María

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Tú. Al fin eres tú. La razón de que yo esté aquí, el motivo de que yo exista, la prueba de que la muerte contenía briznas de esperanza. Tú.

Me acerqué, ignorando todo lo demás que no fuera tu aliento. No me importaba nada de lo que estuviese a tu alrededor, el parque que te cobijaba, el barullo que te envolvía, las miradas que te acechaban.

Estabas con un hombre, un hombre grande y robusto, con una nariz larga y unas orejas enormes. Sus ojos eran marrones y pequeños, y no parecían estar llenos de alegría o esperanza, más bien estaban llenos de nada. Pero a tí te miraban de una manera especial, podía vislumbrarse una pequeña chispa de luz cuando tus ojos de reflejaban en los suyos.

Su piel era blanca, pero tiraba más a un tono grisáceo que al blanco al que estabas acostumbrada a ver en mi cuerpo. Sus manos eran torpes y grandes y cuando te tocaba siempre lo hacía con delicadeza y suavidad.

Mi corazón, estuviera donde estuviese en ese momento, empezó a latir bruscamente, pero no por tí, sino por él.

¿Me habías encontrado un sustituto tan pronto? Mis ojos empezaron a vibrar y la imagen dejó de verse tan clara. Asustado observé que un gato estaba mirándome fijamente. En la preparación me enseñaron que los perros ahuyentan a los fantasmas, pero los gatos los absorven.

Huí sin remedio lo más lejos que pude, sin saber la dirección que debía escoger. Un perro empezó a ladrarme y cambié de dirección, otro gato casi me araña, las palomas me atravesaban, ignorantes de mi presencia. Al final acabé en un sitió que me pareció familiar.

Era la casa de María.

Decidí esperarla en su cuarto, y cual fue mi sorpresa al encontrar una estancia en la que jamás había estado. Todas las fotos estaban cambiadas, los colores rosados de las paredes ahora eran celestes y los libros habían dado lugar diplomas, medallas y reconocimientos.

Observé las fotos, y la mayoría enfocaban el protagonismo a esa persona del parque, esa perdona que parecía un gran elefante grís, esa persona que sólo estando contigo le asomaba la humanidad por los poros.
Realmente me habías sustituído.

Continué observando las fotos y me centré más en la hermosa María, ahora estaba más delgada, ya no tenía esa sonrisa tan amplia como antes, ya no lucía colorida en su ropa, como si me estuviera guardando el luto, pero al ver la siguiente foto todo cobró sentido.

Era una foto del cumpleaños de María, un cumpleaños que yo no recordaba. Me percaté de las velas que aparecían en la tarta que estaban siendo sopladas por su aliento. 40.

María ya no tenía 23 años como cuando ese coche aciago derrumbó mi existencia, ese tiempo ya había pasado. Al fin y al cabo, no me había sustituído tan pronto.

Tengo la certeza de que me sigue amando, de que se acuerda de mí. Y en ese momento, al mirar hacia mi espalda, veo, colgado del perchero de la parte trasera de su puerta, un cuadro. El cuadro de fotos que yo le había regalado la navidad anterior. Había más fotos y más felicidad que en todo el resto de la habitación. Había también una foto de Bombón con su hijita, Pelusa es el nombre que venía grabado en el collarcito del nuevo conejo.

Suena la puerta, había llegado del parque. Rápidamente tenía que demostrar que estaba allí, que seguía con ella, que iba a estar con ella hasta el fin de sus días. Ví el espejo de su cuarto. Sonreí por dentro y antes de que entrara por la puerta lo hice.

El Sueño de un Enamorado CrónicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora