Preparación

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Ambos fuimos despejando las dudas del proceso de reencarnación en las diferentes aulas que la escuela ofrecía. Necesitabamos fuerza, valor y sentimientos. Poseíamos todo aquello. Pero había una cosa que no nos terminaba de encajar en el puzzle de la resurrección.

Fuimos a la última sala del último pasillo del último piso y entramos al despacho. Allí, como si nos estuviera esperando, encontramos dos sillones en lugar de uno y el director sentado cordialmente al otro lado de su escritorio.

"Director, queríamos saber que pasará con nuestros recuerdos si decidimos llevar a cabo el ritual de la reencarnación."

El director, como sorprendido, se levantó y buscó en unos libros que tenía en un cajón. La pregunta debió pillar por sorpresa al tan cauto y precavido minotauro.

Al rato de buscar en varios tomos se volvió a sentar y, calmando su semblante al habitual, nos contestó.

"Los seguireis teniendo. Ya no son recuerdos, son parte de vuestra unión, de vuestras almas, de vuestra existencia."

María y yo nos estremecimos de alegría, recordaríamos todo lo que habíamos vivido juntos, el purgatorio, el paraíso, todas las almas que habíamos conocido y las biografías que habíamos leído.

Empezamos a prepararnos para la reencarnación, no podíamos elegir a los padres ni dónde naceríamos, pero sí podíamos divagar sobre cómo nos gustaría ser. Hablando de cómo sería nuestra nueva vida nos aparecían preguntas vanales y sin sentido, pero después de planear todo nos surgió una duda más grande: ¿cómo nos reuniríamos de nuevo?

"En la tierra, en Madrid, debajo de aquel portal en el que nos dimos nuestro primer beso, allí te estaré esperando cada 5 de Julio. Todos los años que pueda a partir de mi 18 cumpleaños estaré esperandote, hasta que un año seas capaz de ir allí y reunirte conmigo."

Esas palabras se nos grabaron a fuego en el espíritu y prometimos cumplir nuestra palabra.

Ya había llegado la hora de la reencarnación. Una nueva aventura asomaba ya en nuestras vidas. La unión que habíamos creado era tan fuerte que nuestros destinos se cruzarían irremediablemente en algún punto de nuestra vida, y si cumplíamos el pacto, estaríamos juntos toda una vida. Hasta que la muerte nos vuelva a juntar.

Queríamos decir unas últimas palabras, pero ninguno sabíamos bien que decir. Estábamos juntos y el destino nos separó, ahora que volvíamos a juntarnos teníamos que volver a separarnos. Aunque intentábamos pensar en nuestra unión en la tierra faltaba algo que no habíamos podido hacer.

"María, ¿quieres casarte conmigo?"

Ella soltó una lágrima etérea que permanecería en su corazón más tiempo que cualquier sortija ni regalo, y el reflejo de sus ojos permanecería en el mío durante toda la eternidad.

"Sí, quiero."

En el mismo momento que sellamos el sacramento con un apasionado beso, nuestros cuerpos insustanciales empezaron a desaparecer para recrearse más tarde en nuestros nuevos cuerpos.

Lo último que recuerdo es una luz al fondo de los ojos de María. Era una luz débil que fue adquiriendo fuerza. Me recordaba al momento de mi muerte y, en realidad, estaba naciendo.

Después ví a la comadrona, que sonreía ampliamente cuando me entregó a mi madre y le dijo "es un chico precioso". Mi madre se limpió el sudor, me acunó entre lágrimas y me dijo: "eres precioso, pequeño Carlo"

El Sueño de un Enamorado CrónicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora