La muñeca estaba muy bien cuidada, pero por la supuesta antigüedad que mostraba su apariencia, lucía espeluznante. Tenía décadas dibujadas en su rostro de goma dura, pintado a mano los detalles de sus ojos, pestañas, cejas, labios y pecas. Tenía una mirada penetrante y profunda, que junto con el peculiar gesto de su cara ysu sonrisita pícara daba la sensación deuna niña curiosa y burlona que había descubierto algo y se jactaba por eso. Su pelo, sin duda y como todas las muñecas de su supuesta época, era real, de color castaño oscuro que le caía hasta la cintura y que podría estarreluciente si las cortinas pesadas, de color gris no hubieran impedido la entrada de los opacos rayos de luz del sol de otoño en la habitación. Llevaba puesto un desgastado vestido de novia de color lino, sobrecargado con tul y armado con seda y organza descolorida, acompañado con dos zapatitos negros que desencajaban con todo su vestuario._ Mami, ¿me la puedo quedar? -Preguntó Edith_ Ay, no lo sé. Mejor te compro una nueva mañana -le contestó ella, desaprobando la idea de quedarse con ese horrible vejestorio_ ¡Yo quiero a Maddie, no quiero una muñeca nueva! -exclamó dramatizandola situación, sobresaltándose violentamente.Maia apartó la vista de la muñeca y sefijó en su hija, nunca había reaccionadoasí en sus seis años de vida._ Está bien, está bien. Te la puedes quedar, pero no grites así. A mamá y papá no le gusta que nos grites. ¿De acuerdo?Ella asintió con la cabeza y le arrebató con ligereza la muñeca para retirarse de la habitación.Al irse, Maia se dirigió hacia Axel, todavía pensando en el comportamientode Edith._ ¿Viste cómo me gritó? Eso no es típico en ella.Axel se acercó hacia ella y la envolvió en sus brazos.