37. La llamada de una guerra

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Recorrió aquellos corredores de piedra sin apenas aliento, siendo perseguido por quienes había llamado amigos. Bilbo sabía bien dónde debía dirigirse: a la entrada secreta. Descendería por la montaña para pedir ayuda a los hombres. Puede que Thranduil ignorara su petición, pero sabía que Bardo no dejaría que Iriel sufriera ningún daño. Se sentía miserable por haberla dejado allí, capturada por los enanos por un crimen que habían cometido juntos, pero también era consciente que no le habría servido de ninguna ayuda quedándose junto a ella. Al menos pidiendo ayuda tendría una oportunidad para rescatarla. Las monedas rodaron empujadas por sus pies invisibles, había despistado a los enanos y había alcanzado por fin la Sala del Tesoro. Trepó por aquel túnel estrecho hasta llegar al otro lado, donde el silvestre aroma de la montaña le recibió. Se concedió unos segundos para imbuirse de su frescor, y al ver que aquel descenso rocoso estaba desierto, se quitó el anillo y descendió, pues aquella nebulosa realidad turbaba sus sentidos.

Cuidó sus pasos durante el descenso y atisbó la silueta de un par de soldados ataviados con las armaduras de Ciudad del Lago junto a un risco. Pensó en acercarse para pedir que le llevaran ante Bardo. Al alcanzar el lugar vio un charco sangriento abriéndose paso entre las rocas y la macabra escena le revolvió el estómago. Dos cadáveres yacían ante él, degollados, con numerosas marcas de garras en su cuerpo que habían propiciado el desangramiento. Se cubrió la boca para contener las náuseas y el pánico se apoderó de sus sentidos. No tuvo tiempo para nada más, pues los autores del crimen se encontraban cerca y advirtieron su presencia.

Un huargo y dos orcos feroces aparecieron tras el risco y se abalanzaron sobre él. El mediano apenas tuvo tiempo de reaccionar, tan sólo acertó a contrarrestar el ataque con un puñal, interponiéndolo frente a su cuello, frenando la hoja del hacha putrefacta que iba directa a seccionar su yugular. Temiendo su muerte, Bilbo golpeó el estómago del orco y lo derribó, iniciando una breve carrera que fue cortada por el otro orco a lomos del huargo. El animal mostró sus feroces colmillos frente a él, dispuesto a arrancarle el rostro de un mordisco. Antes de que lo hiciera, el orco que había sido derribado por Bilbo gritó en lengua negra.

- ¡Espera! Huele como la escoria de los enanos. No podemos matarle.

El orco a lomos del huargo gruñó, el orco a pie continuó.

- ¿Quieres desobedecer al amo Bolgo? Ordenó que lleváramos ante él cualquier información sobre Escudo de Roble. – El huargo volvió a rugir, y con él su jinete. – Agg, tú haz lo que quieras, pero yo no pienso acabar como Svunt, sus tripas todavía llenan nuestros pucheros.

El otro orco rió despiadadamente.

- Aquel estúpido ni siquiera sabía bien.

Bilbo, sin comprender lo que estaba sucediendo, intentó buscar el anillo en sus bolsillos, pero al delatar en su rostro su intención de escapar fue golpeado por el orco, dejándolo sin sentido tras un golpe seco en el estómago. Bilbo cayó inconsciente y así fue llevado al pequeño campamento que los orcos habían ocultado en la parte trasera de la montaña, arrastrado dentro de las fauces del huargo.

No supo cuánto tardó en despertar, pero cuando lo hizo se encontró en una jaula hecha con hierros oxidados y huesos en los que aún permanecían algunos jirones de carne. El miedo le hizo contener las náuseas. Se encontraba prisionero en un asentamiento orco, sin armas a su alcance, con las manos atadas a su espalda, muy lejos del bolsillo donde guardaba el anillo que suponía una mínima ventaja. Y lo peor de todo es que nadie sabía que se encontraba allí.

Las horas pasaron y poco a poco los orcos se olvidaron de su presa. Bolgo no se encontraba allí y ninguno de ellos tenía permiso para torturar al mediano, así que simplemente le ignoraron. Bilbo pronto se volvió ajeno a lo que sucedía, sin embargo, de vez en cuando, pequeños fragmentos de información llegaban a sus oídos, por lo que el hobbit agudizó el oído y poco a poco empezó a comprender lo que decían.

Una identidad inesperada - HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora