Oh, shit!

Mycroft Holmes (II)

-¿Cómo sacaremos a ese hombre de nuestra chimenea? –preguntó el hombre, asustado. Su mujer reflexionó, jugueteando con el rifle que había entre sus arrugadas manos.

-Mantequilla. Vamos a la cocina, este no irá a ningún lado.

En el oscuro y estrecho interior de la chimenea, Mycrof sudaba como nunca. Las gotas le resbalaban desagradablemente por su esbelto ("¡Sherlock no sabe lo que dice!") y pálido cuerpo. Los pobres viejos tendrán que fregar el salón o pasaran a ser dueños de la Gran Laguna Transpiración. Se montaran visitas guiadas, la gente entrará con cara de reverencia a admirar la gran maravilla natural. ¿Natural? Mycroft no sabe si se puede considerar natural una laguna de origen humano. No, claro que no. Es artificial. Pero él no la ha hecho queriendo. ¿Es una laguna artifural? ¿Mezcla de natural y artificial? No, suena horrible. Mycroft quiere llorar por su propia ineficacia. ¡Él es el hombre más poderoso del Reino Unido! No, más que es. ¡Es el futuro Mary Poppins! Debería saber estas cosas.

-¿¡Mycroft!?

¡Oh, alabados los dioses de todas las religiones del mundo! ¡Era Graha... Gavi... Geo... Gile...! Uh... ¡Era Lestrade!

-¡En la chimenea! –gritó Mycroft, intentado sonar calmado. Falló miserablemente.

De repente una fuerza considerable empezó a empujar al Holmes Mayor hacia abajo. ¡Por fin la gravedad estaba haciendo su trabajo! ¿Pero por qué ahora? De repente Mycroft lo vio claro. El estrés de la situación hizo que se hinchara dentro de la chimenea pero al saber que había llegado un salvador, desapareció. Había vuelto a su volumen normal y podía dejar que la física lo sacara del claustrofóbico conducto. ¡Elemental! Mycroft miró hacia abajo y vio la mano del Inspector, que tiraba de él hacia abajo. Oh, era eso. Claro. ¿En qué estaría pensando? Pffff... el estrés. El caso es que en un periquete estuvo fuera de su prisión chimeneica.

-¡Oh, Lestrade! –Mycroft se abalanzó sobre el hermoso policía y lo abrazó- ¡Gran proeza acabas de realizar! Por esto serás condecorado con la medalla al valor, el título de Sir y la banda de desatasca chimeneas del año.

Greg se llevó la mano al pecho y se puso muy tieso, orgulloso de sí mismo. Mycroft lo imitó y ambos empezaron a entonar el himno de su adorada patria. Lágrimas de emoción resbalaban de las mejillas de los emocionados hombres. ¡Inglaterra estará orgullosa! La gran hazaña se enseñará en los colegios, todos los niños la conocerán. Se creará una fiesta nacional en su honor dónde un voluntario será atascado en una chimenea y los jóvenes se turnarán para sacarlo de ella repetidas veces. Y para hacerlo más emocionante... ¡se prenderá fuego en la base de la chimenea! Porque, ¿qué es una fiesta nacional sin fuego?

-¡Cariño, hay dos! ¡Ha salido de la chimenea y se ha multiplicado! –gritó desde la puerta del salón el hombre, horrorizado.

-¡AAAAAAAAAH! –gritó la viejecita, que entró corriendo apuntándolos con la escopeta.

-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH! –gritaron los intrusos, arrancando a correr hacia la puerta.

Sonó un disparo y Greg se giró para comprobar que Mycroft (que iba justo detrás de él) estaba bien. Entonces las pupilas de Lestrade se dilataron como jamás lo habían hecho. ¡El Holmes Mayor acababa de evitar la bala al más puro estilo Matrix! A cámara lenta Mycroft torció su (esbelto) cuerpo hacia la derecha y abajo, cual bayeta siendo estrujada para sacarle el agua se sobra. ¡Qué porte, qué elegancia, qué habilidad! El mundo seguía a velocidad normal, incluidos los implicados en la situación y la propia bala. Pero Mycroft... ¡qué capacidad de cámara lenta! Greg ignoró el hecho de que en realidad la mujer había fallado de forma exagerada, apuntando dos metros a la derecha y destrozando su propio buzón. Aunque la maniobra de esquivar la bala hubiera sido innecesaria, el mérito de Mycroft era innegable.