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 No pegué ojo en toda la noche. La cama estaba hecha de una base de piedra con un colchón fino, me tapé con unas sábanas y apoyé mi cabeza en una almohada chata, dirigiendo mi vista al techo oscuro y con manchas a causa de la humedad. Ocupé ese tiempo perdido para pensar en lo ocurrido en esa especie de cafetería, comedor, lo que fuera. Ni si quiera puedo decir con certeza si había almorzado o cenado, no tenía idea de que hora era, si era día o noche, ni en qué mes estábamos.
Luego de un buen rato, llegué a la conclusión de que esos chicos me estaban gastando una broma. Tal vez era algo que le hacían a los nuevos, o ellos estarían locos, por alguna razón nadie se les acercaba.

A la mañana siguiente (lo deduje por la comida que servían) me levantaron y me llevaron a una habitación blanca, con espejos y lavabos. Era el baño. Lavé mi cara con agua fría e hice mis necesidades, cepillé mis dientes con un cepillo que me dieron y usé mis dedos para desenredar mi cabello castaño. Mientras hacía lo último, miraba las demás chicas. Eran todas muy distintas entre sí, excepto por la expresión de sus caras, parecían perdidas, desconectadas del mundo. Me pregunté si la historia que me había contado Norte era cierta. ¿En verdad el recordaba todo gracias a sus poderes? ¿Todos teníamos poderes? ¿Por qué nadie los usaba? Por lo menos como accidente, alguien debió haber usado el suyo, aunque sea sin querer. Pero en ese lugar no parecía que alguien tuviera algún poder sobrenatural.
Salí del baño y me fui a la cafetería, hice la fila y llené mi bandeja. La noche anterior no había comido mucho, así que estaba hambrienta. Pedí que me sirvieran unas tostadas, un jugo de naranja, un café y una porción de torta. Me giré con cuidado y miré las mesas. Mi mirada se conectó con la de Norte, sentado en la misma mesa de la otra vez, me sonrió y me hizo señas de que valla con él, pero desvíe la mirada y me dirigí hacia una mesa vacía, sin siquiera devolverle la sonrisa. Pero no acabó ahí, yo no iba a ir a su mesa, así que él vino a la mía. Llegó con su bandeja y se sentó en frente mío.

- Hola, buenos días - me saludó. Yo solo lo miré y le sonreí tímidamente.

- Hey, hola, ¿Cambiamos de mesa? - era el chico de ojos claros, se sentó con su bandeja al lado mío.

- Si, Kina quería sentarse acá - dijo el otro, como si fuera verdad. Yo solo puse los ojos en blanco, luego reparé en cómo me había llamado.

- ¿Qué dijiste? ¿Kina? - pregunté.

- Sí, como no sabemos tu nombre, te inventé uno. ¿Te gusta?- contestó entusiasmado. Asentí.

- Yo también quiero un nombre! - exclamó el chico pálido.

- Tenés cara de... Trevor - me animé a decir.

- Mmm, no me gusta. Otro -

- Gian -

- No -

- Lucas -

- Mmm, tal vez s... No, no mejor no -

- Nelson. Pedro. Federico -

- No. No. No - parecía enojado - Kina no es un nombre, es inventado, yo quiero uno así, original -
Norte y yo nos miramos, no teníamos ni idea, hasta que se me ocurrió uno.

- Tweve - dije. Los dos se quedaron mirándome, por un segundo creí que iban a criticar mi idea y tirarla abajo pero no fue así.

- Si, creo que me gusta... Tweve - dijo - Es corto, fácil, me gusta, a partir de ahora me llamo Tweve - anunció sonriendo.


Ahora todos teníamos nombre, faltaba saber nuestra edad, nuestro apellido, y nuestra historia.

- Norte, si podes adquirir cualquier información... ¿Podrías decirme cuál es mi verdadero nombre? - le pregunté.

- Me encantaría, pero va a ser mejor que lo descubras vos misma, cuando salgamos de acá y recuperes tu memoria - dijo. Su respuesta me decepcionó un poco.


Durante el desayuno le hice un montón de preguntas, reímos y disfrutamos del tiempo juntos. Tweve me contó que había un patio de juegos, podíamos salir afuera cuando quisiéramos. En seguida me entraron las ganas de sentir el aire fresco en mis pulmones, les rogué que me llevaran afuera, pero me dijeron que solo estaba permitido cuando el tiempo del desayuno se agotara. Esperé con ansias ese momento, y cuanto más me emocionaba, más lento transcurría el tiempo.
Por fin sonó la campana, me levanté de mi silla y apuré a Norte y a Tweve para que me llevaran allí. Pedimos permiso para ir al patio de juegos y nos encaminamos a este. Recorrimos unos pasillos oscuros y al final divisé una luz que se colaba por una ventana. Corrí hacia ella y empuje la puerta que ahí se encontraba. Enseguida la luz del sol invadió mis ojos, los cuales tuve que serrar y abrir despacio nuevamente para acostumbrarme al brillo de ese lugar. Era una base de cemento gris, había un alambrado que rodeaba todo el lugar y a la distancia se lograba ver verde. En el centro había un tobogán, unas hamacas, un pasamanos u otros juegos que no reconocí. En el lado izquierdo había una cancha de fútbol, y en el derecho una de volley. Había un cajón con pelotas de todo tipo, chicas, grandes, medianas, blandas, duras, etc. Pero lo que más llamó mi atención fue un neumático viejo y oscuro que estaba tirado en el suelo, al lado del alambrado. Me dirigí hacia él. Cuando llegué estaba sola, Norte y Tweve se habían distraído con una pelota de fútbol, y hacían jueguitos con esta.
Miré la rueda, y luego mire en frente. Si te sentabas en ella, podías ver un hermoso paisaje verde. Estaba a punto de sentarme en ella cuando alguien me tomó del brazo y me jaló hacia arriba. Quedé parada en el cemento, con la mano del desconocido agarrada de mi brazo con fuerza. Giré mi cabeza y me encontré con la expresión enfurecida de un chico rubio, de ojos celestes, claros como el agua. Sus cejas rubias estaban fruncidas, tan hacia el centro que casi formaban una sola, sus finos labios rosados parecían sellados y sus ojos irradiaban furia. Ninguno habló, bastaba con su mirada para dejarte muda. De pronto escuché que alguien se acercaba corriendo.

- Dave, dejala, es nueva, no sabe lo que hace - reconocí la voz de Norte. El chico rubio soltó mi brazo y dirigió su mirada a Norte, enseguida me di la vuelta y corrí a esconderme detrás de Tweve, que estaba ahí también.

- No me llames Dave, no me llamo así, no tengo nombre - su voz era fría, más cruel que su mirada, pero noté cierto temblor. Muy en el fondo, ese chico se moría de miedo.

- Todos tenemos nombre - dijo Norte con su tono de sabiondo.

- Basta, yo no lo tengo. El punto es ¿Qué hacía ella en mí lugar? - me señaló con el dedo índice.

- Calmate, recién llegó ayer, no sabe que es tu rueda - dijo Tweve.


Pero al rubio parecía no importarle quién era yo, ni cuándo había llegado. Casi me senté en su rueda, y eso lo puso furioso. Norte le susurró algo a Tweve que yo no logré escuchar, pero este enseguida me agarró la mano y me llevó de nuevo dentro de esa cárcel. Eché un último vistazo al parque de juegos, a las canchas, al alambrado, al cielo y al paisaje verde, antes de sumirme en esa oscuridad eterna.
Una vez adentro, Tweve me llevó a una sala que no había visitado antes. Era una biblioteca, estantes y estantes repletos de libros, una mesa con colores y hojas en blanco, para dibujar, supuse. Habían sillones donde los chicos y chicas se sentaban a leer, pero estaban vacíos, al igual que el lugar.

- Nunca nadie viene acá, a nadie le llama la atención este lugar, es más, da miedo - explicó Tweve. Lo miré a la cara y luego bajé la vista a nuestras manos, todavía seguían agarradas, me liberé de su agarre y me ruboricé. Empecé a recorrer el lugar, tocaba los libros dejando mi marca en el polvo. Se notaba que nunca nadie iba ahí.

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HéroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora