Renata.

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Argentina-Buenos Aires.
Me encontraba en la casa de mi novio, las paredes blancas y sucias hacían que todo pareciera deprimente, las baldosas desgastadas, aquel antiguo sillón que casi podía ser una reliquia entre su familia, estaba dañado y ya no parecía anaranjado, que era su color inicial alguna vez hace años, sino más bien café; todo era muy humilde en aquel lugar, pues el sueldo de su padre, no alcanzaba sino para algo tan mínimo como aquella casa que compartían más de diez personas, sin embargo esa noche no había nadie. Juan y yo, dos adolescentes, una casa totalmente sola, y mucho tiempo por delante, ambos con deseos de entregarnos uno al otro y poco experimentados al respecto, pues poco fue lo que aprendimos. Así que ha pasado lo que tenía que pasar, el poco espacio de la casa no nos permitía otro lugar que aquel sillón anaranjado-café, así que decidimos conformarnos y proseguir.
Nuestras familias eran muy parecidas, si es que podíamos llamar familia a aquella partida de conocidos que se hacían llamar familia, era como vivir en una casa con dos extraños más. Mi madre una alcohólica con 4 hijos, de los cuales 3 están regados por todo el país con una situación igual o peor, y un esposo que aparece cada 5 días porque tiene demasiado trabajo, o eso dice. La madre de Juan es una mujer muy amable, cuando no está bajo los efectos que el crack, la heroína y demás drogas que esa mujer consume, le proporcionan. Y su padre ha de irse los viernes para volver el lunes.
Dos semanas después empecé a sentirme mal, muy mal. Yo sabía de dónde venían los niños, sabía que no había cierta cigüeña, así que ya lo había entendido, pero no bastaba con entenderlo, tenía que estar segura, conseguí dinero de los ahorros y compré una prueba de embarazo. Y como era de esperarse, había quedado embarazada, yo una joven de 14 años ¡embarazada!
Asustada, corrí a casa de Juan, toqué la puerta apresuradamente, deseaba como nada que hubiera timbre pero no, pateé con fuerza, Juan salió:
-¿QUÉ QUIERES?- gritó.
Frustrada empecé a llorar, saqué la prueba de embarazo del bolsillo trasero de mi pantalón, con resultado positivo, se la entregué asustada de su reacción.
-¡Mierda, mierda!- grito una vez más, yo creía que estaba asustado, o meditando pues no me miró a los ojos. Pensé en él, y nos vi criando aquel indefenso niño o niña, no era muy romántico pues éramos muy jóvenes, pero su rostro, lo alto y delgado que era, con su cabello lacio y su tez blanca, lo hacía parecer casi bueno. Sin embargo, explotó, sus ojos cafés desgarraron mi ser, sentí su odio casi como si estuviera allí físicamente. Me lanzo la prueba al rostro y me cerró la puerta casi estripándome la nariz. Me dejó sola. Me desgarré a llorar. Toque de nuevo pero no abrió.
Al día siguiente volví en la noche, bueno en la madrugada, Juan apareció por detrás, yo animada, pensé que había cambiado de parecer. El lucía cansado, estaba pálido, casi parecía muerto. Su mirada desesperada y tenía en ella algo de pesar y compasión. Me tomó por la cintura, como pidiendo perdón, pero de pronto me tiro al suelo.
-Lo siento, Renata- No fue nada más que hablara y detecte lo ebrio que estaba, me asusté. Hizo una señal y se fue corriendo, de pronto empezaron a golpearme varios jóvenes con gorros negros, me patearon el estómago y demás partes, pero yo solo pensaba en el ser humano que crecía dentro de mí, aquel indefenso que no tenía la culpa de nuestro capricho, trate de cubrirme el estómago, pero no pude casi ni moverme. Luego todo empezó a ponerse borroso y el dolor ya cesaba.

Una luz fluorescente, blanca y pálida me llegó a los ojos, de inmediato empecé a sentir el dolor, recordando todo lo sucedido rompí a llorar, una mujer, no muy vieja, alta y robusta, casi daba miedo, se acercó.
-¿Qué pasó?- Pregunte sobándome la panza creciente.
-No se preocupe jovencita el feto ha sufrido pequeñas lesiones, pero no es nada de qué preocuparse sigue siendo muy sano.-
Yo pensaba ¿cuál bebé? Finalmente había recordado la causa de que estuviera en ese hospital: Juan, un cobarde inútil. Sentía como el odio me ardía en el pecho, lo odiaba.
-¿Dónde está el joven?- pregunté con antipatía hacia 'el joven'.
-No te preocupes, aquel muchachito ebrio se encuentra en un reformatorio.- Dijo -Estas libre de peligro, ya podrás irte de acá en dos días.-
Cuando salí del hospital busque a Juan por todos lados, pero desapareció del país y de mi vida. Pero una persona entro en ella: Aquella dulce niña, con cabello negro, la tez pálida tal como Juan y los ojos verdes como yo, pero se parecía más a mí. Ella nació en perfectas condiciones, así que me sentí bien cuando supe que el plan de Juan de matar a nuestra pequeña fallara, La llamé Talía, un nombre tan hermoso como la niña misma.
Ella siguió creciendo, y yo cada vez la amaba más, aprendimos a ser una, éramos muy unidas. Hice todo lo posible para que tuviera una educación digna, y lo conseguí, no solo sería hermosa sino también inteligente, ya habíamos logrado estabilizarnos sin una gran parte de lo que constituía nuestra joven familia, ella decía que yo era muy fuerte, que quería ser como yo. Estaba orgullosa de ella. Cuando nació no había nadie a mi lado, solo éramos las dos.

TalÍa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora