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El viaje se ha pasado más rápido de lo esperado, he dormido otras tres horas, y las dos restantes he estado escuchando música, y hablando con Emma de la incómoda situación de la comida con esos dos. Espero no volver a coincidir con ellos. Apenas quedan quince minutos para llegar a nuestro destino y ya estoy de los nervios. No sé cómo va a ser el campamento, ni cómo voy a dormir, ni con quién voy a estar este mes, si voy a conocer a alguien o voy a estar totalmente marginada, no lo sé, solo sé que es un campamento muy famoso y viene gente de todo el mundo, aunque sea público.

Llamo a mi padre y le explico que quedan solamente diez kilómetros para llegar tal y como dice la pantalla del bus. Dice que cuando ya esté instalada le llame otra vez y cuelga. De pronto se empieza a parar el autobús. Se dirige al arcén y frena por completo. El conductor explica que el motor ha fallado y hay dos opciones; o ir caminando con las maletas nueve kilómetros al campamento o esperar tres horas a que llegue una grúa a por el autocar en medio de la nada. No le veo el sentido. Una grúa no va a llevar a sesenta personas hasta un campamento.

Emma y yo nos quedamos pensando un plan, porque ya son las siete de la tarde y hay que deshacer las maletas, y a mí me apetece una buena ducha en condiciones. Mi compañera de viaje tiene una idea perfecta. Hacer dedo. Eso significa, autoestop. Por esta carretera no pasan muchos coches, pero seguro que alguno se para. Así que cogemos las mochilas, maletas, nos despedimos del conductor, que raramente nos deja irnos solas, y caminamos hasta doblar la curva y perder de vista el autobús y su 'tripulación'.

Llevamos como veinte minutos y ningún coche nos deja subirnos con ellos. Emma está sudando a chorros, y yo bebo agua todo el tiempo. Ya nos hemos acabado las patatas fritas de la gasolinera, y las dos botellas de agua están en las últimas. De repente, un coche negro va aminorando la marcha hasta que por fin frena por completo. En el asiento del piloto hay un hombre con pantalón corto beige y un polo del mismo color con un pañuelo rojo atado al cuello. A su izquierda en el asiento del copiloto está una chica más o menos de mi edad, con ojos oscuros y pelo largo y negro. Nos mira y sonríe.

-¿Vais al campamento Adventure?- pregunta, todavía sonriendo.

-Sí, el autobús se ha parado, por algo del motor y hemos decidido hacer autoestop  porque no podríamos aguantar nueve kilómetros caminando con las maletas. ¿Vosotros también vais? - explica Emma.

-Sí, este es mi padre, y el director/monitor del campamento, así que habéis tenido suerte ¿Verdad, papá? - dice mirando de reojo al director. Él nos sonríe y dice que podemos subir. Ponemos el equipaje en el maletero y subimos al coche. Él dice que mandará uno de los autobuses de ''Adventure'' para recoger a los chicos y chicas que se han quedado atrás, porque Emma está nerviosa por su hermano mayor. Eso le tranquiliza.

Mientras hablamos, el hombre, que se llama Edmonds nos hace una idea de las actividades y habitaciones del campamento. Aria, que es la copiloto es súper maja y se me hace muy agradable. Pero no creo que encaje conmigo. Ella al ser la hija del director será popular y, bueno, yo no. No creo que sea tan graciosa como Emma, pero al parecer ellas dos se llevan bastante bien. A la vuelta de la esquina observo que pasamos bajo un cartel de madera en el que pone ''Adventure'' y tras unos segundos llegamos al sitio.

Teen summer lifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora