Capítulo 9

118 5 0
                                        

Era extraño todo lo que estaba sintiendo en estos momentos de mi vida. Después de haber recibido ese abrazo por parte de Carlos soy completamente consciente de que nuestras manos todavía seguían entrelazadas. Le miraba, contemplaba esos ojos marrones que me observaban de vuelta de una forma penetrante. Eran especiales, era especial, la forma en la que me miraba ya que me conseguía transmitir una confianza que no creía posible. Todo mi cuerpo estaba sintiendo un escalofrío poco común. Como una especie de vibración que comenzaba desde la punta de mis pies hasta lo más alto de mi cabeza, y así continuamente, imparable. Solté la mano de Carlos para así poder dejar de sentir esa vibración. Fue imposible. Seguía ahí... perturbándome.

— Déjame poder acompañarte —me pide en un susurro diciéndoselo a mis oídos.

No soy capaz de pronunciar algo de mis labios, aunque quisiera decirle algo en aquel momento no podría. Por eso lo único que soy capaz de hacer es asentir con mi cabeza para no dejarle con la palabra flotando en el aire. Él muestra una tierna sonrisa al ver que yo estaba aceptando aquella propuesta y no duda en comenzar a caminar a mi lado.

Nuestros pasos iban avanzando por las distintas calles, serían unos veinte minutos hasta llegar a mi piso, o quizás al paso al que íbamos media hora. Pude percatarme como algunas tiendas pese a que estuvieran cerradas para el resto de los clientes, los vendedores se encontraban dentro haciendo la contabilidad de las ganancias o pérdidas de aquel día. Otros sitios estaban siendo limpiados, olor a lejía y mezcla de distintos olores de comida por los restaurantes que estaban comenzando a servir las primeras cenas. ¡Cuántas transformaciones puede tener una misma calle en menos de un día! Nunca me había percatado del poco tiempo que algo se mantiene igual. La inestabilidad llena de cambio.

Siento como por primera vez en toda la noche estaba el frío estaba comenzando a hacerse notable. Mi piel estaba comenzando a erizarse, recordándome que había sido una completa inconsciente por no haber traído una chaqueta. ¿Pero qué iba a saber yo que la cosa se iba a largar con Carlos? Pensé que mis gritos y mi enfrentamiento con él serían menos de diez minutos, y que la sudadera que llevaba puesta pudiera cubrir el posible frío con el que no contaba en un principio. Miro al cielo y siento que la noche estaba tranquila. Ni una nube, ni siquiera algo que me pudiera indicar que estaba a punto de cometer el mayor error de mi vida. Pero estaba cegada. Tenía que ser eso. La única explicación que quizás podría justificar todo lo que estaba a punto de pasar entre él y yo. Todos los estímulos de mi cuerpo me llevaban de cabeza a cometer el mayor error de mi vida: confiar en Carlos.

Miro hacia el suelo observando mis propios pasos para luego poder fijarme en los de Carlos. Él se encontraba caminando a mi lado, con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Era algo tan característicos de él, siempre escondiendo sus manos, ocultándolas como si le diera vergüenza enseñar alguna parte más de su piel que no fuera su cara. Siento como su mirada estaba en clavada en mí. Creo que aunque no lo queramos admitir, muchas veces las personas sabemos cuando otras lo están haciendo, nos están mirando como esperando a alguna reacción por nuestra parte. No hacía falta que lo tuviera a mí lado para darme cuenta, creo que aunque estuviéramos a cinco metros seis de distancia, sabría la forma en la que lo estaba haciendo: como si quisiera decir cientos de cosas. Pero nada salía de su boca. Hasta justo en ese preciso momento.

— Gracias... —comenta rompiendo el silencio que teníamos.

— No tienes que dármelas —mi vista estaba todavía en el suelo, sin ser capaz de poder mirarle a la cara—. Quiero poder confiar en ti. Sé que realmente quieres seguir conociéndome, y también quiero saber hasta dónde nos puede llevar esto.

— Ojalá —hace una breve pausa—. Ojalá conociéndonos nos pueda llevar a algo muy lejos. Poco a poco y que sea especial.

Saca una de las manos que tenía metidas dentro de sus bolsillos y me consigue descruzar los brazos para agarrar una de las mías. Lo hace con miedo, con duda a que yo no le permita esa autoinvitación a tocarme. Siento el contraste de su mano caliente con la mía que estaba fría y por un momento siento en que si es así cómo son nuestras personalidades en realidad. Dos polos opuestos que están tratando de conocerse como personas normales. Quizás con nuestras manos estábamos tratando de explicarnos por qué éramos así. Contemplo ese gesto y no puedo evitar sentir cómo las vibraciones de mi cuerpo comenzaban a reaparecer.

La Cadena.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora