Capítulo 05

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Abrí los ojos a las ocho y veinte, demasiado pronto, para haberme dormido tan tarde. Estuve unos cinco minutos volviendo a la realidad y entonces lo recordé todo. Intenté levantarme con cuidado mientras me quitaba su brazo de encima. Recé para que no despertara, no quería tener que despedirme de ella o volver a hablar del asunto. Me vestí lo más rápido que pude, sin hacer un solo ruido, y me coloqué el pelo lo más decente que pude para poder salir a la calle sin asustar a nadie. Cogí el bolso y luego me agaché, junto a la cama, para recoger mis botas. Dirigí mi vista hacia Julia, y juraría que había visto cómo cerraba los ojos. Me pregunté si estaría despierta y ella tampoco querría despedirse, o si solo fue una impresión. Me quedé mirándola unos segundos, pero por suerte no abrió los ojos. Salí, aún descalza y me dirigí hacía la puerta de la calle. Me puse las botas y me fui. Ya que vivía a una media hora de casa de mi padre, decidí ir caminando y pensar en todo lo ocurrido el día anterior.

Después de dejar las cosas sobre mi cama, me desvestí para después meterme en la ducha, intentando olvidarme de aquella noche, al menos de la parte mala. No tuve mucho éxito pero, después de que mi padre despertará y tras recordarme que teníamos que ir a comer con Yvonne, me olvidé, con facilidad, de todo, al menos por un instante.

Como siempre, Yvonne apareció con un radiante vestido marrón, ajustado hasta el punto de ahogarla. Temí que su voz chillona era fruto de su falta de oxígeno. Me dio los buenos días, eufórica, como si hubiera estado deseando verme, desde hacía años. Sí, disimular no se le daba muy bien, aunque pusiera todo su esfuerzo en ello.

­—Tengo tantas ganas de llevarte a ese restaurante —dijo, aún eufórica, mientras meneaba su bolsito de un palmo, frente a mis narices, para que viera lo caro que era. En serio, ¿qué había visto mi padre en esta mujer? Ya ni siquiera me cuadraba lo de que fuera muy buena en la cama—. Te va a encantar, ya lo verás.

—Sí, seguro —dije sonando igual de falsa que ella, aunque con menos entusiasmo. Supuse que resultaba muy embarazoso para mi padre ver este tipo de situaciones, pero él se lo había buscado, ¿no?

—Será mejor que vayamos saliendo —dijo mi padre, intentando suavizar el ambiente, y abrió la puerta dejando que saliéramos nosotras primero.

El viaje duró una hora, más o menos, durante la cual tuve que escuchar a Yvonne hablar de todos los detalles que le habían sucedido durante la semana, con esa voz chirriante. ¿Por qué narices no había cogido mi ipod? Me podría haber ahorrado aquel dolor de cabeza o, por lo menos, me lo habría ahorrado durante el viaje, ya que en la comida no habría podido usarlo, por respeto, y no sé dónde habló más, si en el coche o en el restaurante. Parecía que cuanto más hablaba, más cosas tenía para contar. Me pregunté unas cuantas veces más, cómo mi padre había podido dejar a mi madre por esa cotorra, y deduje que el amor no solo era ciego, sino que también era sordo.

Se me estaba haciendo la comida más larga de mi vida. Por más que mirara el plato de Yvonne, las verduras y el bistec no parecían desaparecer y, si seguía hablando, se le juntaría con la cena. Decidí ayudarla a comer, hablando con mi padre sobre algo que no incumbía a la cotorra: la pintura.

—Bueno, papá, ¿cómo llevas tus figuras? ¿Has vendido mucho últimamente?

—Le va genial, ¿verdad, cariño? —se adelantó Yvonne—. Creo que venderá muchas. Le quedan preciosas.

—Le he preguntado a él —tanto Yvonne como mi padre se quedaron de piedra. Era la primera vez que contestaba de forma tan maleducada y, ni siquiera yo, me había dado cuenta de lo que había dicho hasta que lo dije. Solía decir las cosas tal y cómo las pensaba pero, con mi padre y su novia, había aprendido a cerrar la boca—. Lo siento —me disculpé, en seguida, esperando una reprimenda. Por suerte, apareció el camarero y preguntó si nos hacía falta algo más.

Palomas al vuelo © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora