08| Desesperación

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19/08/99

12:00 p.m.

—Ya no lloriquees, mientras menos te muevas, más rápido terminaremos —dije.

—¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Nunca me haces caso, que no puedes tocarme cuando quieras! —me gritaba At, al mismo tiempo que manoteaba y daba pequeñas pataditas.

Yo lo mantenía firmemente sujetado a mi regazo, con una cinta métrica trataba de averiguar cuánto era que medía su larga y delgada cola de felino.

—Setenta y... ¡At, espera! Casi lo tenía —me quejé, contrariada, cuando él logró escabullirse de mí.

—¡No! ¡Esto es ultraje! —exclamó At, se acomodaba sus extrañas ropas y en un intento de acicalar su cabello, lo despeinó todavía más—. Me tomaste por sorpresa.

—Me pareció buena idea hacerte una maldad, ya que apenas me diriges la palabra desde el desayuno —me crucé de brazos.

At también se cruzó de brazos y volteó la mirada, fingiendo no escucharme. Acto seguido, se envolvió con una manta que halló en mi cama, hurtó las golosinas extranjeras que me regaló Josh y voló con gran velocidad hasta el baño. Lo seguí, con suerte no cerró la puerta.

—¿De verdad no vas a hablarme? —pregunté, entré al baño, él ya se había sumergido en la bañera vacía cubierto casi por entero debajo de la manta, exceptuando sus pies y su cola, que se movía de un lado a otro.

—Estás siendo muy grosero, ¿sabes? —insistí—. Dime qué pasa.

—Hablaste toda la mañana con él, incluso mientras desayunábamos. ¿No le bastó con pasar el rato contigo ayer que también tenía que llamarte hoy? —reclamó con un puchero—. Ni siquiera me viste cuando logré colgar la cuchara en mi nariz, por estar escuchándolo.

—Ay, At..., ¿qué podía hacer? ¿Colgarle así sin más?

—Era exactamente lo que tenías que hacer —se asomó discretamente por un hueco de la manta, dejando a la vista su enorme y brillante pupila.

—¡Fue apenas media hora! Más o menos... —repliqué.

—Llámalo como quieras... crueldad, injusticia... Fue una eternidad.

—Estás muy enojado, pero te has metido en esa bañera con el resto de las golosinas que trajo Josh, no me dejaste comer ni una más después de que se fue.

—Es lo mínimo que merezco después de haber sido ignorado esta mañana —se defendió.

—At, no seas así. Te concederé un deseo si vuelves a contentarte conmigo, ¿qué te parece?

Su cola se erizó y volvió a taparse la cara.

—¿El que yo quiera?

Reí. —Siempre y cuando sea algo razonable —intenté tocar la punta de su cola, pero, como si lo hubiera presentido, la retiró de mi alcance. Me incorporé. Le di privacidad en lo que se tranquilizaba, corrí la cortina de baño y me senté sobre el retrete.

Él calló. Ahora, debajo de esa manta, se oía el ruido de las bolsas de dulces. Pasaron unos segundos y arrojó la basura fuera de su fortaleza.

—Cuéntame sobre ti —le expresé viendo la sombra de su cola en la cortina—. ¿Por qué es tu ropa así? ¿Qué significan ese par de colgantes en tu cuello? ¿Y los cascabeles de tu tobillo? —cuestioné.

Aquella cola negra se detuvo, sus pies se metieron por completo en la bañera, volví a deslizar la cortina y Hache dejó ver su cabeza envuelta por esa cobija.

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