Un pasado

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Cardiff, Gales, 1986


- Richard, hoy fui a la escuela de nuestra hija y los maestros tienen muchas quejas sobre su comportamiento. Un niño le arrebató su juguete y nuestra pequeña le golpeo. Dicen que aún no ha asistido a clases por los moretones. Ningún profesor la ve con buenos ojos, y ya no simpatiza con nadie.

- No puede ser, mi pequeña debe tener buena disciplina. Dice que quiere ser agente de la policía británica cuando crezca, al igual que yo. Tal vez la muerte de sus amigos de la antigua escuela le haya afectado más de lo que pensamos.

- Pienso lo mismo, y de hecho fue muy extraño... ¿crees que "aquello" tenga que ver?

- Por supuesto, "deben ser ellos" los que asesinaron a esos niños.

- Y lo peor de todo es que lo vio todo...sus cuerpos estaban totalmente... oh, Dios.

- Sí, pero eso no justifica su comportamiento. Tendremos que tomar medidas antes de que empeoré. Tengo mucha fe en ella y no quiero que esto arruine sus calificaciones en la escuela.


~~


- Pase lo que pase, escuches lo que escuches, por favor no salgas de este lugar, ni hagas ningún ruido.

Su madre le hizo entrar en un armario al fondo del pasillo, y pasó su mano temblorosa por su cabeza para acariciarla. La angustia estaba plasmada en sus ojos miel, y el intento por forzar una sonrisa fue en vano. Su hija le miraba fijamente, como queriendo así dar con una explicación que no recibiría. Lo único que sabia es que era de madrugada, habían llamado a la puerta y tanto ella como su padre comenzaron a comportarse extraño, nerviosos y asustados.

- Mamá, ¿Quién ha venido? – preguntó mostrándose firme ante su madre, pero ella solo le abrazó. – ¿Qué esta pasando? Mamá, respóndeme. – instó aguantando las ganas de llorar al ver que su madre comenzaba hacerlo.

No hubo respuesta, solo le miraba apretando sus labios, conteniendo un aluvión de emociones como si tratase de consolarse a sí misma, pero sin dudar en su propósito. La menor tenía un latiente mal presentimiento que se hundía en su pecho como una estaca.

Se escuchó un golpe seco, y tras este el estruendoso ruido de cristalería rompiéndose en la estancia.

- ¿Qué fue eso? – su voz mostró pánico.

- Eres una buena chica, quédate aquí y si alguien que no es tu padre o yo viene por ti, recuerda lo que te enseñamos – besó su frente transmitiéndole tal amor, que solo causaba tristeza. – Sé fuerte, te amo. – dijo apresurada antes de cerrar la puerta.

- Mamá... – musitó, aun temblando nerviosa.

Se dejo caer contra la pared, y se ovilló, abrazada a sus piernas. Pasaron uno o tal vez dos minutos, de puro suspenso y silencio. Su respiración estaba un poco agitada, y sentía una opresión sofocante en el pecho. Escuchó un grito de su madre, y a su padre que parecía estar forcejeando, se oía furioso pero también asustado. Sus parpados se abrieron de par en par y su respiración se agito aún más por causa de la confusión y el terror. Su pecho subía y bajaba frenéticamente, miró para los lados en busca de algo para distraerse, y no encontró nada. Seguía escuchando los gritos y forcejeos, jadeos y golpes. Se tapó los oídos con fuerza, y recordó un método que su padre le enseño para despejar su mente, y alejar los sentimientos negativos.

- Cero, uno, uno, dos, tres, cinco, ocho, trece, veintiuno, treinta cuatro...

Funcionó, solo porque los gritos cesaron. Desobedeciendo a su madre abrió ligeramente la puerta del armario, pero desde allí no podía ver nada, y no sentía los movimientos bruscos de antes. La niña de no más de 11 años, con cortos y precisos pasos caminó en dirección a la estancia, como si su cuerpo la llevará a confirmar que todo estaba bien, cuando su mente le gritaba que no se acercará.

FATE: RENACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora