Capítulo 3

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-¿Señorita, usted es Nell Stayn? –El oficial miró mi nombre en una carpeta que tenía en la mano, para asegurarse de que era ese.

-Sí, sí, soy yo, ¿por qué? ¿Pasó algo con mi abuela? –Me puse nerviosa, y como siempre pensé lo peor.

-No, no, nada grave, quédese tranquila –dijo con calma, acomodándose su uniforme discretamente- solamente necesito sus declaraciones por el accidente que tuvo hoy.

-No me acuerdo nada –Le respondí lo más rápido posible-de nada.-Agregué pausadamente.

-¿Qué? –Abrió sus enormes ojos negros azabaches y su mirada parecía amenazante- Tiene que ir a declarar señorita Stayn –me insistió- ¿Qué dice? -preguntó nuevamente dándome la posibilidad de que cambie de opinión.

-Lo que usted escuchó oficial. No voy a ir a declarar, porque no me acuerdo lo que sucedió.

-Bueno está bien, pero de esa manera el señor –señaló para el auto dónde venía, en el cual atrás estaba Tomás- quedará libre y no tendrá cargos o culpa alguna de dicho accidente ocurridos en el día de la fecha. -Hizo una pequeña mueca en señal de desaprobación y bajó su cabeza.

-Sí, está bien –Respondí y me sentí bien; el intruso "Tomás" me miró por la ventanilla del auto sonriendo y bajó la cabeza en señal de agradecimiento- No tengo ninguna herida de gravedad y estoy muy bien.

-Bueno entonces sin más ni menos, me despido. ¡Qué tenga lindo día señorita Nell! –Esbozó una leve sonrisa y se dio vuelta para subir al auto.

El chico de los ojos azules, pareció agradecerme con su mirada. Me sentí tan bien de haberlo ayudado, no lo conocía pero me sentí bien de hacer eso. Tal vez yo tuve la culpa del accidente y no él, capaz que yo venía distraída pensando y no él. ¿Por qué todo el mundo lo culpa? Fue un accidente y estoy bien.

En ese momento entró la abuela a la casa y me dio un beso en la frente. Me preguntó porque no quise declarar, y le dije lo mismo que al oficial. Claro que ella no lo entendió y desgraciadamente se enojó, pero no quería después tener problemas con aquél joven, casi de mi misma edad, o eso era lo que aparentaba el mismo.

Me acomodé en el sillón y me quedé dormida por diez minutos prácticamente, soñé con el último cumpleaños de mamá... y se la veía tan feliz. Pero cuando desperté todo era un maldito, maldito sueño y no la misma realidad.

-¡Qué los cumpla feliz, que los cumpla feliz!- Cantando, le llevé un pequeño desayuno a mamá, y la llené de besos y abrazos como lo hacía habitualmente.

-Gracias hija, no era necesario que te despiertes tan temprano, ¿sabes? –Hizo una pequeña pausa- te amo –Me acarició la cara media dormida y me dio un beso en la frente.

En ese momento me desperté, la voz de la abuela María hablando por teléfono me despertó.

Estaba tan feliz de haber soñado con mamá, sabía que no me había olvidado de ella, que aun recordaba su rostro. Esa mañana papá me había ayudado a prepararle el desayuno a mamá, dejamos la cocina echa un caos –Peor que una guerra- Entre risas, y bromas terminamos ese "desayuno" –O un intento del mismo-. Le habíamos preparado café con leche, jugo de naranja que exprimimos entre los dos, tostadas y galletitas de agua con manteca y mermelada de durazno. Cuando mamá terminó su desayuno y fue a la cocina se enojó por el desastre que habíamos hecho ambos, pero también se rió con nosotros y así juntos ordenamos.

Ese cumpleaños la pasó tan bien, y se la veía tan contenta. Nunca imaginé que iba a ser el último de su vida.

Pasaron seis días del accidente que tuve, que tuvimos; el chico de los ojos azules y yo.

Era lunes, me levanté, me cambié y me fui al colegio. Cle me estaba esperando; y recibió con un cálido abrazo. Hablamos lo normal, algún que otro comentario, pero normal.

En el colegio me esperaba mi preceptora y mi directora. Ambas estuvieron de acuerdo en que entienden la situación difícil que vivo todos los días, pero que tenía que estar un poco más enfocada en la escuela.

Siempre lo mismo; siempre las mismas palabras; siempre la misma gente que me tiene lástima; siempre sonrisas falsas; siempre la maldita realidad. En fin, siempre es lo mismo. Estoy cansada, cansada de luchar, cansada de pensar y de vivir.

Llegué a casa. Fui al baño. Cerré la puerta. Abrí ese botiquín, el cual a veces me hacía sentir bien por algunos momentos y olvidarme de todo lo que me pasa o me pasó. Busqué un pequeño bisturí, y comencé a rayar mis muñecas, cortarlas. No sentí nada, solamente el mismo dolor y sufrimiento de mi vida, mi propia vida.

¿Por qué? ¿Por qué no puedo dejar de hacer eso? Sé que me lastimó, que me hace mal. Lo sé. Pero cuando lo hago, lo que me duele eso no se compara con todo lo que me pasa. Cortar mis muñecas ya no significa nada. A veces quiero morir.

Un viaje al tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora