XIV

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Camino por las calles venecianas y el aire lleva impregnado un embriagador olor dulzón proveniente de alguna hostelería cercana. Me recuerda a los croisans que Angelo me llevaba siempre después de los ensayos. El viento ha empezado a soplar con más fuerza y consigue traspasar el anorak, haciendo que me estremezca. Recuerdo las tardes frías en París cuando nos quedábamos los dos cerca del fuego, con mantas y una baraja de cartas. Todo me recuerda a él.

Un periódico llega arrastrado por el viento hasta mis pies y me agacho para recogerlo. "14 de diciembre". Hace meses que espero a que Angelo vuelva y mientras solo puedo observar a felices parejas paseando de la mano, mientras yo sigo con la incertidumbre de si está bien. No sé nada de él desde que me fui de París y no hay forma de contactar con nadie cercano a él.

-¡Signorina! ¡Signorina! Per favore, ¡coja el periódico! -dice un hombre corriendo en mi dirección.

-Aquí tiene usted -le digo tendiéndole el periódico escapista.

-¡Mil gracias! Se me ha escapado con este viento infernal. Tenga buena tarde -dice para despedirse.

-Igualmente -le contesto viendo cómo se aleja y retomando mi camino.

Estas tardes cuando todo me recuerda a él, todo a mi alrededor es melancolía.

Aun así, cuando por fin llego a la cafetería con calefacción y veo a Giovanni sonriéndome desde detrás de una mesa mi ánimo se alegra y me da fuerzas para seguir esperando.

-¡Hola Giani! -le saludo mientras dejo mi chaqueta en el respaldo de la silla y me siento.

-¿Que tal hoy en la tienda Cat? -me pregunta mientras hace una seña al camarero para que se acerque.

-Bien, el jefe me ha dejado salir antes... Por cierto, las pinturas que me pediste ya han llegado -le digo al recordar como he tenido que recoger todos los botes de pintura apilados que se me han caído buscando sus pinturas.

-Que bien... -dice este distraído mientras mira el televisor que hay a mi espalda y mueve la pierna nerviosamente.

-¿Estás bien?

-¿Eh? ¡Ah! Sí, sí, perfectamente. ¿Por qué lo dices? -me dice centrando la mirada en mi de nuevo.

-Porque parece que el documental sobre piedras de colores que están echando en la tele te interesa más que lo que te cuento. Y tu pierna no para de moverse -le digo para que entienda que no sabe ocultar muy bien su nerviosismo. -Hay otra tele detrás de ti, también puedo ver lo que miras -le digo aclarando que acertar que lo que ponen en la tele no ha sido un síntoma de que soy vidente.

-No es eso es que... Un café solo y un café con leche para la señorita -le dice al camarero, remarcando "café con leche".

-¿Cómo sabes que tomo café con leche?

-Simplemente he probado suerte, es como adivinar por qué lado sale el sol, solo hay dos opciones y es fácil tener la suerte de tu parte -dice dirigiéndome una breve sonrisa y concentrándose en una servilleta que se convierte en el foco liberador de su nervio, mientras va arrancándole cachitos poco a poco. Una explicación algo larga a la pregunta en verdad.

-Ya... Bueno como quieras... -digo mientras cojo mi teléfono y reviso los mensajes del día, y en la pantalla de fondo me aparece una foto que nos hicimos Angelo y yo hace mucho tiempo. Cuanto le añoro.

-Espera un momento... -dice Giovanni mirando con atención por el cristal que da a la calle. Y me giro con el mismo interés intentando ver lo que observa con tanta atención. -Ese es... No puede ser, ¡es Pietro! ¡Ese maldito me debe la mitad de un retrato que le hice a su hija! En seguida vuelvo Cat. ¡Eh! ¡Pietro! ¡Ven aquí! -dice mientras traspasa la puerta de la cafetería.

Los 50 jettesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora