38. Por aquel a quien amas

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Aquel bramido feroz se abalanzó sobre los orcos, que poco pudieron hacer ante su ataque. Bilbo sólo vio su sombra proyectada frente a la jaula, mientras oía los estertores guturales que emitían sus captores y sus cuerpos desmembrados caían frente a él.

Tan sólo cuando el atacante hubo terminado su trabajo se posicionó frente a Bilbo, y la visión de su pardo pelaje y sus ojos feroces, aunque viejos conocidos, hicieron que la presión en su pecho se disipara.

- ¡Beorn!

El gran oso pardo rompió la cerradura de un zarpazo y el hobbit quedó libre.

Pero no fue el único encuentro aliado que el mediano recibió en aquel momento, pues entre los árboles emergió una figura poderosa a lomos de un corcel. Al mago se le empañaron los ojos al ver a su viejo compañero en su deplorable estado, pero vivo al fin y al cabo. Se apresuró a abrazarle y el mediano quedó envuelto por su túnica plateada.

- Los asuntos del Concilio me demoraron más de lo esperado. No dejé de pensar en vosotros ni un instante, pero debía mantener mi puesto. Se me permitió partir hace tres lunas, y desde entonces he cabalgado con el oscuro presentimiento de que algo andaba mal. ¡Y qué certeras fueron mis sospechas! Me topé con Beorn por el camino, él había advertido movimientos extraños por los alrededores del Bosque Negro.

El gran oso rugió al cielo, en señal de aprobación. Gandalf prosiguió.

- Y ahora, maese Bilbo, relatadme todo lo acontecido desde nuestra separación.

El mediano resumió lo mejor que pudo todo lo que había sucedido, mientras el mago arqueaba las cejas, fruncía el ceño o entrecerraba los ojos pesaroso.

- Hombres y elfos se apostan frente a las puertas de Érebor y la terquedad de Thorin no ha hecho más que empeorar la situación. Pero eso no es lo peor de todo. Escuché a los orcos jactarse de sus intenciones. Un ejército de los suyos se prepara para atacar la montaña.

El mago adoptó un gesto serio.

- Nuestras sospechas eran ciertas. – Dijo mirando al oso – Los indeseables a los que dimos muerte en el camino decían la verdad.

- ¿Qué hacemos? – Preguntó Bilbo desesperado.

- Lo único que podemos hacer, pequeño amigo – dijo oteando en lontananza - defender nuestro mundo.

El mago subió a lomos de su corcel y le tendió la mano al mediano para que le acompañara. Beorn irguió su cuerpo y emitió un potente bramido que pareció despertar al bosque entero. Su eco resonó entre los árboles y la brisa pareció hacerse más intensa.

Y con este severo preludio, los tres partieron hacia la montaña con la intención de enfrentarse a las fuerzas del mal.

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Una nueva oleada de flechas inundó el valle que ya había sido tomado por el enemigo. Pero a pesar de las numerosas bajas que causaron, muchos otros les sustituyeron, pues aquel ejército maligno no parecía mermarse ante los ataques.

Thranduil ordenó a los suyos disparar por última vez y prepararse para desenvainar sus espadas y exhibir sus escudos. Bardo le contrarió.

- Todavía podemos aprovechar la ventaja que nos proporciona la distancia. Si pudiésemos reducir su número antes de iniciar el combate cuerpo a cuerpo, podríamos tener una oportunidad.

- Las flechas son insuficientes y no voy a exponer a los míos a defenderse cuando sea demasiado tarde.

En ese momento la potente voz del líder de los enanos interrumpió su discusión en la distancia, dando una orden en su lengua natal. De pronto, una lluvia de rocas y bolas de hierro cayó sobre el campo de batalla, aplastando los cuerpos de los enemigos. Pero aquello no fue todo, y es que poco después de contactar con el terreno, las bolas de hierro explotaron, causando un estrago mayor. Hombres y elfos se sobresaltaron ante aquella maniobra ofensiva y miraron sorprendidos hacia la montaña.

Una identidad inesperada - HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora