Mi deseo en el día del niño ~ Parte 3

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Cuando Talía nos encontró, no entendió por qué Fausto se comportaba como si fuese una especie de soldado de guerra que estudiaba cada recoveco que había a nuestro alrededor como si esperase que saliera algún sujeto con una bolsa para meterlo dentro y secuestrarlo hasta meterlo en alguna camioneta para llevarlo a quién sabe dónde. Mientras él se hacía la película dentro de su cabeza, me sentí culpable pero no podía evitar disfrutar el show que ofrecía al sólo verlo en alerta. Tanto tiempo me había atormentado en mi primer año de escuela, y yo con una simple mentira había logrado que se pusiera a la defensiva innecesariamente, era demasiado divertido verlo actuar así, como si fuese el protagonista de alguna película policial.

Talía no se negó a la orden, llevaría al jovencito hasta mi residencia sin siquiera preguntar la razón. La verdad era que nunca había llevado ni a una amiga a mi hogar. Él sería la primera persona que invitaba.

Cuando vio a través del cristal del auto las enormes rejas que separaban mi residencia de las vecinas, quedó impactado por el verde del jardín que realzaba el edificio de dos pisos que se extendía de par en par, como si fuese más un hotel de lujo que una simple casa.

Se limpió los ojos, no daba crédito del lugar a dónde se estaba metiendo.

— Regla número uno: TODOS SE BAÑAN. — señaló Talía, abriendo la puerta principal que daba directo a la sala.

— Si, Fausto apesta, y mejor le hacen algo al pelo ése, lo tiene horrible. — indiqué con un toque de altanería.

— Estoy al lado tuyo, mocosa. — riñó él en defensa propia.

— Cuando digo TODOS, es TODOS. — repitió Talía, haciendo bastante hincapié en la última palabra.

— ¡Jajajajaja! — se rió él al leer mi expresión de deshonra.

Mientras Talía luchaba a rajatablas bañando a aquel niño e intentando desenredar la maraña que tenía por pelo, me duché en diez minutos mientras que su baño duró al menos una hora.

Cuando llegó a la cocina volví a ver aquel rostro moreno lleno de pecas y de ojos llenos de picardía. Estaba rabiando todavía por el cambio de ropa y por el corte de cabello que le había quedado mejor a como lo recordaba.

El cocinero nos ofreció un plato rebosante de pastel de carne y un vaso de agua fresca junto a uno de jugo de naranjas recién exprimidas. Nos sentamos para almorzar todos juntos y en lo que duraba la degustación, podíamos oír cómo un ejército caminaba por la sala. Aunque no era precisamente eso, sino la boca de nuestro invitado que hacía un sinfín de sonidos al comer, bah... más que comer... devoraba con un apetito tan voraz como insaciable.

Fueron por lo menos tres platos los que le siguieron al primero y después un sinfín de eructos que al parecer no sabía contener.

Cada intento de conversación de Talía era inútil. Ni él ni yo queríamos hablar. Ni siquiera sabía por qué lo había invitado. Sólo quería irme a otra parte. No tenía ganas de verlo por otros minutos más o simplemente estallaría de rabia.

— Bueno, ya que cumplieron con su buena causa del año, creo que ya puedo irme.

— ¿De qué hablas?

— Vamos, unos ricachones como ustedes jamás se molestarían en ir por la calle ayudando gente. Sé lo que hacen. Sé muy bien cómo funciona esto. Si les sirve de consuelo, ya me dieron ropa, comida y un buen baño. Pueden morir con sus consciencias tranquilas. Ahora me largo. — dijo muy resuelto, dejando a Talía con la boca abierta y a mí a punto de un colapso de nervios.

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