Partir de Argentina había sido difícil, dejar atrás a tu país natal genera cierto pánico que hace más triste cualquier viaje al que te quieras emprender. Sin embargo, aquí no había nada que lamentar. Llevaba conmigo a tres personas sumamente especiales conmigo. Cada tanto relojeaba en la ruta que ellos mantuvieran el ritmo, pero íbamos parejos y sin inconvenientes. Claro, hasta que se me pinchó la rueda trasera la que descubrí en llanta cuando salimos de almorzar en un pequeño restaurante al costado de la ruta en Mendoza. Allí teníamos que esperar al mecánico para que pudiera arreglar el pequeño desperfecto. Pero el mecánico tenía bastante trabajo atrasado y nos pidió hasta la tarde para arreglar el asunto. Cuando insultaba al universo por mí mala suerte, fue Emmanuel quien propuso ir a explorar la zona mientras arreglaban la motocicleta.
Fue así como dejamos nuestros vehículos y salimos a caminar por entre las montañas. Al ser verano, el aire frío refrescó nuestros pulmones y nos llenó de buen augurio renovando nuestro espíritu. Después de una larga caminata, escalamos unos cuantos metros con la ayuda de unos arbustos que crecían en el lugar hasta que llegamos a un pasaje donde encontramos una escalera, que a pesar de su mal estado nos atrevimos a cruzar. Allí íbamos, lanzándonos ánimos para cruzar aquel acantilado para sólo ir por más. Con el corazón latiéndome a mil, llegué al otro extremo, donde me recibió la mano de Emmanuel quien estaba atento a mi traspaso listo para ayudarme a lograr mi objetivo. Una vez en el otro extremo del acantilado, ayudamos a nuestras dos acompañantes, Mariela era la más joven de los cuatro por lo que siempre teníamos más recaudos con ella, no queríamos que nada malo le sucediera, por lo que Silvana se quedó detrás de ella cuidando su retaguardia. Cuando ella estuvo con nosotros arriba del acantilado, tomamos cada una con una mano a Silvana quien reía ante la fuerza de las menores del grupo que lograban socorrerla sin esfuerzo. En su interior seguramente se preguntaría en qué momento dejamos de ser ésas chiquillas que de niñas solían desordenarle las camas tan pronto como terminaba de hacerlas. Recordé con gracia cómo salíamos corriendo con Mariela de nuestra habitación riéndonos a carcajadas por la picardía que habíamos hecho.
Cuando nos miramos entre las tres, mostramos cierta nostalgia compartida y volvimos la mirada hacia Emmanuel, cuya mirada estaba distante y perdida en aquel horizonte espectacular que habíamos ido a ver sin siquiera saber cuán sorprendente podría llegar a ser aquella imagen ni su efecto permanente para nuestras retinas.
Mi última imagen de Argentina se resumió a aquel mediodía en medio de la montaña. El sol bailaba sobre nosotros mientras contemplábamos con fascinación la gran Aconcagua nevada. El viento frío golpeó mi frente y supe que era hora de regresar.
Cuando volvimos a lo del mecánico, la moto estaba lista para seguir el viaje. Tomando unas provisiones, nos marchamos camino a Chile, donde nos aguardaban un par de gigantes escondidos.
Cuando llegamos a Santiago, estábamos exhaustos pero la emoción de volar hizo que el cansancio se desvaneciera.
Así fue como terminamos en un avión que nos llevó directo a la Isla de Pascuas. Donde reconectamos nuestras mentes a nuestros corazones mientras la energía del lugar nos decía que todo en el universo estaba sincronizado. Silvana dirigió la expedición en ésta ocasión, ella amaba los lugares verdes y llenos de vida, pero el silencio solía alterarla más que el ruido. Por lo que nos guió a través de largos caminos que de no haber sido por su excelente sentido de la orientación nos hubiéramos perdido tan pronto salimos del hotel.
Cuando descubrimos la escena de gigantes de piedras asomándose a nuestro campo de visión, en lo personal sentí que podía tachar algo más de mi lista. Mientras veía a mis compañeros de viaje examinando las estructuras majestuosas del lugar, mi interior se estremeció de regocijo. Quería que hubieran más momentos así. Llenos de paz y entusiasmo. Deseaba ver a esos tres riendo y contando chistes todo el tiempo, discutir ocasionalmente y sin necesidad de pedir perdón volver a hablarnos así como si nada.
Aquella tarde contemplamos el atardecer en la playa, la puesta de sol en el horizonte marítimo fue tan magnífica como impecable. Mientras se escondía el sol, algunos turistas decidieron hacer una fogata en la playa y no pudimos negarnos a la invitación. Una noche llena de historias de terror y música al compás de una guitarra criolla.
Al caer la noche, el cansancio se hacía oír. Lo que me hizo recordar que mi niña interior había dejado de quejarse y se regocijaba apaciguada en mi pecho haciéndome sentir orgullosa de mí misma por haberle hecho caso al emprender aquel viaje.
Silvana impuso la marcha de regreso al hotel. Al día siguiente nos esperaba un vuelo de regreso a Santiago, donde emprenderíamos la marcha hacia Perú, iríamos hasta el Machu Pichu para reconciliarnos ya no con el universo, sino con nuestra propia humanidad.
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Cuentos para pensar
Random"Cuentos para pensar" una frase que lo dice todo. Siéntate y ponte cómodo, porque cada historia te dejará un sabor distinto, acompañado de una enseñanza que espero sepas descubrir. Cada tanto iré actualizando y subiendo historias nuevas. Mientras...