Capítulo 08

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Debí de quedarme dormida en seguida. No recuerdo mucho más de aquella noche. Amanecí rodeada por los fuertes brazos de Rubén, que dormía plácidamente. Fue la primera vez que lo miré, recreándome en cada curva de su rostro, y me di cuenta de que era digno de admirar. Su tez dorada junto con sus facciones bien marcadas le daban un toque rudo que se perdía al mirar las largas pestañas, y sus labios carnosos invitaban a ser besados. Me pareció un rostro inocente, sin un ápice de maldad y me embargó un sentimiento de tranquilidad, pero pronto se desvaneció cuando empecé a darle vueltas a la cabeza, de nuevo. Quizá por lo cómoda que me sentía, en ese momento, entre los brazos de Rubén, pensé que podría mantener una relación seria con él pero, en seguida, volví a la realidad. Mi corazón no latía con fuerza, cuando estaba a su lado, ni sentía ningún otro síntoma que me llevara a creer que podía llegar a enamorarme.

—Estás preciosa recién despierta —su voz, algo ronca, me sacó de mis pensamientos y me quedé embobada con su amplia sonrisa. ¿Por qué tenía que ser tierno conmigo? Ya había conseguido lo que quería. Podía levantarse e irse, sin ni siquiera esperarme. En seguida, se acercó a mí y me besó en la boca.

—Es... espera —le aparté.

—¿Qué ocurre? —dijo, sin entender nada. No creí que fuera tan difícil de entender que, después de lo de la noche anterior, ya no tenía por qué pasar nada más, a no ser que su idea fuera seguir manteniendo contacto, claro está.

—Es que... —intenté inventar una excusa rápida— el aliento... no me he lavado los dientes —bien, quizás un chico no le daría importancia, pero para una chica era algo vergonzoso.

—Perdona —me dio un beso en la frente—. Creo que deberíamos levantarnos y arreglar un poco esto, antes de irnos a casa —de verdad que me sorprendía. Parecía más atento que cualquier otro chico que hubiera conocido.

—Qué vergüenza —susurré, mientras me levantaba de la cama, al darme cuenta de que seguía sin tener ni idea de a quién pertenecía.

—¿Vergüenza? —preguntó, sin saber a qué venía aquello.

—Bueno... lo hemos hecho aquí...

—No tienes de que avergonzarte, ambos queríamos y sucedió —dijo, sacando sus propias conclusiones—, y fue maravilloso. Espero que para ti también —genial. Además tendría que mentir.

—Sí, claro...—dije, dándole la espalda, mientras me ponía la camiseta—. Por cierto, ¿de quién es esta habitación? —pregunté, dispuesta a averiguarlo.

—Es el cuarto de invitados —no era tan malo después de todo. Las sábanas estarían limpias, o eso quise creer.

—Menos mal. Pensé que sería la habitación de Joan o de su hermana —escuché su risa. Supongo que él no sería tan escrupuloso como yo—. Iré al baño a asearme, no tardo —salí por la puerta, percatándome de que no hubiera moros en la costa, y me dirigí lo más rápidoque pude al baño, que estaba justo al lado. Me aseé y me recogí el pelo lo mejor que pude y, cuando volví a la habitación, Rubén ya había terminado de hacer la cama.

—¿Ya has terminado? —se dirigió hacia mí para darme un fuerte abrazo seguido de un beso en el cuello. ¿Estaba siendo demasiado cariñoso o eran ideas mías?

—Sí, puedes entrar —dije, esperando a que se fuera al baño, antes de ponerse más romántico.

Fui hacia el salón mientras esperaba a Rubén, y me llamó la atención una vitrina llena de trofeos que no había visto la noche anterior. Me acerqué para averiguar de quién eran y me sorprendí al ver el nombre de Joan grabado en todos ellos. Al parecer, llevaba muchos años jugando al fútbol. Seguramente, desde que tenía uso de razón, a juzgar por las fechas de los trofeos.

Palomas al vuelo © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora