02| 'Algo' valioso

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1:56 p.m.

Estoy de pie frente a la puerta de mi cuarto. Como me fue dicho, está intacto, nadie ha entrado desde la última vez que estuve en casa, una de las razones es que yo misma la cerré con llave; otra razón es que mis padres temían enfurecerme si entraban en mi ausencia. Quizás mis secretos sigan a salvo ahí dentro y pueda encontrarlos y conservarlos.

Mis padres me han dejado en casa, con un juego de llaves. Aunque me gustaría explorar la casa, preferí desnudarme por completo y colocarme esa bata blanca que estaba a la vista sobre la única silla de mi habitación, al ver la cama sólo me tumbé ahí y me dormí. Sueño con mi vida, en mis memorias no está todo perdido.

14/08/99

6:15 a.m.

El despertador siempre fue la primera molestia del día, su timbre es una ley inquebrantable. La hora de siempre: seis y cuarto. Sé que son las seis y cuarto, sé que ésa es la hora de siempre.

Me envolví en mis sábanas, un mal humor inexplicable se apoderó de mí, me dieron ganas de gritar más alto que aquel ruido chillón, que al final cumplió su cometido, me senté de un salto y eso me provocó un mareo. No había dormido tan bien desde que estuve en el hospital. Ojalá tuviera hambre. No quiero ver nada, quiero quedarme en cama, quiero morir aquí.

Volví a recostarme, no silencié el despertador. No me importa.

6:30 a.m.

¿Por qué rayos no se calla ese aparato? Me están dando náuseas y ya me duele la cabeza. Estiré mi brazo para desenchufar el despertador y un zumbido invadió mis oídos maltratados. Aun así, me quedé acostada, fastidiada, sin saber quién soy.

Pero pasaron unos minutos cuando decidí que me sentía incómoda siendo perezosa todo el tiempo, ¡estoy dejando algo importante fuera de mi cabeza y eso me vuelve loca! Me dan ganas de llorar. "No pertenezco a este lugar", pienso, "tengo un hueco aquí", y me duele el pecho.

Examiné mi habitación cuando el mareo se calmó y tuve una noción que me estremeció. Era la habitación de una niñita (¿qué edad tengo el día de hoy?). Ningún color resaltaba porque todos los colores existentes gobernaban cada rincón de las paredes: cuadros con pinturas abstractas, dibujos, llaveros, rayones, ramas, todo tipo de flores sintéticas, figuras plásticas de planetas, lunas, mariposas y un gato. Aviones y aves colgando del techo. Todo acomodado tan elegante y estético, que lejos de desagradarme, tuve que felicitarme. Mi única ventana estaba frente a mí, a un costado de mi cama, era gigante y le había pintado los cristales con distintos colores de manera que, cuando entrara el sol, el lugar se teñía de tonos más vívidos que hacían impresionante la vista. ¿Cómo es que ayer no lo noté? Tras esta observación, por fin logré relajarme.

No dejo de admirar la vista, soy yo el centro de tan vibrantes colores, un aura confortable me rodea. Hay una vibra familiar que no me recuerda ni a mí misma, una calidez, y un amor profundo que alberga este cuarto. Tengo un sentimiento encontrado. Mi corazón está enloqueciendo de nuevo, como si esperara que de repente apareciera aquello que llenara mi vacío. Y me quedo un rato, aguardando. Hay un olor a hierba salvaje y a tierra mojada que se funde con el calor del sol... Sé que reconocería ese aroma en donde sea, ¡lo sé! La tengo y sin embargo no puedo encontrar la respuesta y me frustra.

Ese sentimiento se hace más fuerte e infla mi corazón hasta hacerme daño.

«Perdí algo valioso, ¿no?», me pregunto.

Ahí está otra vez el tintineo de los cascabeles, tal vez los imagino. Al mismo tiempo, giro mi atención hacia el espejo al otro lado de mi cama y me veo a mí misma: una Macky de doce años, delgada y temblorosa, con cabello marrón, largo y despeinado, usando una bata blanca para dormir. También es muy, muy bonita, porque es idéntica a su mamá, y su mamá es tan guapa. El espejo refleja a una apenas adolescente temerosa y amnésica, llena de cicatrices pero bella a pesar de que está llorando.

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