Mycroft Holmes

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Tras el breve encuentro con John, Mycroft avanza con seguridad por la calle. ¡Ya sabe cómo empezar a cumplir su sueño! Debe subir por una chimenea. ¿Cómo puede ser que él, la mente más privilegiada del siglo (como suele auto llamarse mentalmente), no haya pensado en algo tan obvio? ¡Hasta el ex militar sin dos dedos de frente se ha dado cuenta antes que él!

Antes que nada Mycroft se hace una lista mental para llevar a cabo su plan:

Irrumpir en una casa. No, espera. No voy a arrugarme el traje, necesito a alguien que entre antes y me abra la puerta. Encontrar a alguien que irrumpa en una casa.

Irrumpir en la casa.

Localizar la chimenea.

Subir por ella.

Encontrar a un deshollinador que cante bien para iniciar la transformación en Mary Poppins.

No será difícil.

-¡Si estás aquí! Eres un comepasteles. ¡Comepasteles! –la grave voz de Sherlock suena sorprendentemente aguda cuando exclama la última palabra.

-¡Hermanito! Necesito tu ayuda con un asunto importante.

-¡No me llames hermanito! Y no. Te voy. A ayudar. Me da igual si es un asunto del estado, ¡apáñatelas solo! Apáñatelas... apañarse... apañar... suena a pañal. ¡Eso es porqué eres un bebé, ja! Un bebé gordo y viejo pero un bebé.

-No te sienta bien beber –ríe fríamente Mycroft, matando miradalmente a Sherlock-. Vas a tener que ayudarme porqué yo sé dónde conseguir un sombrero de pirata para ti.

-¡Ooooooh! Está bien Myc, te ofrezco mi menos sincera y más interesada ayuda.

-¡No me llames Myc!

Los dos hermanos corren tan rápido como su estado les permite hasta una hermosa casa de estilo victoriano. Sherlock se saca una horquilla rosa chillón de su estupendo pelo, para sorpresa de Mycroft, y la usa para forzar una de las ventanas de la planta superior. En pocos segundos está abriendo la puerta de la calle desde dentro. El mayor de los Holmes entra felizmente sin molestarse en cerrar.

-Oye Sherlock, estoy pensando que hubiera sido más fácil si hubieras forzado la puerta directamente.

-¿Y dónde está la emoción en eso? –sonríe petulantemente Sherlock. "Tiene razón. ¡Maldito comepasteles! ¡Yo soy el listo!"

Mycroft avanza de puntillas por el recibidor. La primera puerta a mano izquierda da al comedor y, para alegría del político, hay una chimenea. Sherlock, que se había detenido admirando los exquisitos muebles de la casa (los programas de diseño del hogar son uno de sus placeres más secretos), se siente un poco decepcionado al ver que está apagada, ya que esperaba ver a su hermano quemándose los pies.

-Vale hermano, aquí la cosa se complica. La chimenea es enorme y diría que quepo...

-Es más probable que quepa el sofá antes que tú –murmura Sherlock por lo bajinis.

-... aunque eso la escalada no es lo mío. Así que vas a tener que ayudarme a subir por la chimenea.

-¿Cómo?

-Ponte debajo y déjame subir encima de ti. Luego creo que ya podré llegar solo.

-No lo veo claro. Me vas a aplastar, Mycroft. Si dijeras de sujetar el Big Ben aceptaría sin pensarlo pero, ¿a ti? Moriré desintegrado por la energía que generaré para sujetarte, o mis huesos petarán como una rama seca al ser pisada, o mis músculos se contraerán tanto del esfuerzo que me apretarán el corazón hasta que deje de latir, o mi pi...

-¡CÁLLATE! –grita Mycroft, visiblemente molesto. Su cara roja hace juego con la corbata y sus ojos... ¡oh, olvida el maquillaje! Ese brillo irado hace que sean irresistibles-. Vas a hacer lo que te digo o no hay sombrero de pirata para ti. Y sobre todo, no hagas ruido. Digo yo que habrá gente durmiendo en esta linda casa.

Sherlock pone morritos pero agacha dentro de la chimenea. Mycroft se agacha para entrar y luego se pone de pie, constatando que tal vez es un poco demasiado estrecha. Coloca los pies en los hombros de su hermano, que suelta un lastimoso pero extremadamente masculino quejido, y pone las manos en las paredes de la chimenea.

-Ahora levántate, Sherlock.

El detective odia obedecer a su hermano pero quiere el sombrero. Se pone de pie lentamente y con gran esfuerzo porque, como ha dicho anteriormente, sería más fácil levantar el Big Ben que a Mycroft.

-A partir de ahora vas a tener que trepar tú solo, yo no puedo subirte más –puede apenas decir Sherlock.

El político se siente tentado a decirle que no puede trepar porque eso es muuuuuy estrecho y no puede ni despegar los brazos del cuerpo. Pero si se lo dice su hermano se reirá de él. Lo sacará a relucir cada vez que se vean y no dejará que lo olvide nunca. Es posible que cuando muera, Sherlock ponga en la tumba de su hermano:

"Mycroft Holmes:

hermano, estirado y tan comepasteles que una vez quedó atrapado en una chimenea.

Tus archienemigos y conocidos no te olvidan"

No, Mycroft no puede permitirse algo así. ¿Pero qué puede hacer para salir de esta situación? Quedarse atorado en la chimenea para siempre no es una opción. Decirle a su hermano que no puede moverse, tampoco. Gotas de sudor se forman en su frente y empiezan a gotear de su barbilla.

"Anda, ¿está lloviendo?" piensa Sherlock.

Pasan dos lentos minutos. Mycroft sigue sudando la gota gorda sin poder moverse y Sherlock espera, sorprendentemente, con paciencia a que su hermano suba por la chimenea de una vez.

-Oye Mycroft, necesito que te muevas ya. No me siento los hombros y esta chimenea me está dando claustrofobia –se queja el detective.

-Sí, ya... es que estoy... familiarizándome con la chimenea. Conociendo su interior.

-¡Esto no es una película Disney, Mycroft! ¡Déjate de "la belleza está en el interior", me haces daño!

Mycroft respira pesadamente. Tiene que hacerlo, decir que no puede moverse. Coge aire y aprieta fuertemente los ojos cuando...

-¿¡Qué es esto!? –grita una voz masculina desconocida.

-¡Mycroft te suelto! –Sherlock suelta a su hermano y se agacha para salir de la chimenea. Para su sorpresa, su hermano consigue aguantarse de algún modo, porque no cae. Al salir de la oscura y hollinosa chimenea se encuentra con una señora mayor que lo mira venenosamente. El que debe ser su marido parece a punto de desmayarse.

-Cariño, tráeme la escopeta –dice la mujer sorprendentemente tranquila.

-¡Mierda, Myc, déjalo estar y sígueme! –exclama Sherlock mientras sale corriendo del comedor.

-¡No puedo, estoy atascado!

-¡Te lo dije!

-¡Ayúdame!

-¡Lo siento, no puedo!

-¡Sherlock! ¡Sácame de aquí!

-¡Adiós!

Sherlock sale corriendo de la casa sin molestarse en cerrar la puerta. Los gritos de su hermano son tan fuertes que seguramente despertarán a todo el vecindario.

-¡SHERLOCK SÁCAME DE AQUÍ! ¡AYUDAMEEEEEEEEEE!


Oh, shit!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora