XII

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Una vez en París me quedo en el piso de Angelo y él se va a hablar con su tío, luego me daría el parte de lo ocurrido. No le diría a nadie que había vuelto a París con él, así no me buscarían. Me quedo en la casa dando vueltas y entonces me encuentro una cajita de cigarros, nunca había tenido el vicio pero en esa situación siento la necesidad de probarlo para ver si calma mi ansiedad. Enciendo un cigarrillo y después de un par de caladas empieza la tos acompañada de algo de sangre, así que decido que mejor apagarlo y que me devore la ansiedad. Cuando ya cae la noche llega Angelo y corro a su encuentro para que me cuente lo ocurrido durante el día.

-Mi tío tampoco está dispuesto a dejarte ir con ellos, no tuve más remedio que contarle lo que te pasó con Ricardo, lo siento. Pero era la única forma de que entendiera de que no podías volver con ellos.

-Sí, no pasa nada. ¿Qué más ha pasado?

-El único trato que ofrece es que si tú te vas con ellos quitarán la denuncia y además darán un donativo para ayudar a alzarse al teatro.

Entiendo la gravedad del asunto y todo color desaparece de mí cara, no puedo volver con ellos, tengo la sensación que nada más con que Ricardo me viese una vez no volvería a verme nadie nunca ni siquiera Angelo.

-No pienso darme por vencido, así que no pongas esa cara -dice levantándome el mentón y mirándome a los ojos. -Incluso con estas pintas sigues siendo la mujer más bonita del mundo.

Se me escapa una sonrisa, la verdad es que no estoy en muy buenas condiciones, los ojos con grandes sobras negras y hundidos de no dormir y la piel pálida como la de un muerto pese a estar morena. Nos quedamos los dos tumbados toda la noche abrazados en la cama, aunque sé que él tampoco puede dormir.

Al amanecer me quedo dormida y cuando me despierto con el sol ya en su cumbre oigo que la puerta de la casa se abre, no sé porque pero mi instinto me indica que no es Angelo, así que me escondo en un rincón oscuro dentro de una caja al lado de un armario. Oigo unos pasos registrar la casa hasta llegar cerca de donde estoy.

-¿Cat? Caterina, sé que estás aquí, mi hermano nunca te dejaría quedarte sola allá donde estuvierais y he visto vuestra ropa en la habitación -es Loui. -Cat sal de donde estés, ¿no ves que si te quedas aquí y no te vas con ellos no le haces más que daño a Angelo?

Los pasos se acercan hasta donde estoy y me encojo todo lo que puedo en la caja.

-¿Estás aquí? -dice mientras abre las puertas del gran armario, hubiese sido un lugar muy obvio para esconderse. -Mierda Caterina, ¿dónde te ha metido Angelo? Con todo el trabajo que estoy haciendo de poner la denuncia y dar el aviso de que habías estado trabajando por el teatro. Si yo no puedo tenerte él tampoco lo hará -dice escupiendo las palabras al salir de la casa.

Me habia quedado bloqueada del asombro. ¿De verdad Loui seria capaz de hacer algo así? Sucia rata rastrera, es capaz de denunciar a su propia familia y causarle el mal porque no le correspondo. Luego se lo diré a Angelo y rendiremos cuentas con él, nunca creí que Loui pudiera ser así. Unos minutos más tarde vuelve a abrirse la puerta de la casa y yo aún permanezco en la caja por miedo a que pueda ser alguien que no fuese Angelo.

-¿Cat? Cat soy yo, Angelo. ¿Dónde estás?

Salgo de la caja y Angelo corre a cogerme en volandas abrazarme y besarme.

-No sabía si mi hermano te había encontrado o te había hecho algo, estaba muy preocupado -dice estrechándome fuertemente entre sus brazos.

-Tranquilo, estoy bien -le digo, una vez me suelta, intentando calmar su agonía.

-Dios mío, menos mal que estas bien. Mi hermano se ha vuelto loco, fue él quien dijo que habías estado trabajando para el teatro, me lo ha dicho a la cara para regodearse y se ha ganado un puñetazo que le dejará el ojo morado un par de semanas.

Los 50 jettesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora