Capitulo 4

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Rose volvió al presente haciendo un esfuerzo, irritada al comprobar que había estado soñando despierta durante tanto tiempo que el agua de la bañera estaba helada. Sin tiempo para planchar lo que había pensado ponerse esa noche, eligió un jersey negro y una falda larga que tenía un corte hasta la rodilla y se peinó la brillante melena que, en aquellos días, le llegaba por los hombros. Se maquilló un poco, siguiendo los sabios consejos que Fabia Hargreaves solía darle en la universidad, se puso perfume y después se calzó unos mocasines de ante. Anthony Garrett no era muy alto y Rose solía dejarse los tacones en casa cuando salía con él. Normalmente, los sábados, Anthony llegaba a Chastlecombe a las ocho, antes de que ella cerrara la librería. Pero cuando llamó a su puerta esa noche eran casi las nueve.

-¿Qué ha pasado, había mucho tráfico?

-Horrible -murmuró él.

-¿Quieres una copa?

-Gracias. Eres un ángel.

Anthony dejó la maleta en el suelo y se dejó caer en el sofá, agotado. Por primera vez, aparentaba su edad.

-Pareces agotado.

-Me quedé sin batería y no pude llamar para decirte que había un accidente en la carretera. Llevo una hora conduciendo en primera -suspiró Anthony, aceptando el vaso de whisky, que se tomó de un trago-. Ah, qué bien. Estás muy guapa, Rose.

-Gracias. He llamado al restaurante para decir que llegaríamos tarde y me han asegurado que nos guardarán la mesa. Aunque sin muchas ganas.

-¿Por qué? -preguntó él, sorprendido-. Somos clientes habituales.

-Sí, pero es que hoy el día de los enamorados. Anthony se llevó una mano a la frente.

-Iba a enviarte unas flores, pero se me ha olvidado. Perdóname. Rose lo miró, pensativa.

-Entonces, no has sido tú el que ha enviado esta tarjeta.

Él miró la tarjeta con cara de pocos amigos.

-No. ¿Quién ha sido?

-Ni idea -contestó Rose, tomando la rosa-. Y también me han mandado esto.

Anthony se levantó de un salto.

-Tu viejo amigo Mark Cummings, supongo.

-No tengo ni idea. Bueno, vámonos.

-Sí, claro -murmuró Anthony, observando su traje arrugado-. ¿Te importa si me ducho y me cambio de ropa? No he tenido tiempo de ir al hotel.

Rose, que había estado preguntándose qué hacía allí con la maleta, asintió con la cabeza y cuando Anthony entró en el baño, volvió a mirar la tarjeta. Si no la había mandado él, ¿quién era su enamorado? Si era el bromista de la respiración entrecortada al teléfono... La idea hizo que no pudiera estar demasiado alegre en el restaurante. Anthony hizo lo que pudo para animarla y pidió el vino más caro de la carta. Rose apenas lo probó, de modo que fue él quien prácticamente se bebió toda la botella. Y era raro, porque Anthony no solía beber tanto.

-Tengo que preguntarte una cosa -dijo cuando tomaban café, inclinándose para que nadie pudiera oírlo. La miraba con tal intensidad que Rose sintió aprensión.

-Vamos a mi casa. Aquí hay demasiado ruido.

-Muy bien.

Era un paseo muy corto por la calle en la que la librería Dryden compartía espacio con antigüedades y trajes de diseño. Pero Anthony no había abierto la boca durante todo el camino y cuando abrió la puerta del apartamento, Rose se sentía incómoda.

Una apuesta de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora