Cerré la maleta, satisfecha de haber podido guardar todo lo necesario para la larga estadía fuera de casa que tendría que realizar por trabajo. Me coloqué el blazer negro y me reflejé en el espejo para ver mi conjunto terminado. Cuando estuve satisfecha salí de mi apartamento.
Mi teléfono marcaba las 8.13AM, lo que indicaba que en menos de veinte minutos un coche privado estaría esperándome en la puerta para trasladarme hasta el estudio de oficinas donde me reuniría con los chicos de One Direction, sus representantes y asesores.
Dejé una pequeña nota para Grace diciéndole que la extrañaría infinitamente y que le contaría como iba todo por mails. Realmente me haría falta mi mejor amiga.
También telefoneé a tía Sam, hermana de mi madre y mi única familia además de mi hermano Cameron. Era por él que la llamaba.
Cameron era tres años mayor que yo, era un muchacho encantador. De niños éramos muy unidos, él siempre me estaba enseñando cosas de pequeños. A pesar de su corta edad siempre había sido muy responsable y maduro. Cuidaba de mí como si fuese un adulto y cuando debía ser cómplice, lo era. Pero todo cambió cuando un accidente acabó con la vida de nuestros padres.
Una tragedia sacudió a nuestra familia hacía cinco años. Por ese entonces yo tenía catorce años, y Cameron diecisiete.
Mi hermano estaba jugando el último partido de la temporada en el equipo de football soccer del colegio. Yo había salido del colegio y había ido directamente al campo de juego, donde toda la preparatoria estaba presente, esperando por el inicio del partido final sobre las gradas. Mis padres también irían a verlo, pero jamás llegaron.
El equipo del colegio ganó aquel partido, Cameron estaba festejando con el resto de sus compañeros cuando un oficial de la policía logró ubicarme entre la muchedumbre para darme la noticia. El auto de mis padres había perdido el control, los frenos habían fallado, pasando el semáforo en colorado, y colisionaron contra un camión que iba hacia ellos, en dirección contraria.
En ese momento no supe cómo decírselo a mi hermano mayor, se lo veía feliz como jamás lo había visto en mi corta vida. Cameron jamás pudo con aquello, la culpa lo había destruido por completo. Se culpaba a si mismo por insistirles a nuestros padres con que fueran a ver ese estúpido juego. Una y otra vez repetía que era un asesino. Había sufrido un shock emocional tan profundo que no pudo superar, incluso a pesar del tiempo. Ningún terapeuta pudo borrar las secuelas de dicha tragedia. Junto a Sam recorrimos cientos de hospitales, consultamos a cientos de especialistas hasta que finalmente debimos internarlo en un centro especializado en casos como el de Cameron. El Hospital Real de Bethlem de Londres.
Sam se había puesto eufórica detrás de la línea. No dejaba de felicitarme por mi nuevo empleo, y me dijo que me descuidara, ella se haría responsable de Cameron e iría a las visitas semanales en mi lugar.
Le agradecí su compresión y prometí visitarla a ella y a mi hermano en cuanto vuelva a la ciudad.
- Señorita, aquí es la dirección – el chofer del vehículo me quitó de mis pensamientos – Señorita, ¿se encuentra bien? – volteó para mirarme, preocupado
- Si – titubeé – muchas gracias ¿cuánto le debo?
- No es nada, corre por cuenta de la empresa – soltó y moví mi cabeza negando. Había olvidado que no era un taxi sino un coche privado
Descendí del vehículo y el amable caballero me deseó un buen día y luego se marchó junto al congestionado tráfico londinense.