Un viaje emocional ~ Parte 3 ~ FIN

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Un largo viaje hecho entre dos motociclistas y dos pilotos de ciclomotor. Llegar a Cusco no fue fácil, pero cuando pisamos las tierras del Machu Pichu supimos que había valido la pena. Los almuerzos al costado de la ruta, y las más bellas imágenes dignas de ser postales llenaban mi corazón de satisfacción.

Mi viaje personal había sido un éxito, porque no sólo había logrado reconectarme conmigo misma sino con ésas tres personas que habían sido mi mundo cuando era niña. Mis primeros amigos de la vida. Ésos tres con quien compartí mi primera risa y hasta mi primer llanto. Las alegrías se contaban a gritos y las penas se sacaban con la misma intensidad. Nunca existieron paredes lo suficientemente fuertes como para que no pudiéramos romperlas, porque por el otro no sólo derrumbábamos paredones sino que movíamos cordilleras.

Sin embargo, con el tiempo me daba cuenta de una cruel verdad. Silvana se alejaría, para formar su propio grupo familiar. Quedaríamos como los tres mosqueteros. Valientes e indomables, pero aún así sentiríamos su ausencia. Ella fue la primera en despedirse. Debía regresar a su hogar, su viaje personal junto a nosotros terminó allí mismo contemplando el intrigante Templo de las Tres Ventanas.

Siendo la mayor que partía a su propio destino, el que la llamaba con insistencia, se dignó a responder el llamado y seguir sus propios rumbos. Así, sus pasos se apartaron de los nuestros, pero su espíritu seguía palpitando en nuestros corazones acompañándonos en cada paso que dábamos. Sus consejos fueron de ayuda, gracias a ella aprendimos a oír las tormentas y a orientarnos con mayor facilidad en cualquier parte donde estuviéramos.

Con Mariela y Emmanuel fijamos nuestro próximo destino. Ecuador nos recibiría con sus Baños de Agua Santa. Donde purificamos nuestra alma hasta dejarla reluciente. Sentía la adrenalina correr por todo mi ser. Y cuando vimos las tirolesas no dudamos en tirarnos al que sutilmente eran unos precipicios. Emmanuel fue el primero, seguido de Mariela. Yo quedé al final, esperando un poco de viento a favor para dar el gran salto y liberar el grito ahogado de libertad que tenía atravesado en la garganta. Esa noche quedé afónica, y fui el motivo de burlas durante varios días en lo que iba nuestro viaje hasta Colombia. Lugar donde nuestra más joven tripulante decidió darnos la noticia de su retorno a casa. Su viaje junto a nosotros había culminado tan pronto puso un pie en las aguas sanadoras de Ecuador. Y al igual que Silvana, al momento de despedirnos la vimos radiante. Brillaba tanto por dentro como por fuera. No sentimos pena al verla marcharse antes que nosotros. Porque sólo estaba regresando al lugar al que pertenecíamos. Su destino la llamaba y ella muy confiada, respondía al llamado, dejando detrás a su pasado para dar lugar a un buen futuro. Nos despedimos en Bogotá, ella voló directo a Argentina llevando grabado con ella nuestra imagen en la Catedral de Sal como recuerdo.

Mientras partíamos sabía que pronto vendría una nueva despedida. Los días pasaban volando y pasar por América Central había sido casi una odisea donde la diversión se mezcló con la pizca de la nostalgia que nos hacía sentir un tanto melancólicos. Nos faltaban un par de compañeras cuyas ausencias todavía no podíamos compensar con simples llamadas por teléfono. Más el viaje se había hecho intenso y requería toda nuestra atención.

Sin embargo, al llegar a México supe que tendría que lidiar con la más difícil de todas las despedidas. Ya que después de un largo recorrido juntos Emmanuel decía Adiós. En Mérida saludé un avión en el que sabía que él no estaría. Y la motocicleta que me acompañó a la par durante todos esos kilómetros, desde casa hasta la pirámide del Chichén Itsa, se desvaneció junto con su sonrisa.

La noche anterior vi mi primera lluvia de estrellas fugaces desde aquel lugar místico de México. En donde me di cuenta de un centenar de cosas que a lo largo de mi vida había dado por sentado.

Seguiría recibiendo las llamadas de Silvana y Mariela, mis dos queridas tripulantes que habían regresado a sus cálidos hogares para reemprender la marcha de sus destinos. Pero durante mucho tiempo, había rezagado mi propio destino por miedo al fracaso. Había huido de lo inevitable y había pospuesto mi propio viaje de sanación personal.

Nuestro apreciado Emmanuel no regresaría a nuestras vidas por más que lo quisiéramos. Porque su destino había terminado mucho antes que el nuestro. Más su corazón latía en cada una de nuestros recuerdos y ésa verdad embargaba mi alma. Porque había dejado de generar recuerdos en el mismo momento en que él había muerto hacía un tiempo atrás. Y el pensamiento desconsolado de ser él la última persona que esperaba apartarme, que me había dejado de lado sin siquiera cuestionárselo, me había robado la paz interna así como el aliento.

Pero si algo había aprendido a lo largo del viaje que había emprendido, era que pensarlo de ése modo era egoísta.

Lo que mi alma intentaba desesperadamente era explicármelo. La había acallado por demasiado tiempo y ahora que dejaba que hablara libremente había logrado ver todo con más claridad.

Y entre los recuerdos de mi pasado, lo terminé encontrando.

Ahora podía verlo entre mis recuerdos, ambos allí riendo tentados en el garaje, tras ser echados del comedor por nuestra propia madre al no parar de reírnos durante la cena. Mientras recordaba con emoción cómo largábamos las carcajadas limpias, suspiré nostálgica. Al fin te había encontrado.

El celular volvía a sonar mientras contemplaba las estrellas puse el altavoz para que pudiéramos oírlas ambos. Aunque ésta vez no pudiera verlo plenamente, lo sentía cerca de mí. Porque un hermano mayor jamás te dejará de cuidar. A pesar de todo, siempre seguirá cerca para ti.

La voz de Silvana dio inicio a la conversación, Mariela no se resistió y exigió ser puesta en el altavoz, mientras me reía por su insistencia, me sorprendieron las voces de nuestros padres dándome ánimos. Querían que regresara pronto. Pero mi viaje no tenía retorno como el de mis hermanas. Yo iría hasta aquel sitio que en sueños visitaba secretamente. Canadá me llamaba y a estas alturas no estaba dispuesta a dar la vuelta ignorando mi más profundo anhelo.

Después de cortar la comunicación, sonreí conmovida y al volver la vista al frente me pareció ver a Emma sonriendo. Y supe que ése sería su adiós, de esos que valen la pena recordar.

Me levanté del piso y con la frente en alto, fijé mi rumbo. Ya nada me detendría hasta alcanzar la cúspide de mi sueño y culminar con el que era mi propio viaje personal.

Quizás así el destino se dignara de una vez por todas de llamarme a mí también.

Y mientras encendía la moto y me colocaba las antiparras, simplemente contemplé aquel avión que partía y en mis adentros sólo suspiré un tonto deseo que jamás se cumpliría... "Ojalá los hermanos fueran eternos".



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