Acto II; Escena VII

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Belmont. -Una sala en el castillo de PORCIA.

Trompetería. Entra PORCIA con el PRÍNCIPE DE MARRUECOS y su séquito.

PORCIA.- Andad, corred las cortinas y descubrid los diversos

cofrecitos a los ojos de este noble príncipe. Ahora, haced vuestra

elección.

PRÍNCIPE DE MARRUECOS.- El primero, que es de oro, lleva esta

inscripción: Quien me escoja ganará lo que muchos desean. El

segundo, de plata, ofrece esta promesa: Quien me escoja obtendrá

tanto como merece. El tercero, de plomo vil, con esta inscripción

tan vulgar como su metal: Quien me escoja debe dar y aventurar todo

lo que tiene. ¿Cómo sabré si elijo bien?

PORCIA.- Uno de estos cofrecitos contiene mi retrato, príncipe; si

escogéis este, os perteneceré de lleno.

PRÍNCIPE DE MARRUECOS.- ¡Que Dios guíe mi juicio! Veamos; voy a

releer las inscripciones. ¿Qué dice este cofrecito de plomo? Quien

me escoja debe dar y aventurar todo lo que tiene. ¡Debe dar! ¿A

cambio de qué? ¡A cambio de plomo! Aventurar todo por plomo.

Este cofrecito amenaza; los hombres que lo aventuran todo lo hacen

con la esperanza de hermosos beneficios. Un espíritu de oro no se

rinde ante las cosas de desecho. No daré ni aventuraré nada por

plomo. ¿Qué dice la plata con su color virginal? Quien me escoja

obtendrá tanto como merece. ¡Tanto como merece! Detente aquí,

príncipe de Marruecos, y pesa tu valía con mano imparcial. Si estás

evaluado según tu propia estima, mereces mucho; pero mucho no basta

para hacerte llegar hasta esta dama, y, sin embargo, dudar de mi

mérito sería una pueril depreciación de mí mismo. ¡Tanto como

merezco! Bien; pero es esta dama lo que merezco. La merezco por mi

nacimiento y por mi fortuna, por mis atractivos y por mis cualidades

de educación, y más que todo eso, la merezco por mi amor. Pues bien,

¿y si no buscara más, y escogiera este cofrecito? Veamos aún otra

vez lo que dice esta divisa grabada sobre oro: Quien me escoja

ganará lo que muchos desean. ¡Vaya! Eso es esta dama; el mundo

entero la desea; de los cuatro extremos de la tierra vienen para

besar a esta casta, a esta santa mortal. Los desiertos de Hircania y

las inmensas soledades de la vasta Arabia están convertidos ahora en

grandes caminos para los príncipes que vienen a visitar a la bella

Porcia. El reino de las aguas, cuya cabeza ambiciosa escupe a la faz

del cielo, no es una barrera suficiente para detener los ardores de

los extranjeros; ellos lo atraviesan como un arroyuelo para ver a la

bella Porcia. Uno de estos tres cofrecitos contiene su celeste

efigie. ¿Es probable que esté en el cofrecito de plomo? Tener una

idea tan mezquina fuera un sacrilegio; sería un metal demasiado

tosco para encerrar incluso su sudario en la obscuridad de su tumba.

¿Pensaré que esa imagen está entre muros de plata, que se aprecia en

diez veces menos que el oro? ¡Oh, horrible pensamiento! Jamás una

joya tan rica fue gastada en un metal inferior al oro. Hay en Inglaterra una moneda que lleva la figura de un ángel grabada sobre

oro, pero es en la superficie solamente donde está grabada, mientras

que aquí es interiormente en un lecho de oro donde se halla tendido

un ángel. Dadme la llave; escojo este cofrecito, y suceda lo que quiera.

PORCIA.- Aquí la tenéis; tomadla, príncipe, y si mi efigie se encuentra en ese cofrecito, vuestra soy.

PRÍNCIPE

DE MARRUECOS

(Después de haber abierto el cofre de oro.)

¡Oh infierno! ¿Qué es lo que encuentro? Una calavera,

que en una de sus órbitas vacías contiene un rollo

escrito. Voy a leer lo que dice.

(Lee.)

No es oro todo lo que reluce.

Con frecuencia habéis oído decir esto.

Más de un hombre ha vendido su vida

solamente por contemplar mi exterior.

Las tumbas doradas conservan los gusanos.

Si hubierais sido tan prudente como osado,

joven de cuerpo y viejo de juicio,

habríais obtenido otra respuesta que la de este rollo.

Pasadlo bien; vuestra esperanza está fallida.

Fallida, en efecto, y mis esfuerzos están perdidos.

¡Adiós, pues, llama abrasadora! ¡Salud, corazón de

hielo! ¡Porcia, adiós! Tengo el corazón demasiado

dolorido para una despedida tediosa. Así se retiran los

que pierden.

(Sale con su séquito. Trompetería.)

PORCIA.- ¡Buen desembarazo! ¡Vaya, corred las cortinas! ¡Que todos

los que tienen su mismo color elijan como él! (Salen.)

El Mercader de VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora