capitulo 12

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Cuando James se marchó por la tarde, Rose tuvo por fin tiempo para pensar. Demasiado tiempo. Se sentía inquieta y paseaba por el apartamento como un alma en pena, poniendo la televisión, apagándola, tomando un libro, cerrándolo... Cuando sonó el teléfono, dio un salto. Era la voz que esperaba oír.

— ¿Qué has hecho desde que me fui? — preguntó James.

— Nada. Estoy un poco cansada.

— Es que anoche dormimos poco — rio él.

— Sí — suspiró Rose— . Y tampoco creo que pueda dormir esta noche.

— ¿Porque estás loca por mí?

— Algo así.

— Me alegro — dijo James, satisfecho— . Te lo recordare la próxima vez que nos veamos. Y me temo que no será pronto. Este fin de semana tengo que ir a Boston. De modo que estarían sin verse quince días.

— Muy bien. Si te parece, cuando vuelvas de Boston, yo podría ir a Londres. Así conocería tu casa.

Al otro lado del hilo hubo un silencio.

— Rose, ¿podrías posponer eso durante algún tiempo?

— Claro — contestó ella, sorprendida.

— Te molesta, ¿verdad?

— No, qué va. Ya iré en otro momento. O no, depende de cómo vayan las cosas.

— No digas eso, Rose. Lo que pasa es que mi casa está hecha un desastre. Hasta hace poco tiempo la compartía con otra persona.

¿Con quién?, se preguntó Rose, imaginándose a una rubia voluptuosa.

— No pasa nada. Solo era una sugerencia. Ya iré en otro momento. James dejó escapar un suspiro.

— Quiero que vengas dentro de quince días, ¿de acuerdo? Los lunes en la tienda había mucho trabajo y Rose se alegró después de todas las emociones del fin de semana. Había dormido fatal después de su conversación con James y estuvo nerviosa hasta que él llamó por la noche.

— He llamado para disculparme.

— ¿Por qué?

— Por no decirte ayer que estoy deseando que vengas a mi casa.

— La verdad es que me quedé un poco sorprendida después de...

— ¿Haber hecho apasionadamente el amor conmigo durante el fin de semana?

— Tú lo has dicho. Mira, James, no tengo que ir a Londres, de verdad.

— No digas eso. He llamado a una empresa de limpieza para que dejen mi casa como una patena y te esperaré con los brazos abiertos. Me va a costar mucho estar sin verte quince días, Rose.

— A mí también.

— ¿Por qué no vienes el viernes por la tarde? Yo tengo una reunión, pero puedo enviarte una llave. Así podrías explorar la cueva de Barbazul tú solita.

— Me parece muy bien.

— ¿Quién va a encargarse de la tienda el sábado?

— Minerva. Creo que echa de menos trabajar con el público.

— ¿Tú lo echarás de menos?

— Probablemente.

— ¿Tanto como para pensártelo? — preguntó James.

— No.

— Entonces, dime que estás loca por mí.

— ¿Cuántas veces tengo que decírtelo para convencerte, bobo?

Una apuesta de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora