Todos (parte I)

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Serían las diez y poco de la noche cuando un grupo de seis persones salió del restaurante. Algunos con el bolsillo más grande que otros, habían logrado encontrar un lugar bastante económico y de comida aceptable (aunque el más elegante de todos arrugó la nariz mientras sujetaba con fuerza su paraguas). Lo que pasó la media hora siguiente es un misterio. Ni siquiera los involucrados, que estaban en pleno uso de sus facultades mentales (por el momento) lo saben explicar con exactitud: alguien sugirió ir a tomar algo porque aún era muy pronto, dos hermanos se quejaron ante la idea, y veinticinco minutos y treinta-y-seis segundos después entraron todos en un bareto de mala muerte.

-Usted no debería beber, señora Hudson -sonrió Greg.

-Yo haré lo que me dé la gana. Ya no estoy en edad de ser mandada -arrugó ella la nariz. Luego miró al joven camarero- Ponme un whiskey doble.

-¡Whiskey doble! -exclamó Molly, abriendo mucho los ojos.

-La señora Hudson está desatada -bromeó John-. Para mí un cubata.

-Yo... eh... -Mycroft tenía una mueca de completo desagrado ante la carta de bebidas- pues... no lo sé...

-Un "Mariposa rosa" para él -decidió Sherlock.

El joven camarero, vestido con su uniforme negro, asintió y se retiró a por las bebidas. Dudaba sinceramente que la mitad de ese grupo fuera capaz de consumir su encargo, pero él era un empleado y no era asunto suyo opinar.

-¿Qué es un "Mariposa rosa", Sherlock? -preguntó Mycroft.

-No lo sé, me ha sonado gracioso y te lo he pedido -sonrió éste petulantemente.

-Mycroft bebiendo un "Mariposa rosa"... -Molly soltó una risita, pero al ver la fiera mirada del político calló de golpe y se encogió en su asiento.

-¡Dios mío! -exclamó la señora Hudson. El camarero acababa de traerles las bebidas, y estaban servidas en vasos tan grandes que la señora Hudson casi se emborrachó al verlas.

Pero aquello que en un principio parecía tanto se convirtió en nada. Las bebidas estaban buenas, y entre una conversación y otra todos se las acabaron. Decidieron pedir otra ronda y ahí empezaron los "déjame probar el tuyo", "a ver éste que tal está". La segunda se convirtió en otra, y otra más. Cuando llevaban cuatro rondas entró un hombre elegantemente vestido, visiblemente borracho, que se acercó a ellos. Sherlock lo reconoció y se puso en pie de un salto, con todos los músculos en tensión. A pesar de la incipiente embriaguez que se apoderaba del detective, Moriarty era Moriarty.

-Vaya, que sorpresa -saludó Jim, alargando las "s".

-¿Qué haces tú aquí? -contestó Sherlock duramente.

-Venga, Sherlock, no seas duro con él. La vida es bella -sonrió la señora Hudson, a quien el alcohol le había subido enseguida a la cabeza-. Siéntate, cielo.

Los demás, en un estado cercano al de la señora Hudson, no pusieron ninguna objeción. Sherlock se tuvo que contener y Moriarty se unió a la fiesta. La incorporación del recién llegado no disminuyó el consumo. Al contrario. La velocidad del grupo en pedir otra ronda aumentó drásticamente. Y el coeficiente intelectual de toda la calle llegó a menos ochenta-y-cinco: Empezaron a contar chistes malos, malísimos, horribles. (N/A: A partir de aquí todo el texto está corregido, para evitar que la comprensión de lo dicho por nuestros borrachos protagonistas sea nula)

-A ver si alguien adivina éste, es muy bueno -rio Molly-. ¿Cuál es el colmo de un jorobado?

-No sé -negó Sherlock haciendo un puchero, los demás expectantes.

-¡Estudiar derecho! -exclamó Molly. Todos estallaron en escandalosas risotadas.

Después de la ronda de chistes, de los cuales absolutamente ninguno tenía gracia si estabas sobrio, empezó Eurovisión. Dicho de otro modo: cantar. Porque todo el mundo sabe que los borrachos cantan. Fatal, pero lo hacen. Y suelen gritar bastante.

-GOOOOOOOOOOOOD SAAAAAAAAAVE THE QUEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEN -entonó Mycroft, que estaba de pie sobre la silla. Los demás daban palmas y le hacían los coros, mientras el joven camarero los miraba preocupado.

Lo siguiente fueron las lágrimas. El diminuto bar se llenó de llantos apasionados, nunca nadie había llorado con tanto sentimiento como aquellas dispares personas ese día. Por suerte la señora Hudson llevaba pañuelos en el bolso. Cinco paquetes. Porque nunca se sabe.

-Y yo... yo... yo no podía hacer más que gritar: ¡No, no! -Sollozaba Jim, a pleno pulmón- Ojalá fuera mentira... ¡Pero era verdad! Mu... Mu... Mu... Mu... ¡Mufasa estaba muerto! -Todos lloraban, haciendo temblar la mesa- ¡Y Simba lo vio! Simba lo vio...

Otro tema recurrente en los borrachos suele ser la política. Es muy curioso. Estando ebrio todo el mundo encuentra la solución a todos los problemas del mundo. Si el alcohol es capaz de obrar esa maravilla, ¿por qué no hacer obligatorio que nuestros políticos y dirigentes estén siembre bebidos? ¡No existirían los conflictos, ni las crisis, ni nada! Estaban en medio de una apasionada discusión política cuando alguien inició la locura que arrasaría medio Londres.

-¡A la mierda todo, yo voy a ser Mary Poppins! -exclamó Mycroft, dando un puñetazo en la mesa de madera.

-¡Claro que sí, hermano, cumple tu sueño! -Aplaudió Sherlock- ¡Yo seré un pirata!

-¡Pues yo salvaré a todos los animales de Londres de su jaulas! -una lágrima resbaló de la mejilla de Molly por el importante cometido de su misión en la vida.

-¡Yo protagonizaré mi propio musical en Broadway! -saltó Moriarty.

-¡Entonces yo seré un viajero del tiempo! -estiró Greg el brazo, para que alguien le chocara los cinco. Nadie lo hizo.

-¡Y yo seré el mejor graffitero del mundo! -canturreó John.

-Falto yo -anunció la señora Hudson-. Yo... -se puso de pie- seré... -los demás contuvieron la respiración- ¡La reina de Inglaterra!

El grupo estalló en aplausos y vítores para deleite de su querida señora Hudson (querida, querida... digamos que por unos más que otros). La mujer saludó educadamente con la cabeza, pero cuando decidió que ya era suficiente levantó la mano y los demás callaron al acto. Todos la miraban y la señora Hudson se sentía poderosa y sexy. Sí, sí, sexy. Eso lo pensaba ella, no yo, no me mires mentalmente así.

-¿Qué hora tenemos, Mycroft? -preguntó la señora Hudson. Porque sí, ella era poderosa y sexy, y podía hablarle al mismísimo gobierno como si fuera un niño pequeño.

-Las doce menos un minuto -respondió éste, sumiso.

-Bien, escuchadme -prosiguió la señora Hudson-. A las doce en punto empezará la carrera. Tenemos toda la noche para cumplir nuestro sueño. Nos encontraremos a las diez de la mañana en ________. Allí veremos quien ha sido capaz de volar por encima de las estrellas y llegar a ser una de ellas -concluyó la señora Hudson apasionadamente. Alguna que otra lágrima de emoción salió de los ojos de los demás ante las poéticas palabras de la mujer- Mycroft, da la salida.

El político asintió y se puso de pie, con los ojos fijos en el reloj. Se sentía importante por la función que le tocaba ejercer en esos momentos. Abrió la boca y gritó bien fuerte, para que todos le oyeran.

-PREPARADOS... -todos se pusieron en posición de correr, a punto para empezar su carrera - LISTOS... -el camarero joven los miraba atónito. La señora Hudson, poderosa y sexy, le guiñó un ojo. El camarero se puso pálido y se escondió detrás de la barra- Y... ¡YA!

Y ante ese grito, los siete salieron corriendo. Cada uno en una dirección. Ninguno sabía ni a dónde iba, ni que haría. Pero sí sabían que su objetivo era cumplir su sueño y que tenían diez horas para lograrlo. Desde luego, no imaginaban los "pequeños" daños colaterales que sufriría la ciudad por culpa de su loca y apasionada carrera.

Oh, shit!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora