Greg Lestrade (II)

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El asfalto estaba húmedo. Bueno de hecho eso era muy normal porque en Londres hay mucha niebla y mucha lluvia y siempre (o casi siempre) está el suelo húmedo. Lo que hay que remarcar en esta escena no es el asfalto mojado, cosa que no le importa a nadie, sino que un carrito de golf previamente robado de un zoo extendía el ruido de su ridículamente ridículo motor por la calle.

Greg estaba desanimado. Llevaba como veinte minutos paseando, a ver si encontraba a alguien para que fuera su cómplice atracando un banco y no encontraba a nadie. Greg quería llorar. Se sentía solo. ¿Por qué no había nadie? Su divorcio aún era reciente y el pobre detective inspector sabía el futuro que le esperaba: si no viajaba en el tiempo no conseguiría conquistar a ninguna mujer digna de su amor, cosa que lo llevaría a ser un viejo cascarrabias cuyos hobbies favoritos serían contemplar obras, quejarse de la juventud de hoy en día y colarse en las colas de los supermercados. De modo que Greg necesitaba viajar en el tiempo y para ello necesitaba robar un banco. A lo lejos le pareció ver a una persona. El policía sonrió, aceleró a tope (es decir, aceleró a 15km por hora) y se acercó a lo que parecía ser una mujer bastante borracha. Detuvo el carrito en seco, bajó, se paró frente a ella. Entonces la reconoció.

-¡Señora Hudson! ¿Qué hace aquí?

-Buscaba el camino a mi palacio y me he perdido. ¡Oh, desventurada de mí, perdida en medio de la fría ciudad! –gesticuló exageradamente la mujer. A Greg le resbaló una lágrima por la lastimilla que le daba la pobre- Un momento... ¡Mira!

La señora Hudson señalaba un escaparate en el que se podían ver expuestas unas cajas de pescado. Greg estaba ligeramuymente confundido.

-Lenguado y sardinas.

-¡No! –la señora Hudson parecía extremadamente ofendida por su estupidez- ¡El pescado no! ¡Mi reflejo! ¿No crees que soy arrebatadoramente hermosa? Y sexy. ¡Arrrrrrr!

Greg tenía tal cara de asco que parecía que acababa de chupar un limón. La señora Hudson y sexy no eran dos palabras que podían encajar en una misma frase a no ser que hubiera un "no" de por medio. Pero ella, que no parecía pensar lo mismo, de repente empezó a cantar y la música surgió mágicamente del aire al más puro estilo película musical. Dónde, además de melodías que acompañan a cantar surgiendo de la nada, todos los personajes casualmente inventan la misma canción al mismo tiempo.

I'm too sexy for my love

(soy demasiado sexy para mi amor)

too sexy for my love

( demasiado sexy para mi amor)

La señora Hudson se puso a contonearse de modo "seductor" según ella, mirando a Greg como la tigresa que está a punto de saltar sobre la presa.

love's going to leave me

(el amor va a dejarme)

Greg parecía horrorizado y a punto, de hecho, de salir corriendo.

I'm too sexy for my shirt

(soy demasiado sexy para mi camiseta)

too sexy for my shirt

(demasiado sexy para mi camiseta)

La señora Hudson empezó a arrancarse los botones de la camiseta, dejando a la vista un sujetador de encaje blanco que debió estar de moda en la década de los cinquenta.

so sexy it hurts

(tan sexy que duele)

La señora Hudson ponía cara de dolor, como si de verdad su "sexydad" fuera físicamente dolorosa. Greg estaba horrorizado. ¡Quería arrancarse los ojos para dejar de ver eso! Pero como realmente le gustaban su hermosos ojos, subió en el carrito de golf y se alejó a la máxima velocidad posible (15km/h, por si no os acordais). La señora Hudson gritó y agitó los brazos pero el policía no dio media vuelta.

Estuvo huyendo un buen rato, doblando esquinas sin parar para que la señora Hudson no lo siguiera. Greg no quería volver a verla en un buen rato. O mejor, en unos cuantos meses. Desde luego no podía atracar un banco con ella... ¡Pero con él sí! Ese hombre que andaba haciendo eses era perfecto. Estúpido y obediente, justo lo que necesitaba.

-¡Anderson!

-¡Jefe! –de verdad que el muy tonto parecía contento de verlo- ¡Vaya, pedazo de carro! ¿Me acercas a casa?

-¿Por qué no vas en coche? –preguntó Greg.

-Porque he bebido bastante y conducir es irresponsable y peligroso.

Ambos se miraron unos segundos y estallaron a carcajadas.

-¡Muy bueno, casi me lo creo! –rio Lestrade- Ahora en serio, ¿por qué vas andando?

-Porque he perdido las llaves del coche –se encogió Anderson de hombros.

-Vale, hagamos un trato: yo te llevo a casa si tú me ayudas a atracar un banco.

-Mmm... vale.

-Venga, vamos. ¡Éste mismo! –señaló Greg a un banco que había a un par de metros.

Los dos hombres (Lestrade bajó de su vehículo) se quedaron mirando la puerta del banco con semblantes parecidos a los de un simio. Habían visto miles de casos de atracos, conocían cientos de técnicas para llevar a cabo el robo, sabían cómo esquivar todos y cada uno de los sistemas de seguridad. Estando sobrios. Desgraciadamente la embriaguez lleva a estupideces y si la embriaguez se transforma en borrachera las estupideces pasan a ser auténticas barbaridades. Por eso no se les ocurrió nada mejor que estrellar el cochecito de golf contra la cristalera que hacía de pared. Milagrosamente el cristal se rompió, pero el vehículo quedó destrozado. Anderson entró rápidamente en el banco mientras Greg se dejaba caer de rodillas sobre el húmedo asfalto (mojándose así las rodillas) y empiezaba a llorar y lamentarse a voz de grito.

-¡NOOOOO! –aporreó el suelo el detective inspector- ¡Siempre se van los mejores! ¡Teníamos tantas cosas que hacer! ¡Yo quería a mi carrito!

-¡Jefe, espabile, que vendrá la policía! –la voz de Anderson a penas se oía por la fuerte alarma del banco.

-¡Nosotros somos la policía, idiota! –exclamó Greg.

-¡Sí, pero también somos los ladrones!

-Cierto...

Greg se levantó, dispuesto a limpiar el banco y huir pies en polvorosa antes de que llegaran sus compañeros, cuando barreras metálicas bajaron inesperadamente del techo. Eso impedía la entrada al banco pero también la salida...

-¡Jefe! –Anderson corrió hacia la reja, desesperado- ¡Estoy atrapado!

-¡Lo sé! Pareces un ratón...

-¡Jefe, sácame de aquí, sácame! –suplicó Anderson.

-Lo siento, pero no tiene sentido que nos atrapen a los dos. Al menos yo puedo salvarme, ¿cierto? Además te lo mereces por idiota –Greg le sacó la lengua a Anderson, se despidió con una lastimera mirada de su carrito de golf robado del zoo y huyó.

-¡JEFEEEEEEEEEEEEEEE! –gritó Anderson.

Pero su jefe no volvió.

Oh, shit!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora