Mi deseo en el día del niño ~ Parte 2

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Sus ojos se clavaron en mí y su respuesta tardó en llegar.

No me importó que no dijera nada de la flor que le había regalado y tampoco me molesté cuando la trituró con sus propios dientes mientras me miraba desafiantemente. Pero decirme que me largara, eso fue más que innecesario. El súmmum de la arrogancia.

Mi hermana me encontró refunfuñando nuevamente. Íbamos camino a su departamento y a pesar de que intentó levantarme los ánimos, se notaba que estaba a kilómetros de lograrlo.

— Nunca te había visto así, tan enfurruñada en algo. En primer lugar, ¿por qué fuiste a hablarle? — quiso saber mi hermana mientras bajaba un cambio y media el espacio para estacionar su auto.

— Fui a saludarlo. — declaré mi pérdida instantánea de dignidad.

— ¡¿Qué?! ¿Por qué? — preguntó sorprendida por la respuesta.

— Era un compañero de la escuela. — expliqué mirando a través de la ventana del vehículo, disimulando que no me molestaba en absoluto el asunto.

— ¿Ese niño iba a tu escuela? — su asombro me resultó ofensivo, él era un niño normal hasta que... bueno no sabía con exactitud en qué momento pasó a vivir así, pero seguía siendo un niño igual que yo.

¿Cómo había ido a parar a la calle? Qué gran dilema. Una vez fue nuestro compañero de clases, un bravucón, un maleante sin escrúpulos que no hacía más que fastidiarnos siempre que podía. Pero verlo en ésa situación no me hacía sentir menos miserable por su suerte.

Esa noche cenaríamos en casa de Talía. Volver hasta mi casa implicaba recorrer toda la ciudad y ya me había acostumbrado a dormir allí. Había preparado la habitación que sus sobrinos utilizaban cada vez que venían a visitarla y casi la sentía como propia. Ella me había brindado su afecto y calidez, cuando deberían haber sido mis padres quienes se encargaran de ello. Sin embargo, estaba más que agradecida. Talía era una persona importante en mi vida y no me avergonzaba en lo más mínimo admitirlo. Era para mí la hermana que nunca tuve.

El vidrio de la ventana se empañaba con cada suspiro que le regalaba. Era una noche fría para andar por ahí sin un par de zapatillas y aquel pensamiento no me dejaba para nada tranquila.

Tal y como siempre solía hacer después de cenar, Talía sirvió su café en la mesa y me ofreció una chocolatada que humeaba un aroma sumamente agradable. Conocía ésa mirada. Estaba ordenando los pasos que daría para revolver la maraña de ideas que había dentro de mi cabeza y así averiguar lo que estaba pensando. No la culpo, últimamente me la pasaba más pensativa que de costumbre. En un par de días iban a cumplirse dos años de la partida de mis padres, mientras que por mi parte volvería a pasar "el día del niño" sola, ellos seguirían con su gira de reuniones a nivel mundial.

Éste año Talía planeaba quedarse conmigo, pero rechacé su oferta rotundamente. Sus sobrinos, al igual que el año anterior, estarían aguardando con ansias la visita de su tía. Yo no sería el ogro que arruinara su día sólo para el bien del mío.

Se quedó mirándome un largo rato sin que me diera cuenta y entonces dijo:

— No sabía que lo conocías. — comentó con curiosidad inofensiva.

— Nadie en la escuela olvidaría a Fausto. Eso te lo aseguro. — respondí de inmediato, soplando el cálido vapor que salía de la taza.

— (Risitas) Si crees que fue problemático en la escuela, ni te das idea de lo que era en su casa. — ironizó con una sonrisa de complicidad.

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