Escapar.

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Puertas. 

Puertas, ventanas y agujeros negros. 

¿Qué tienen en común esas cosas? 

Escapar. Por ellas escapas. 

No es importante el dónde.

Ni mucho menos el cómo.

Lo importante en ese momento era el cuándo. Contaba los días para llegar a donde quería llegar hace años; a su escape.

El destino era incierto y la compañía nula, pero eso no lo detenía. Al fin y al cabo ella siempre estaba sola, y esperaba seguir estándolo ese día. 

El tan ansiado día en el que terminaría la secundaria, el día de su escape.

Tic-toc.

Tic-toc.

Los segundos parecían consumirse lentamente.

Como ella.

Las clases eran interminables e incluso inservibles, pero los profesores no parecían entender que un puñado de adolescentes a dos meses de terminar el colegio jamás aprenderían algo nuevo. Y mientras sus compañeras hablaban de vestidos, bailes, maquillaje y otras cosas relacionadas a lo superficial del supuestamente espectacular baile de egresados que parecía más cerca que nunca; ella cerró sus ojos y su cabeza se apoyó en el banco, simplemente para esperar ese día.

El plan era estúpido, e incluso algo infantil; y de alguna manera se sintió como esos niños que ponen algunos caramelos en la mochila para luego "irse de casa" por unos largos veinte minutos, en los que sin duda regresarían. 

No. 

No quería volver, quería escapar.

Y entonces decidió que su destino sería el atardecer. No importa donde la llevara, ella podría seguir el atardecer, la única cosa segura que tuvo todos esos años. 

Todos esos años de soledad, llantos, tristezas, gritos e inseguridad. Todos esos años de maltrato e independencia temprana. Pero el atardecer siempre estuvo allí; y si miraba por su ventana el sol siempre se escondía entre las montañas. No importaba qué hubiera ocurrido ese día, el atardecer siempre estaba allí, para recordarle que el sol también estaba en llamas y aún así tenía la noche para él.

Tic-toc.

Tic-toc.

Entonces se puso a pensar en todos los comentarios que vendrían con su (no tan)repentina desaparición. Algo que nadie se vio venir. 

Pero la verdad es que la respuesta siempre estuvo ahí, bajo sus ojos. Ahí, en sus moradas y grandes ojeras. Ahí, en todas esas noches que no durmió. Ahí, en todas las comidas que se salteó. Ahí, en sus notas cada vez más bajas. Ahí, en su sonrisa de siempre; que nunca tocaba sus ojos. Ahí, en su silencio. Ahí, siempre ahí. 

Pero ya no más, y ese era el punto. Ya no estaría más ahí. Y en esos últimos días, lo único que la hacía sonreír era eso.

Ella ya no estaría más ahí. 


Ser, o intentarlo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora