Capítulo 02

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Al día siguiente, me costó levantarme. Pensé que habría cogido frío durante la noche anterior. Me sentía más débil que cualquier otra mañana y me dolía la garganta. Me senté en la mesa de la cocina, aun con el pijama puesto, y observé cómo mi madre pululaba, a toda prisa, preparando sus cosas para irse.

—¿Todavía estás así? Vas a llegar tarde al instituto —dijo, sin detenerse.

—Me encuentro fatal, mamá, ¿hay aspirinas? —dije, con voz ronca.

—Lo que faltaba, que te enfermes —se dirigió, a toda prisa, hacia el baño y salió con la caja de aspirinas en la mano. Después de dármela, me tocó la frente—. No parece que tengas fiebre, ¿quieres quedarte en casa?

—No, iré al instituto. Si luego me encuentro peor, volveré.

—Está bien, pero si coges fiebre o te encuentras mal, regresa a casa de inmediato.

—Sí, mamá.

—Y, ahora, tómate un zumo de naranja y vístete. Hoy te llevaré yo.

—¿De verdad?

—Sí, pero date prisa o yo también llegaré tarde al trabajo.

—¡Gracias! —dije, abalanzándome sobre ella para abrazarla.

—Venga, venga, date prisa.

Me tomé el vaso de zumo, casi de un sorbo, pese a que me dolía la garganta al tragar, y corrí hacia mi habitación para vestirme. Metí los libros en la mochila y entré en el baño para retocarme y recogerme el pelo. Una vez más, decidí dejarlo suelto, recordando las palabras de Julia y, por alguna extraña razón, sentí ganas de volver a verla. Me pinté los labios de color rosa, para que no se notara mucho lo enrojecidos que los tenía y, cuando mi madre gritó mi nombre, salí corriendo.

Llegué al instituto quince minutos antes de la hora y observé cómo mi madre se alejaba en su Seat Ibiza rojo. Estaba totalmente sola, frente a la puerta del centro aunque, en pocos minutos, empezó a llenarse de alumnos. Estuve deseando que María o cualquier otro compañero de mi clase llegaran pronto para no tener que esperar sola pero, a tan solo cinco minutos para entrar, no había nadie allí. ¿Por qué los de mi clase eran siempre los últimos en llegar?

Entonces, el sonido de una moto llamó mi atención. Cuando dobló la esquina, pude ver que era de color negro y, en seguida, supe que se trataba de Julia. Aparcó en la acera de en frente, junto a las demás motos, y desmontó como toda una profesional. Se quitó el casco, dejando caer su larga melena negra encima de sus hombros y, con un ligero movimiento de cabeza,se la echó hacia atrás. Me resultó de lo más atractiva. Ese día también iba completamente vestida de negro, con las mismas botas del día anterior y unos pantalones similares. Bajo la chaqueta de cuero, propia de cualquier roquero, seguramente también llevaría alguna prenda negra. Por supuesto, iba maquillada con sombra de ojos oscura y pintalabios a juego.

Metió el casco en la maleta y se quitó los guantes, dejándolos encima del asiento para agacharse a colocar el antirrobo. Cuando volvió a levantarse, lo hizo dirigiendo la mirada hacia la puerta del instituyo y allí estaba yo, pasmada como una tonta, observándola nuevamente y deseando que se me tragara la tierra, de una vez por todas. Recogió los guantes de encima del asiento y miró hacia la izquierda, antes de cruzar la calle y dirigirse hacia mí. Yo no podía desviar la mirada o, tal vez, es que no deseaba hacerlo. Finalmente llegó hasta mí y sonrió, clavando sus verdes ojos en los míos.

—Buenos días —dijo segura de sí misma, como si nos conociéramos desde siempre.

—Buenos días, Julia —no pude mantener más la mirada y, sin darme cuenta, la aparté hacia un lado. Se me hizo un nudo en la garganta y me empezaron a sudar las manos. ¿Por qué estaba tan nerviosa? No se la veía tan peligrosa como me había parecido al principio.

Palomas al vuelo © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora