Capítulo Diez - Solos, tú y yo.

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Primavera.

Verano.

Otoño.

Invierno.

Primavera.

Un año ha pasado desde que James y Noelle se comprometieron. No valía la pena contar lo que había pasado en ese año más que los simples preparativos para una boda y una amenaza de guerra con cada día que pasa.

Noelle ya tenía el permiso de sus padres para casarse, y ya tenía una edad considerable para hacerlo. Noelle seguía cambiando con el paso del tiempo. Seguía siendo curiosa pero tomaba decisiones más serías. Gracias a la visita a la familia de su nana, se comprometió a ayudarlos hasta que ellos se lo permitieran, lo cual era difícil, pues Albert tenía fuertes sentimientos hacía ella. Se distanciaron un poco pero la amistad seguía intacta.

La boda sería en casa de los Moran y estaban a un par de días para que fuera dicho evento. Noelle tenía todo listo. Lista de invitados, comida, el vestido que usaría, en realidad tenía todo listo para su día especial. La señora Honington sabía que a partir del 28 de abril, Noelle ya no sería más la pupila que deba cuidar. Arthur y Sarah Moran le habían dado la opción de quedarse o volver con su familia pero la verdad era que ella no quería dejar a la familia.

Los dos últimos días de Noelle en la residencia que la vio nacer y crecer, se sentía diferente. Los sirvientes se habían encariñado con la joven que ellos mismos se decían orgullosos de la chica.

Ella misma se sentía diferente… Las cosas en su habitación fueron guardadas en un  baúl. Las cosas que podía llevarse pero que debía olvidar en el momento que ella dijera “acepto”. Algo había aprendido que una sonrisa podía esconder lo que sentía…

La noche previa, Noelle estaba en su habitación, sin hacer nada. No tenía ganas y los nervios aún no la invadían pero algo estaba pasando por su mente. Su nana, aquella persona que la había atendido tantos años, entró a la habitación y se sentó en su silla de siempre. Miró como la joven se adentraba en sus sábanas y no dijeron nada por un momento. Noelle sollozo un poco antes de dormir. Su nana sólo preguntó si todo estaba bien, a lo que ella contesto que no.

— ¿Qué pasará mañana? Tengo miedo…

—Es normal… uno nunca está listo para la vida. Siempre existirá ese miedo que en algunos casos te impulsará a ser mejor y a hacer las cosas que tanto deseas.

—No sé voy a hacer —dijo con la voz un poco cortada.

—Estas en los zapatos de Julieta… te has puesto en ellos desde que aprendiste a leer pero jamás experimentaste lo que ella. Ahora lo haces. No tengas miedo de lo que puede salir mal… mejor dicho, no pienses, sólo actúa… es lo que te ha llevado hasta aquí.

— ¿Qué pasara contigo?

La última pregunta dejo sin aliento a la señora Honington. Aún no sabía lo que haría. No quería ser un estorbo para los Moran y mucho menos para Noelle, pero sí iba con la familia de su hermana, entonces sería un estorbo. Así se sentía. Noelle notó el cambió de expresión de su nana que la abrazo.

—No quiero que me dejes —murmuró la joven—.

—Debo hacerlo, no quiero ser un estorbo —la mujer dijo entre sollozos.

—No serás un estorbo. James te quiere y yo estaría perdida sin ti…

Ambas se abrazaron y dejaron que el silencio les diera la tranquilidad que buscaban. La mañana llegó sin avisar. Los sirvientes, desde muy temprano comenzaron a preparar todo para esa tarde. Sarah entró a la habitación de Noelle con un plato de cereal pero tan conmocionada que no sabía qué hacer o decir. La señora Honington tuvo la labor de ser quien estuviera sentimentalmente estable para evitar más emociones de las que habría en el día.

En casa de los Nicholls no había más que tranquilidad. Como el militar que era, James despertó a una hora normal. Desayuno y tuvo tiempo de salir a pasear un rato. Esperaba a sus compañeros y amigos. Su madre era quien lo evitaba para no romper en llanto.

—Será mejor que hables antes de que sea tarde, Madre —le sonrió mientras se preparaba. Su madre lo miró.

— ¿Tarde? Nunca dejarás de ser mi hijo, James.

—Pero dime lo que quieras decirme ahora… necesito escucharte… eres mi madre.

Su madre le sonrió y se sentó mirando a su hijo.

—Buena muchacha que has encontrado. Joven delicada y segura de sí misma. Estoy orgullosa de ti. Sólo quiero que seas feliz.

La emoción no la pudo contener que abrazo a su hijo como si aún fuera un niño pequeño. Su padre sólo observaba sin decir nada.

—Mujer, déjalo o llegaremos tarde. Limpia esas lagrimas y sube al auto…

Le dijo en forma amable, mientras ella salía de la habitación tratando de contenerse.

—Hazme un favor, James… Noelle, aún es joven. Con dieciocho años, no se sabe mucho pero tú… quiero suponer que sabes de lo que hablo. Ella se entregará cuando este lista, no cuando tú le digas. Puedes decirme que la esperarás pero…

— Lo haré… tú tranquilo… —sonrió tomando a su padre por los hombros—. ¿Nos vamos?

Afuera de la casa de los Nicholls se encontraban dos autos. Uno para los padres de James y otro para él y dos de sus amigos. Charlie Waverly y Jamie Stewart.

En casa de los Moran, los invitados llegaban poco a poco. La señora Honington peinaba a Noelle como cuando era niña, y su madre le daba los últimos detalles al vestido que usaría.

Cuando su nana y su madre terminaron, se despidieron de la joven dejándola con su padre. Una vez más, aquel sentimiento le invadió al ver a su hija así.

“Quién imaginaría que la niña que una vez le enseñe a leer se viera así en un día especial. Aun es joven y tiene mucho por delante… ¿es feliz? ¿Fue feliz mientras estuvo con nosotros? ¿Le dimos todo lo que quería? ¿Amor? Sigue siendo una niña… sólo mírenla… apenas está comenzando a decir sus primeras palabras. Mamá quiere que camine sola pero cada paso tambaleante me pone los nervios de punta. Su sonrisa aún muestra inmadurez e inocencia… sólo mírenla, abraza los libros como si fueran los únicos en el mundo. Observa el mundo que lo rodea como si no hubiera otro lugar mejor. Sólo mírenla… viene hacía mí, como cuando no podía esperar para contarme sus aventuras. Viene hacía mí como cuando tenía miedo… pero ahora viene hacía mí decidida… Dejo de ser una niña…”

La mente de Arthur Moran le estaba jugando un mal juego, no quería sentirse triste pero no lo pudo evitar. El tiempo con su hija había sido corto pero lo vivió siempre viendo una sonrisa en el rostro de su hija. La pequeña que él amaba más que a nadie más en el mundo. Miró a la joven vestida de blanco, caminado hacía él mientras que afuera la esperaba el hombre a quien ella había decidido amar y entregarle el resto de sus días y lo más importante, su corazón.

El camino estaba lleno de pétalos de flores. Eran muchos los invitados, incluyendo a los sirvientes que estaban felices por la joven. Pero ahí estaba él. Vestido de un traje color negro, pero con una sonrisa amplia.

—Lo admito —Jamie le dijo a James—. Es hermosa…

El ambiente se tranquilizo… sólo eran ellos dos en ambas mentes. No había nadie más, sólo ellos. No había nervios, no había pasos mal dados, no había nada que pudiera romper el momento. Sus manos por fin se tomaron y fue la confirmación de que sólo eran ellos en el lugar… ellos sin nadie más.

Diario de Amor (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora