eran desde callejones que encontrábamos, hasta viajes que habíamos hecho. Después de verlo un rato, me percaté de que por primera vez en mi vida no iba a estar con mi mamá. Al igual quizás no estaría con ella por mucho tiempo y solo pensarlo me aterraba. Me levanté y volví a caminar. Después de más de una hora por fin llegué al claro con el famoso estanque. Saqué la carta que mi madre me había dado para llegar a una piedra donde se supone que era el lugar donde todos se reúnen y esperan la llegada de las personas que los lleven a la escuela. Mi madre decía que esta piedra tenía un efecto extraño. Me decía que era una piedra gigante en el piso con un tallado en forma de un gigante árbol. Decía que algunas veces llegó a ver que se ponía de color dorado o que veía que el árbol se pintaba de un vivo color verde.

El lugar secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora