03| Un fantasma

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15/08/99

Me he sentido como si estuviera en una simulación de mi vida y aún siguiese inconsciente tras el accidente. También rezo por recordar todo al respecto de lo que pasó y todos los motivos que me llevaron a ello.

Estoy escuchando de nuevo los cascabeles y, esto, lejos de inquietarme, me da esperanzas. Estoy inmiscuida en mi mente en blanco, concentrada en todo momento para atrapar cualquier hilo de memoria que se me atraviese.

Y de pronto traigo a mi campo interior el retrato en mi buró, el dibujo maltrecho donde aparecemos mi curioso personaje y yo.

Sueño que estoy acostada sobre el pasto, que es cálido y acolchado. Cierro los ojos porque el sol me da directamente. La contemplación de los momentos más sencillos ofrece la más profunda calma y, en ese instante, me siento amena.

«Déjame quedarme, Macky, olvídalos a todos.»

La voz es masculina..., es de un chico. Entonces, una presencia ligera se acerca a mí y siento su respiración en mi rostro. Estoy segura, se trata del dueño de la voz, ya lo he escuchado antes.  Su nariz roza con la mía hasta que sus labios tocan inocentemente los míos. Lento, abro los ojos y miro sus pupilas azules, grandes y brillantes. Una belleza especial.

Se siente tan real que debo recordarme que estoy soñando.

El tono de su voz saliendo de sus labios ahora me pregunta: "¿Puedo pasar?" No puedo negarme, le digo que sí y él me sonríe con esos colmillos tan blancos y finos. "Gracias", me responde.

Él es la personificación de mi dibujo, recorro con la vista sus detalles; esas orejas que terminan en pico, la pluma de algún ave cuelga de su cabello negro despeinado. No me digas... está flotando y cuando sacude sus piernas, la pulsera de cascabeles que cuelga de su delgado tobillo resuena. ¡Imposible!

Así es como abro los ojos, exaltada, respirando fuerte, esta vez de verdad estoy despierta, me doy cuenta de que lo soñé; y el corazón me aturde con una emoción impropia.

—Increíble... ¡Qué imaginación! Macky Balam, estás chiflada... —me hablo en voz baja y me revuelvo el cabello, pataleo debajo de las sábanas y me revuelco, no por el sueño en sí, sino por el beso que, por más que evito asimilarlo, pienso que no era un sueño, sino un recuerdo.

—¡Estás loca! ¡Loca! ¡Loca, estás loca! —me digo a mí misma sin gritar demasiado fuerte. Me quedo unos segundos con mi almohada en la cara, y yo, hecha un ovillo.

—Conozco ese comportamiento por las mañanas. Pasa a veces, pero jamás me cuentas tus sueños cuando amaneces alterada. Supongo que ahora ni lo pensarías, pues ¿tienes idea de quién soy? —habló alguien.

Me quedo quieta al escuchar eso. Probablemente sigo soñando. No, hay una presencia en mi habitación.

Me quito la almohada de la cara y la abrazo, todavía acostada giro mi vista hacia el origen de la voz. Y esta vez, mi mente ha cruzado la línea y comienzo a asustarme, a temer estar padeciendo algún mal psicológico. Porque lo vi...

—¡Ay, Dios! ¡Ma-Mamá! ¡Papá! ¡Vengan a ver esto! —grité lo más alto que pude—. ¡Por Dios!

No lo perdí de vista, para comprobar que no estaba alucinando. Estoy segura de que comencé a temblar. Esto fue demasiado lejos. El muchacho de mis sueños y mi dibujo estaba flotando a pocos centímetros del techo, sentado en la nada. Entonces cerré los ojos de inmediato al verlo aproximarse hacia mí y quedamos frente a frente, su mano tapó mi boca, aunque sin llegar a tocarme, evitando que gritara de nuevo.

—Escucha, puedo... Eh... —dudó, su expresión: seria en su totalidad—, puedo explicarlo, creo. Antes, promete parar de gritar —prosiguió.

«Sus ojos son... zafiros.» Pensé, ahora me tenía embelesada, pero seguía asustada. Él asumió que yo había entendido y retiró su mano de mi boca. Luego me mostró una perfecta sonrisa de colmillos puntiagudos. Recordé lo que sucedió en mi sueño y ahora estábamos en la misma posición.

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