Acto IV; Escena I

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Venecia. -Una sala de justicia.

Entran el DUX, los Magníficos, ANTONIO, BASSANIO, GRACIANO, SALANIO, SALARINO y otros.


DUX.- Qué, ¿está aquí Antonio?

ANTONIO.- Presente; a las órdenes de vuestra gracia.

DUX.- Lo deploro por ti; pero has sido llamado para responder a un

enemigo de piedra, a un miserable inhumano, incapaz de piedad, cuyo

corazón vacío está seco de la más pequeña gota de clemencia.

ANTONIO.- He sabido que vuestra gracia se había esforzado mucho por

lograr que moderase el encarnizamiento de sus persecuciones; pero,

puesto que se mantiene inexorable y no existe ningún medio legal de

substraerme a los ataques de su malignidad, opondré mi paciencia a

su furia y armaré mi espíritu de una firmeza tranquila capaz de

hacerme soportar la tiranía y la rabia del suyo.

DUX.- Que vaya alguno a decir al judío que se presente ante el

tribunal.

SALANIO.- Está en la puerta; aquí llega, señor.

(Entra SHYLOCK.)

DUX.- Abrid paso y dejadle que venga frente a nos. Shylock, el

público piensa, y yo pienso también, que tu intención ha sido

simplemente proseguir tu juego cruel hasta el último momento, y que

ahora mostrarás una clemencia y una piedad más extraordinarias de lo

que supone tu aparente crueldad. De suerte que en lugar de exigir la

penalidad convenida, o sea una libra de carne de ese pobre mercader,

no solamente renunciarás a esa condición, sino que, animado de

generosidad y de ternura humana, cederás una mitad del principal,

considerando con conmiseración las pérdidas recientes que han

gravitado sobre él con un peso que bastaría para derribar a un

mercader real y para inspirar lástima a pechos de bronce y a

corazones duros como rocas, a turcos inflexibles y a tártaros

ignorantes de los deberes de la dulce benevolencia. Judío, todos

esperamos de ti una respuesta generosa.

SHYLOCK.- He informado a vuestra gracia de mis intenciones, y he

jurado por nuestro Sábado Santo obtener la ejecución de la cláusula

penal de mi contrato; si me la negáis, que el daño que resulte de

ello recaiga sobre la constitución y las libertades de vuestra

ciudad. Me preguntaréis por qué quiero mejor tomar una libra de

carroña que recibir tres mil ducados. A esto no responderé de otra

manera más que diciendo que tal es mi carácter. La respuesta ¿os

parece buena? Si una rata perturba mi casa y me place dar diez mil

ducados para desembarazarme de ella, ¿qué se puede alegar en contra?

Veamos: ¿es aún buena respuesta? Hay gentes que no les agrada un

El Mercader de VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora