Un viaje emocional

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Siempre había sido mi sueño. Sólo mío. Quería hacerlo realidad a como diera lugar. Deseaba con todas mis fuerzas ser de ésas personas que hacían hasta lo imposible con tal de alcanzar un ideal. Pero era una cobarde. Una persona intentando vivir una vida que simplemente no le pertenecía. No sé en qué momento pasó, no sabía en qué instante pasé a estar en segundo plano en mi propia vida. Sólo sabía que mi lugar ya no estaba allí, dando clases en un Instituto. Mi sitio estaba en otra parte y me llamaba a gritos por mi ausencia.

Mientras contaba los pocos billetes que había reunido en mis meses de trabajo, cargaba en mi mochila un equipo de ropa y los documentos que podría llegar a precisar; pensaba en cuánto tiempo me llevó tomar ésa decisión. Viviendo en la comodidad del ceno familiar me había olvidado qué era lo que realmente me hacía feliz.

Había olvidado cómo se oía la voz de mi consciencia riendo con ganas. Me había olvidado a mí misma en el proceso de vivir. Porque simplemente me había limitado a existir. Y para cuando fui consciente de ello, la idea sencillamente me tomó por sorpresa, aterrándome por completo. Tenía pánico de no estar viviendo como debía. Porque vivir implica desear más y mi ser se había vuelto demasiado básico y conformista. ¿Dónde habían quedado mis hazañas? Esas que de niña me escabullía de la mesa tan pronto terminábamos el almuerzo. Escalar árboles, tirarme de una hamaca en movimiento, esconderme perfectamente durante las escondidas, rozar la base de la pileta en verano simulando ser una ballena. Se suponía que cuando creciera, ésas aventuras serían lindas anécdotas, hasta incluso, trascendentales. Pero que debían ser superadas conformes el tiempo pasara. Es decir, volverse más intensas, cambiándolas quizás por una secuencia que un adulto con unos pocos recursos pudiera realizar libremente para así pasar de escalar árboles a escalar montañas, saltar en vez desde una hamaca ahora lo hiciera de una tirolesa desde un cerro a otro. Esconderme de algún tiburón mientras nadara en las profundidades del mar, y con suerte, siendo acompañada de una ballena de carne y hueso.

Ésos eran mis anhelos. Nunca dejé de ser una niña por dentro y pensar cada vez más en ello me hizo dar cuenta de lo mucho que me faltaba vivir a "Mi modo" y no como al mundo le diera la gana. Ser profesora era agradable, un trabajo excepcional que disfrutaba. Pero aquella niña malcriada, golpeaba mi pecho cada vez con más intensidad. A tal punto que en cualquier instante saldría de mi interior gritando barbaridades al sistema represivo que mi estilo de vida le había impuesto por sí mismo.

Miré mi reloj. Estaba ansiosa. Estaba tomando la decisión más audaz de toda mi vida. Saldría de la puerta de mi apartamento sola. Mi moto me esperaba ansiosa afuera. Estábamos listas para salir.

Sin embargo, cuando prendí mi motocicleta, vi por los espejos que se detenían detrás de mí dos vehículos más. El motociclista se sacó el casco y sonrió emocionado. La camioneta a su lado bajó el vidrio y dos rostros alegres se asomaron iluminando el mío. Esos tres serían mis acompañantes. Como lo habían sido toda mi vida, se sumaban a la que sería quizás la más loca de todas mis ocurrencias. Se unían a mi viaje personal y los recibía con todo gusto. Déjenme presentárselos, ellos eran: Silvana, Emmanuel y Mariela. Ellas irían en la camioneta mientras él conduciría su motocicleta a la par de la mía. ¿Y yo? Por si se lo preguntaban, mi nombre es Paola y ésta es mi historia.



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