Capitulo 2

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La voz ronca tenía un leve acento escocés, algo que hizo temblar sus rodillas deuna forma alarmante. Con el corazón a punto de salirse del jersey rosa, Rose hizo loque Cornelia le había sugerido: fruncir el ceño como si tuviera que pensar de qué seconocían. Pero antes de que pudiera hablar de la pista de entrenamiento, él chascólos dedos.

-¡La chica de la trenza! -exclamó James Sinclair, regalándole una sonrisa quedio al traste con cualquier intención que Rose hubiera tenido de abandonar el plan-.

-Nos hemos visto en la pista de entrenamiento.

-Ah, es verdad -sonrió Rose-. Me temo que no corro todo lo que debería.Por cierto, hoy he visto el partido. Enhorabuena.

-¿Te gusta el rugby?

-Mucho -contestó ella.Después de pagar al camarero, Sinclair se volvió hacia ella.

-¿Puedo invitarte a una copa?

-Ya tengo una, gracias. Solo he venido para comprar... cacahuetes.

Rose miró hacia la mesa donde estaban sus amigas, con los ojos fuera de lasórbitas.

-¿Cómo te llamas? -le preguntó Sinclair.

Rose estaba tan nerviosa que dijo sunombre como una ametralladora-.

¿Cómo has dicho?

-Rose Dryden.

-Yo me llamo James Sinclair.

Como si ella no lo supiera. Rose le dio las gracias por los cacahuetes y volvió a su mesa.

-Veo que todo ha ido bien -le dijo Cornelia al oído.

-Se acordaba de mí.

-¡Ya lo sabía!

En circunstancias normales, Rose lo habría pasado bien, pero de repente la gente con la que estaba le parecía muy inmadura y los típicos comentarios de los chicos, aquel día más subidos de tono por su cambio de aspecto, no la divertían en absoluto. Una hora después, estaba harta.

-Me marcho -le dijo a Cornelia al oído-.Me duele la cabeza.

-¿Quieres que vaya contigo?

-No, es muy temprano. Quédate. Solo necesito un poco de aire fresco.

Rose nunca había atravesado el campus sola por la noche. Cuando subía la pendiente que llevaba a su casa, escuchó pasos tras ella y se asustó. Empezó a correr y sus miedos se confirmaron cuando oyó que el extraño corría también.

-¡Rose... Rose Dryden!

-escuchó una voz inconfundible. Cuando se volvió, se encontró con Sinclair.

-Perdona -dijo, casi sin aliento-. No sabía que eras tú.

-Vi que te marchabas y salí detrás -dijo él-. No deberías ir sola de noche.

-Esto es muy seguro.

-Entonces, ¿por qué saliste corriendo? Rose se encogió de hombros.

-Por instinto, supongo.

-Te acompaño a tu casa.

-Gracias.

Rose apenas podía creer su suerte. Cornelia y Fabia se pondrían a dar saltos cuando se lo contara.

-Háblame de ti -dijo entonces su acompañante-.

¿Cuántos años tienes?

-Dieciocho -contestó ella, convencida de que Sinclair, que tenía la venerable edad de veintidós, perdería interés inmediatamente-.

Una apuesta de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora