Acto II ; Escena IX

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Belmont. -Una sala en el castillo de PORCIA.


Entra NERISSA con un criado.


NERISSA.- Pronto, pronto, te lo suplico; descorre inmediatamente la


cortina. El príncipe de Aragón ha prestado su juramento y viene a


hacer su elección al instante.


(Trompetería. Entran el PRÍNCIPE DE ARAGÓN, PORCIA y su séquito.)


PORCIA.- Mirad, aquí están los cofrecitos, noble príncipe; si


escogéis el que contiene mi retrato, las ceremonias de nuestro


casamiento se celebrarán en seguida; pero, si os equivocáis,


deberéis, señor mío, sin hablar más, partir de aquí inmediatamente.


PRÍNCIPE DE ARAGÓN.- Me he comprometido, bajo juramento, a tres


cosas: la primera, a no revelar jamás a nadie el cofrecito que


elija; la segunda, a no hablar nunca de matrimonio a una doncella


durante toda mi vida, si me equivoco de cofrecito; la tercera, a


despedirme de vos y partir si la fortuna me es contraria.


PORCIA.- Esas son las condiciones que debe jurar quienquiera que


venga aquí a correr los azares de la suerte por mi insignificante


persona.


PRÍNCIPE DE ARAGÓN.- Y así me he preparado. ¡Fortuna, responde


ahora a las esperanzas de mi corazón!... Oro, plata y plomo vil.


Quien me escoja debe dar y aventurar todo lo que tiene. Haréis bien


en tomar más bello aspecto antes que yo dé o aventure alguna cosa.


¿Qué dice el cofrecito de oro? ¡Ah, veamos! Quien me escoja ganará


lo que muchos desean. ¡Lo que muchos hombres desean! Ese muchos


debe, sin duda, entenderse de la loca multitud que escoge por la


apariencia, que no sabe más que lo que le muestran sus ojos


enamorados de la superficialidad, que no penetra en el interior de


las cosas, sino que, como el vencejo, fabrica su nido a la


intemperie, sobre el muro exterior, en medio de los peligros y en el


camino mismo de los accidentes. No escogeré lo que muchos desean


porque no quiero ponerme al nivel de los espíritus vulgares y


confundirme en las filas de las bárbaras muchedumbres. Bien; ahora a


ti, palacio de plata; recítame de nuevo la inscripción que llevas.


Quien me escoja obtendrá tanto como merece. Y está muy bien dicho,


porque ¿quién intentará engañar a la fortuna y pretender elevarse en


honores si no tiene méritos para ello? Nadie presuma investirse de


una dignidad inmerecida. ¡Oh, si fuera posible que los bienes, las


jerarquías, los empleos, no se alcanzaran por medio de la corrupción! ¡Si fuera posible que los honores se adquirieran siempre

El Mercader de VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora